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No era ningún secreto, pero el hecho era poco conocido: por paradójico o contradictorio que pudiera parecer, durante estos casi tres años de guerra, Rusia y Ucrania habían mantenido el acuerdo comercial por el cual Moscú seguía enviando gas a Europa a través del gasoducto Urengói-Pomari-Úzhgorod (conocido en la época soviética por el nombre de Bratstvo, Fraternidad), que atraviesa territorio ucraniano. Mientras ha durado esta situación, los ejércitos ruso y ucraniano han tenido sumo cuidado en que los combates no dañaran esta infraestructura, cuyo funcionamiento ofrecía a ambos ingresos útiles para mantener el esfuerzo de guerra. Pero esto ya se ha acabado.
Aprovechando la finalización del contrato entre la gasista rusa Gazprom y la ucraniana Naftogaz, el 31 de diciembre, el Gobierno ucraniano decidió no renovarlo y poner fin así a esta anómala situación. Desde el día 1 ya no pasa ni una gota. El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, lo ha calificado como “una de las mayores derrotas de Moscú”. La ruptura del contrato le costará a Gazprom –y por ende, al Estado ruso- una pérdida del orden de 5.000 a 6.000 millones de euros al año (muy superior al peaje que cobraba Kyiv por el tránsito del gas, de entre 700 y 800 millones anuales)
Los países de la UE más afectados por el corte son Austria, Eslovaquia y Hungría
El corte del gasoducto ucraniano no debería tener en principio un gran impacto en el suministro de gas ni en el precio del mismo en el conjunto de la Unión Europea, en la medida en que era un escenario anticipado. Así lo sostiene Bruselas, que ha asegurado que se han habilitado cuatro vías alternativas para garantizar el suministro a los países más afectados. En el 2023, la vía ucraniana aportaba menos del 10% del gas que llegaba a Europa, pero hay un puñado de países de Europa central y del Este que mantenían su adicción al barato gas ruso y sobre los que el corte tendrá unos efectos más acusados: Austria, Eslovaquia y Hungría, que en el 2023 recibieron por esta vía el 65% de sus importaciones de gas, así como –fuera ya de la UE- Moldavia, el más frágil de todos.
El Gobierno austriaco ha quitado importancia a la situación y asegura que lo tiene todo bajo control, mientras que el primer ministro eslovaco, el prorruso Robert Fico –quien recientemente fue recibido por el presidente ruso, Vladímir Putin, en el Kremlin-, ha puesto el grito en el cielo y amenazado a Kyiv con cortarle a su vez el suministro de electricidad. Hungría, por su parte, puede seguir recibiendo gas por el TurkStream –de menor capacidad- a través del mar Negro. Peor lo tiene Moldavia, aunque dentro de este país la zona más afectada es justamente la región separatista prorrusa de Transnistria, donde se han quedado sin electricidad ni calefacción en pleno invierno y donde muchas industrias han tenido que parar. No se trata precisamente de los más próximos aliados de Zelenski.
El gasoducto ucraniano era la última conexión importante que quedaba en funcionamiento para transportar el gas ruso hacia Europa, cerrados como están –además de saboteados- los Nord Stream 1 y 2 a través del mar Báltico y el gasoducto Yamal-Europa a través de Polonia. Durante este año, ha pasado por Ucrania una tercera parte del gas importado de Rusia, otra tercera parte por el TurkStream y la tercera parte restante en forma de gas licuado (GNL) por barco, cuyo destino preferente han sido los puertos de España y Francia.

