A un mes y medio de abandonar la Casa Blanca, el presidente Joe Biden ha reaccionado rápida y decididamente a la última crisis internacional de su administración. Tras la fugaz toma de Damasco por parte de los rebeldes sirios, que ha supuesto la caída del brutal régimen de Bashar el Asad, inició una serie de 75 bombardeos contra militantes afines al Estado Islámico, organización terrorista a la que ha enviado un mensaje: no permitirá que aproveche el vacío de poder “para reestablecer sus capacidades” y reconstruir su influencia, advirtió el secretario de Estado, Antony Blinken. Para ello, mantendrá su presencia militar en Siria, con 900 soldados instalados en pequeñas bases en el norte y el este del país.
Paralelamente, Washington ha llamado a los rebeldes islamistas de la Organización para la Liberación del Levante (HTS, por sus siglas en inglés) a cumplir la promesa de su líder, Abu Mohamed el Yulani, de llevar a cabo una transición inclusiva con todas las minorías. Aunque la administración de Biden insiste en que no se quiere involucrar en el proceso, que debe ser “liderado por y para los sirios”, EE.UU. mantiene intereses estratégicos en el país. Además de la lucha contra el terrorismo, compite allí por la influencia con sus enemigos, á y Rusia. Su mayor aliado en la región, Israel, ya ha efectuado más de 300 ataques en Siria desde la caída del dictador El Asad para prevenir que los arsenales del régimen caigan “en manos de extremistas”.
El presidente electo Donald Trump heredará este contexto de inestabilidad y, aunque las acciones de su primer mandato pueden dar algunas pistas, su postura seguirá siendo una incógnita hasta su toma de posesión, el próximo 20 de enero. Su primera reacción, el sábado a través de Truth Social, fue pedir la no intervención estadounidense: “Siria es un desastre, pero no es nuestro amigo. Estados Unidos no debe tener nada que ver con ello. Esta no es nuestra lucha. Dejemos que se desarrolle la situación. No se involucren”.
El mensaje va en la línea de los lanzados durante la campaña, en la que se ha mostrado contrario al papel estadounidense en Oriente Medio y en lo que considera un conjunto de “guerras interminables”. Durante su primer mandato, designó en el 2018 a HTS como un grupo terrorista. En una de sus primeras decisiones cuando regrese a la Casa Blanca, deberá decidir si establece relaciones diplomáticas con el grupo islamista. También estará en sus manos mantener la presencia militar en Siria o, como ya hizo en Afganistán, iniciar su retirada, que completó de forma caótica y polémica un año después Biden.
En su primer año en el poder, Trump propuso inicialmente abandonar Siria, pero luego cambió de opinión, a medida que creció su beligerancia con el régimen de á y sus asesores le convencieron del interés estratégico de EE.UU. en el país, según afirmó después su enviado a Siria, James Jeffrey. Ese mismo año, en el 2017, autorizó el lanzamiento de 59 misiles de crucero contra una base aérea desde la que la inteligencia americana identificó que el Assad había lanzado armas químicas contra su propio pueblo. En el 2018, repitió una serie similar de bombardeos.
La coalición liderada por EE.UU, y sus aliados logró derrotar al Estado Islámico en Irak en el 2017 y, tras asociarse con las Fuerzas Democráticas Sirias, dirigidas por los kurdos, declaró en el 2019 el fin del llamado califato islámico en Siria, dando por terminado al grupo terrorista del que ahora se teme un resurgimiento. Tras este hito, Trump anunció la retirada de tropas de Siria, que jamás se completó.
Las decisiones que tome en su retorno a la Casa Blanca estarán influidas por las dos cabezas que conformarán su futuro gabinete, a falta de confirmación del Senado. Por un lado, la elegida para liderar los servicios de inteligencia, Tulsi Gabbard, ha sido durante años abiertamente contraria al intervencionismo en Siria. Por el otro, halcones como Marco Rubio, a quien nombrará secretario de Estado, o Mike Waltz, futuro asesor de Seguridad Nacional, defienden un papel activo en Siria y, en general, en Oriente Medio.
En el 2017, Gabbard –entonces congresista demócrata–, viajó a Damasco, se reunió con el Assad y lo alabó como un baluarte contra los grupos rebeldes islamistas y antiestadounidenses. Con el tiempo, ha reconocido que el líder depuesto era un ”dictador brutal“, pero seguía sosteniendo que su control de Siria era un mal necesario para contener al terrorismo.
Mike Waltz, futuro asesor de Seguridad Nacional
“Es buena noticia la caída de El Asad, pero deja un vacío que puede aprovechar HTS, cuyo líder es un terrorista declarado”
Tras la caída del régimen, tan solo se ha pronunciado al respecto en una breve declaración en la que apoyó la visión no intervencionista de Trump. El asunto sirio, así como sus presuntos vínculos con Rusia, serán objeto del interrogatorio que enfrentará en el Senado en enero cuando busque su confirmación.
Por otro lado, Rubio, que compitió en las primarias republicanas contra Trump en el 2015, defendió entonces la intervención estadounidense, entre otros métodos, mediante la imposición de zonas de exclusión aérea sobre Siria para proteger a los civiles de las represalias de El Asad.
Aunque todavía no se ha pronunciado sobre la toma de Damasco, sí lo ha hecho Waltz, que afirmó ayer en Fox News que “es una buena noticia la caída de el Assad, pero claramente deja un vacío que podría aprovechar HTS, cuyo líder, Julani, es un terrorista declarado”. El futuro asesor de Seguridad Nacional añadió que su equipo está “vigilando de cerca las decenas de miles de militantes de Estado Islámico” e insistió en que “siempre estaremos del lado de Israel”, en referencia a sus recientes bombardeos en la región del Golán.