Las armas han callado, por el momento, en Gaza. La guerra se ha detenido y algunos de los rehenes israelíes todavía en manos de Hamas han empezado a ser liberados. Pero el alivio apenas basta para tapar el horror de estos últimos quince meses de destrucción y muerte. ¿Y con qué resultado? ¿Ha conseguido Israel en Gaza algo más que satisfacer su sed de venganza? La guerra desencadenada en represalia por el salvaje ataque del 7 de octubre del 2023 de Hamas contra la población civil del sur de Israel –con un balance de 1.200 muertos y más de 250 secuestrados– debía servir para acabar para siempre con la organización islamista palestina. Así lo prometió el primer ministro israelí, Beniamin Netanyahu. Pero nada de eso ha sucedido. Parafraseando a Augusto Monterroso en su célebre microrrelato de El dinosaurio: “Cuando Israel despertó, Hamas todavía estaba allí”. El enemigo no ha sido destruido. Y el problema palestino sigue ahí, agravado.

A pesar de la brutalidad de la ofensiva israelí –con más de 45.000 palestinos muertos, la inmensa mayoría civiles (una cifra que la revista científica The Lancet eleva a 65.000 solo hasta junio), y dos millones de desplazados–, Hamas no solo no ha sido destruida, sino que ha podido reemplazar las bajas que ha sufrido con nuevos combatientes.
Hamas ha reclutado tantos nuevos combatientes como bajas ha tenido en la guerra, hasta sumar 20.000
Lo constató con crudeza, poco antes de dejar el cargo, el secretario de Estado saliente de Estados Unidos, Antony Blinken, en su discurso de despedida ante el Atlantic Council: “Cada vez que Israel completa sus acciones militares y se retira, los militantes de Hamas se reagrupan y resurgen, porque no hay nada más que llene el vacío. De hecho, calculamos que Hamas ha reclutado a casi tantos militantes nuevos como ha perdido”. Según fuentes de la seguridad israelí citados por los medios hebreos, Hamas habría enrolado a unos 4.000 nuevos combatientes solo en el pasado mes, hasta sumar la cifra actual de unos 20.000 militantes armados en Gaza, a los que se deberían añadir otros 4.000 más del grupo Yihad Islámica.

Los servicios de seguridad israelíes sugieren que Hamas estaría “comprando” a sus nuevos reclutas con dinero y acceso a la ayuda humanitaria y a tratamiento médico. Es perfectamente posible. Pero probablemente hay razones de fondo más poderosas: la barbarie perpetrada por Israel contra la población civil palestina habrá contribuido decisivamente a engrosar las filas de Hamas con nuevos voluntarios.

Milicianos de Hamas, durante la entrega de rehenes en Gaza hace una semana
“Hace tiempo que le hemos dicho al Gobierno israelí que no se puede derrotar a Hamas solo con una campaña militar, que sin una alternativa clara, un plan para después del conflicto y un horizonte creíble para los palestinos, Hamas o algo igualmente aborrecible y peligroso volverá a crecer”, constató –impotente– Antony Blinken, para quien la línea seguida por el gobierno de Netanyahu está irremisiblemente abocada al fracaso: “Es una receta para una insurgencia duradera y una guerra perpetua”, concluyó. Tres cuartos de siglo de conflicto así lo atestiguan.
No se puede decir que EE.UU., bajo la Administración de Joe Biden, haya puesto precisamente toda la carne en el asador para convencer a su refractario aliado. Durante estos quince meses, Washington ha enviado ayuda militar a Israel por valor de casi 18.000 millones de dólares (según el Watson Institute for International and Public Affairs). Un apoyo incondicional que el ya expresidente, en su último mensaje desde la Casa Blanca, justificó a fin de evitar la extensión de la guerra a escala regional. Lo cierto es que el desprecio de Netanyahu hacia su gran protector y aliado no ha podido ser mayor. Y si finalmente acabó aceptando cerrar un acuerdo para un alto el fuego con Hamas apadrinado por EE.UU. –algo que meses atrás había rechazado– fue para no importunarse el primer día con el presidente electo, Donald Trump, que se involucró en la negociación. Pero habrá que ver si Netanyahu, presionado a su vez por sus socios de extrema derecha, mantiene el alto el fuego más allá de la primera fase de 42 días.
La Administración Biden dejó sobre la mesa una propuesta para una vía de salida del conflicto, que pasaría por expulsar a Hamas de Gaza, devolver el gobierno de la Franja a una Autoridad Nacional Palestina reformada, bajo la supervisión y con el apoyo –económico y de seguridad– de la comunidad internacional, y abordar la reconstrucción del enclave. Junto a todo ello habría que establecer una hoja de ruta, con unas condiciones y unos plazos precisos (nada de un “proceso interminable”), para la creación de un Estado palestino independiente. Algo que la derecha y la extrema derecha israelíes rechazan de plano...
El regreso de Trump a la Casa Blanca puede arruinar esta iniciativa y dar nuevas alas a los extremistas israelíes que sueñan en privado –y a veces incluso en público– con la expulsión de todos los palestinos de una tierra que, apelando a los textos sagrados, aseguran que les pertenece. Durante su primer mandato (2017-2021), Trump se alineó incondicionalmente con Israel y trabajó por la normalización de las relaciones entre el Estado hebreo y los países árabes mediante los Acuerdos de Abraham, desdeñando las aspiraciones de los palestinos. El ataque del 7 de octubre, lanzado por Hamas justamente con el fin de desbaratar la aproximación entre Israel y Arabia Saudí, demostró el escaso recorrido de esta vía.
No es descartable que los mismos actores se empecinen en el mismo error. Pero, por mucho que se empeñen, no habrá paz y seguridad para nadie en Oriente Medio si no se resuelve el problema palestino. Como gráficamente resumió Blinken ante el Atlantic Council: “Siete millones de judíos israelíes y cinco millones de palestinos están arraigados en la misma tierra. Ninguno de los dos va a desaparecer".