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, el pasado 12 de diciembre en Bruselas
Como se ve, a pesar de la guerra y de las sanciones económicas y financieras contra Moscú, Europa sigue viviendo parcialmente del gas ruso, del que se ha ido desconectando y del pretende desembarazarse completamente en el 2026. Actualmente todavía representa cerca de un 18% de sus importaciones, mucho menos que antes de la guerra, mientras que han crecido exponencialmente las importaciones procedentes de Estados Unidos -el gran suministrador hoy, con casi la mitad del gas que se consume en la UE (47%)- y países como Qatar o Noruega. En este contexto, no deja de ser paradójico que el presidente electo de EE.UU., Donald Trump, haya amenazado a Europa con aplicar aranceles suplementarios a sus productos si no compran “masivamente” gas y petróleo norteamericanos. Es muy posible que lo haga por ignorancia, aunque desde luego no sin mala fe.
El corte del gasoducto ucraniano es un golpe para Rusia, que apenas ha conseguido recolocar en China y otros países una parte del gas natural que antes exportaba a Europa (en el último años, Gazprom registró más de 6.000 millones de euros de pérdidas), y le llega en un momento delicado. Es cierto que en el campo de batalla la guerra se desarrolla a su favor –en el 2024 arrebató 4.000 km2 de terreno al ejército ucraniano-, pero en el ámbito económico el horizonte es más bien oscuro, con un crecimiento a la baja (el FMI prevé un 1,3% para este año), una inflación desbocada (9%) y unos tipos de interés disparados (el Banco Central de la Federación Rusa mantiene el tipo director en el 21%) que ponen a muchas empresas en peligro. A Putin, el aniversario de sus 25 años en el poder se le ha agriado un poco.
- Espacio Schengen ampliado. Desde este miércoles, 1 de enero, un total de 29 países integran el espacio Schengen de libre circulación, tras la incorporación plena de Bulgaria y Rumanía (desde el verano pasado funcionaba ya en las comunicaciones aéreas y marítimas, pero no en las terrestres). Han tenido que pasar doce años desde que búlgaros y rumanos integraran la Unión Europea, en 2002, para hacerlo posible. Hace dos años la Comisión dio luz verde a su incorporación a Schengen, pero Austria mantuvo hasta el pasado mes de diciembre su veto mientras no se reforzaran las fronteras exteriores de ambos países. Sólo hay dos Estados de la UE que no están integrados en el espacio de libre circulación (Chipre e Irlanda), mientras que sí lo están cuatro que no forman parte de la Unión: Islandia, Liechtenstein, Noruega y Suiza.
- Giro prorruso confirmado. La deriva de Georgia, país teóricamente candidato a incorporarse a la UE pero en rumbo de aproximación hacia Rusia, se confirmó poco antes de acabar el 2024 con la toma de posesión del nuevo y contestado presidente, Mijeíl Kavelashvili, exfutbolista del Manchester City declaradamente prorruso y antioccidental. La oposición europeísta contesta su elección –a través de un sistema indirecto controlado por un Parlamento que consideran ilegítimo por fraude electoral- y miles de personas salieron a la calle como protesta. La presidenta saliente, la francogeorgiana Salomé Zurabishvili –exdiplomática francesa-, quien sostiene que es la única presidenta legítima del país, amagó con encastillarse en el palacio presidencial, pero finalmente lo abandonó ante la amenaza del Gobierno de sacarla por la fuerza.
- 25 años con Putin. Si alguien está satisfecho con el giro político en Tiflis, ese es el presidente ruso, Vladímir Putin, quien esta semana cumplió 25 años en el poder (en dos etapas como presidente y una intermedia, entre 2008 y 2012, en que enmascaró su continuidad ejerciendo formalmente como primer ministro). Cuando el entonces presidente Boris Yeltsin anunció en la Nochevieja de 1999 que dimitía del cargo y pasaba el testigo a Putin –un exagente secreto del antiguo KGB más bien gris-, muy pocos supieron calibrar en ese momento el cambio que iba a representar para Rusia y para Europa. En estos 25 años, Putin ha ido laminando paulatinamente la tierna democracia rusa hasta no dejar más que las formas –con los líderes opositores, perseguidos o muertos- y devuelto la guerra al continente con la invasión de Ucrania.