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Lucien Sarniguet, el héroe que quitó la esvástica de la torre Eiffel

Segunda Guerra Mundial

El 25 de agosto de 1944, París aún no había sido liberada del todo cuando un bombero corrió entre las balas para colarse en la torre Eiffel y arrebatársela simbólicamente a los nazis

Un sastre, la torre Eiffel y un paracaídas que no se abrió

Soldados aliados ante la torre Eiffel en la París liberada, 1944

Soldados aliados ante la torre Eiffel en la París liberada, 1944

Mirrorpix vía Getty Images

El 24 de agosto de 1944, la vanguardia de la 2.ª División blindada del éٴ estadounidense –vanguardia formada mayoritariamente por exiliados españoles– penetró en el París ocupado por los alemanes. Los parisinos respiraron aliviados, no solo porque llevaban cuatro años de ocupación, sino porque hacía once días que se habían levantado contra la guarnición germana, y se les empezaba a acabar la munición.

Aquello habría acabado en una carnicería, lo que poco después pasaría en Varsovia, si no fuera por la audacia de Charles de Gaulle y el general Leclerc, comandante de la 2.ª División blindada, que aceleraron la liberación de la ciudad. Con el apoyo del primero, Leclerc desobedeció a sus superiores estadounidenses, que preferían concentrar los esfuerzos en perseguir a la Wehrmacht directamente hacia la frontera del Rin, y desvió a sus hombres hacia París. Aunque contrariado, Eisenhower tuvo que cambiar sus planes y mandar a la 4.ª División de Infantería tras los pasos de Leclerc para evitar que quedara solo.

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Así llegamos a la mañana del 25 de agosto, y a un personaje llamado Lucien Sarniguet, un capitán de la Brigada de Bomberos. Sarniguet, que por entonces contaba 45 años, llevaba tiempo esperando ese momento; como muchos, sí, pero él tenía un motivo más personal. No se le había olvidado la mañana del 13 de junio de 1940, cuando los alemanes le obligaron a pasar por la vergüenza de tener que retirar la bandera tricolor de lo alto de la torre Eiffel para sustituirla por una Reichskriegsflagge, una enseña de guerra con una cruz gamada en el centro.

El monumento era un símbolo nacional, por eso los nazis se dieron prisa en cambiar su pabellón, convirtiéndolo en un recordatorio permanente y humillante de su dominio sobre Francia. Prohibieron el acceso al público, siendo los soldados de la Wehrmacht los únicos que podían disfrutar del mirador y comer en el restaurante.

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Cuando Hitler hizo su visita triunfal, el 23 de junio de 1940, no desaprovechó la ocasión de hacerse una foto desde el palacio de Chaillot, con la torre al fondo. Le habría gustado subir al mirador, pero desistió cuando le hicieron saber que los ascensores no funcionaban. Poco antes de la caída de París, Étienne Marc, el director del monumento, cortó los cables y destruyó todo el material eléctrico y mecánico que pudo.

Durante los cuatro años que duró la ocupación, aquella esvástica sobre el cielo de la capital fue la obsesión del bombero Sarniguet. Como dijo su hija, Jeanne-Marie Badoche, en una entrevista en TV3 en 2019, no hablaba de otra cosa: “Tengo que ser yo quien devuelva la bandera, tengo que ser yo quien devuelva la bandera…”.

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