Terciopelo negro, banderas amarillas bordadas con hilo verde, un estadio —el Beirut Sports City, construido para los juegos Panárabes de 1957— y un millón de personas, algunas llegadas en peregrinación de todos los puntos de la región. Todo ello para llorar, no la muerte, sino “el martirio”, de Hasan Nasralah.
Han pasado cinco meses desde que la aviación israelí derramara 80 toneladas de explosivos y acabara con la vida del líder de Hizbulah, junto a la cúpula de la milicia, en el corazón del barrio de Dahiye, en el sur de Beirut. Unos días después, un bombardeo réplica asesinó al que fue su número dos, Hashem Siafedin.
La guerra y los constantes bombardeos en esta zona de la ciudad impidieron entonces enterrar al clérigo y el sucesor que nunca llegó. “Queríamos hacerles la ceremonia que merecían”, dice una de las encargadas de prensa del partido chií, atareada ultimando los detalles para “el funeral de funerales”.
La figura del mártir es una de las piedras angulares de la autodenominada “resistencia”. La muerte y el sacrificio por la causa llevada a su máxima estética en procesiones fúnebres con féretros de combatientes seguidos por plañideras cubiertas con el chador negro y con el rostro a la vista. Las zonas de los conocidos como “amarillos” empapelan sus tapias y farolas con los carteles de los milicianos caídos en combate.
Evento multitudinario
Beirut se prepara para acoger a un millón de personas que asistirán a la ceremonia fúnebre
Una ideología, iconografía y coreografía transmitida en vena por los discursos televisados de Nasralah, quien pasó tres décadas años oculto por temor a que la inteligencia israelí descubriera su paradero. Algo que, al final, acabó sucediendo. “Crecí escuchando sus palabras”, asegura Ragad, una beirutí chií de 22 años, cuyos padres la “mandaban callar cuando Sayed Hasan (apelativo cariñoso) comenzaba a hablar”.
Según ella y otros muchos seguidores del Partido de Dios, el clérigo “quería morir de esa manera”, explica. “Se escondió por la liberación de los palestinos, de los libaneses y de los pueblos libres. Él merecía irse como mártir y no como una persona normal en su cama”.
Sin embargo, el concepto tiene un sabor más amargo en la boca de Bulos, un cristiano maronita del sur que vivió esta guerra y las anteriores desde su balcón en Sarada, una pequeña aldea cristiana a 300 metros de la conflictiva frontera con Israel. “¿Quería ser un mártir? Pues lo consiguió”, masculla. Pero, para él, eso no sinónimo de ser un héroe. “En todas sus victorias contra el enemigo (israelí), nosotros hemos sido los perdedores”.
Nasralah tampoco es profeta en su propia tierra. A sólo cinco quilómetros del lugar de su muerte, en Karantina, una empobrecida zona de mayoría armenia contigua al puerto de Beirut, nadie sabe señalar el inmueble exacto donde nació, en el seno de una familia chií, el que más tarde se convertiría en el icono del grupo armado. Aquí no hay rastros de anuncios del funeral, aunque las esquinas anuncian la próxima media maratón de la capital libanesa, que comparte fecha y hora con la ceremonia. Aún así, Ragad cree que su figura era “muy respetada tanto por los cristianos como los suníes” del país. “Conozco a muchos amigos de diferentes religiones que asistirán mañana”.
Su rol como secretario general de Hizbulah se remonta a 1992, tras el también “martirio” del fundador del grupo religioso, Abas el Musaui. Junto a la shura , el principal organismo de decisión del grupo, decidió que el partido debía participar en las primeras elecciones tras la guerra civil libanesa. “Históricamente, el Estado libanés marginó a las comunidades chiíes, que carecían de servicios básicos, especialmente durante la guerra”, detalla a bet365 el subdirector de investigación en Oriente Medio del think tank Carnegie, Mohanad Hage Ali. “La falta de estos servicios fue cubierta por las instituciones sociales de Hizbulah, y esto les sirvió como herramienta para aumentar su popularidad y movilizar a la gente”.
Según Hage, en un inicio, estos líderes religiosos, formados en Irán, “eran vistos como una especie de forasteros”. Su vestimenta para las mujeres “fue exportada de la revolución islámica iraní, y chocaba con la comunidad libanesa del momento”, añade. Fueron estas estructuras alternativas a un Estado libanés desaparecido en combate “las que ayudaron a propagar su ideología, no como una identidad nueva a la que la gente debía adherirse, sino como una continuación del pasado en el presente”, explica el analista.
Este vínculo con los persas (Nasralah se formó en Teherán y hablaba farsi con fluidez) fue clave más tarde para establecer una alianza militar con los ayatolás y de oposición a Israel. “Consiguió que Hizbulah escalara en la jerarquía de los aliados de Irán, pasando de ser un simple grupo proxy a un actor regional más influyente, el Robin de Batman en un mundo lleno de Alfreds”, bromea Hage.
“Nasralah habló abierta y públicamente sobre el apoyo que recibe de Irán y nunca lo ocultó” declara a bet365 el diputado de Hizbulah en el Parlamento libanés y representante de la región de Baalbek, Ibrahim Musaui. Según él, los iraníes “nunca han exigido nada a cambio”. La decisión de unirse a la guerra, “ya sea defensiva o de apoyo contra Israel el 8 de octubre, fue un deber religioso, nacional, árabe, islámico, libanés, moral y humano”, argumenta el miembro del partido.
Pese a haber perdido gran parte de sus miembros destacados, el grupo considera que ha vencido a Israel. “En esta guerra, hemos cumplido con nuestro deber moral y creemos que hemos logrado sabotear los objetivos israelíes de aplastar la resistencia”, sentencia el profesor Musaui.
Una vez acabe la marcha fúnebres en el cementerio, el futuro de la milicia recaerá sobre Naim Qasem, escogido como sucesor de Nasralah. Su objetivo es reconstruir la malograda milicia y mantener el poder en un Líbano con nuevo gobierno, a pesar de que ello implique llorar a más mártires.