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Egipto, en el espejo sirio

Oriente Medio

La crisis económica alimenta el malestar de una población que ha visto caer al tirano del país vecino

An aerial view shows houses, as pictured through the window of a plane, in Cairo, Egypt, February 6, 2025. REUTERS/Amr Abdallah Dalsh TPX IMAGES OF THE DAY

Vista aérea de El Cairo y su intensidad constructiva y humana

Amr Abdallah Dalsh / Reuters

En un café abarrotado del centro de El Cairo, Ahmed reconoce en voz baja sentir envidia de los sirios. Las imágenes de la caída del régimen de Bashar el Asad también le provocan una punzada de nostalgia: “nosotros sentimos esa misma esperanza durante la revolución”.

Pero en Egipto no quedan restos de aquella ilusión de la plaza Tahrir que consiguió derrocar a Hosni Mubarak en 2011, el mismo año en el que Siria entró en guerra civil. “De los que estuvimos ahí, muchos están presos, los que pudieron se marcharon y los que nos quedamos, estamos simplemente deprimidos”, explica con resignación el joven, quien confiesa haber dejado de leer las noticias.

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El Gobierno de Abdelfatah el Sisi ha sido uno de los que menos ha celebrado la toma del poder por los islamistas de HTS (Organización por la Liberación del Levante), en parte por el temor a que la chispa de la insurrección se propague por la región, como en las primaveras árabes. Para evitar posibles ideas, la masiva red de policías y militares egipcios actuaron como cortafuegos en las primeras horas tras la toma de Damasco.

Las diversas celebraciones convocadas en El Cairo, donde residen la mayoría de los 1,5 millones de sirios desplazados en el país, fueron aplacadas y decenas de personas fueron detenidas. En los restaurantes de comida siria de la capital, miembros de los mujabarat (policía secreta) amenazaron a los dueños con retirarles sus licencias si exhibían la nueva bandera, según declararon fuentes de la oposición al gobierno a bet365 . “La posibilidad de que el caso sirio se repita en Egipto es poco probable en las condiciones actuales”, asegura a este diario Amr Magdi, investigador de Human Rights Watch (HRW). Sin embargo, considera que comparar ambos países “desvía la atención” de lo realmente importante. “¿El modelo actual egipcio es sostenible? Mi respuesta es no”, asevera Magdi.

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El analista está de acuerdo con Mohamed, un conductor de taxi que ha presenciado la degradación de El Cairo al otro lado de su parabrisas, y que demuestra ser un barómetro más fiable que los indicadores oficiales, que publican datos desde hace cinco años. “La gente está cada vez más angustiada por la subida de los precios. No conozco a nadie que llegue bien a final de mes”, explica, con el coche parado en el monumental atasco diario de la cornisa del Nilo.

“Sólo tienes que mirar a tu alrededor”. Las fachadas de los edificios, mordidos por la contaminación y la arena del desierto, demuestran aún más el desinterés por parte del régimen hacia su capital histórica. La ciudad, cuya área metropolitana ya alcanza los 22 millones, no tiene capacidad para hacer frente el desenfrenado nacimiento de más egipcios. Es el caso de barrios como Imbaba, uno de los más densamente poblados del mundo con más de 100.000 habitantes por kilómetro cuadrado. Allí, los bloques de ladrillo visto casi se besan en sus ventanas superiores, separadas por escasos 30 centímetros.

Tras el cambio de poder en Siria, Egipto ya es el país con más presos políticos de la región, según HRW

Es en estas zonas urbanas donde la crisis económica y la hambruna se ceban con más ansia. El pasado marzo, el endeudadísimo ejecutivo de Sisi alcanzó un acuerdo para recibir un préstamo de 8.000 millones de dólares del FMI que se suman a los otros 3.000 millones que recibió a finales de 2022. A cambio, Egipto aceptó devaluar su moneda e aplicar medidas de austeridad que han golpeado a la población, dependiente en su mayoría de los subsidios del Estado.

En mayo, la hogaza de pan conocida como aish (vida, en árabe), la base de la dieta egipcia, aumentó su precio un 300% de un día para otro. Sin embargo, nadie salió a la calle a protestar por temor a ser detenido. “Tras el colapso de la dictadura siria, Egipto se ha convertido en el país con más presos por motivos políticos de la región”, asegura Magdi, quien considera que el número de prisioneros podría ascender a decenas de miles.

Según él, “este nivel de coerción desnuda no es sostenible a largo plazo sin al menos ofrecer buenos resultados económicos”, asegura el investigador de HRW. Acusa además al ejército de haber engrosado sus cuentas con el dinero de los préstamos internacionales, que estaban llamados a reflotar la industria. “Es algo muy evidente en las calles. Ya no es un tema que se discuta en círculos de expertos o instituciones financieras”, añade.

El egipcio común puede ver como supermercados, gasolineras, hoteles y resorts ahora están en manos de militares. “No existen canales de para un cambio político pacífico, y cuando cierras todas vías normales, solo puedes esperar lo extraordinario, que puede tomar muchas formas y matices”, asevera Magdi.

Pero Sisi juega con una baraja muy distinta a las de Asad. Su poder está avalado por un Estados Unidos que quiere utilizar el Sinaí como destino para los gazatíes, y carece por completo de oposición organizada. Tampoco existe en el Sahara una región como Idlib, donde las milicias islamistas se armaron durante años para lanzar el envite que acabó con el régimen sirio. El equivalente egipcio, los Hermanos Musulmanes, quienes ascendieron al poder tras la revolución con el gobierno de Mohamed Morsi, fueron depuestos por las fuerzas armadas en 2013, lideradas por el actual presidente.

El gobierno de Sisi ha reprimido todas las celebraciones y protestas por la caída del régimen de Asad

Según Magdi, la organización fundamentalista “ha perdido gran parte de su poder y popularidad en los últimos años”. En este momento no hay una organización de los Hermanos Musulmanes dentro de Egipto, ya que ha sido fuertemente fragmentada y reprimida. Pero, “en caso de que haya un espacio abierto, podrían regresar de alguna forma más modesta” que en la década pasada, asegura.

Aunque Ahmed, quien, a sus 34 años, está cansado de revoluciones, cree que el pueblo es capaz de soportar lo insoportable. “No sabes lo que es el umbral del dolor hasta que conoces a los egipcios”, bromea. Se iría del país si pudiera. “Podría vivir en el sur de España”, asegura entre risas, “y viajaría a Damasco, para volver a sentirme como en Tahrir”.

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