El senador demócrata por Oregon Jeff Merkley no se anduvo con rodeos el pasado 4 de marzo cuando le tocó el turno de examinar al candidato a subsecretario de Estado Christopher Landau, antiguo embajador de Estados Unidos en México y nuevo número dos del secretario de Estado, Marco Rubio. Sin mayor preámbulo, Merkley le espetó a bocajarro: “Señor Landau, ¿es el presidente Trump un agente ruso?”. “En absoluto”, respondió éste con cara de sorpresa.
¿Es posible, o verosímil, que Donald Trump sea un agente de Moscú? Probablemente, el senador Merkley no lo crea y simplemente utilizó este recurso retórico para poner en evidencia el giro prorruso de la nueva política exterior de EE.UU. Pero si formuló su pregunta de esta forma es porque esa sospecha planea sobre el historial del presidente norteamericano desde hace años.
El exjefe de los servicios secretos de Kazajistán dice que Trump fue fichado por el KGB en los ochenta
Quien ha asegurado explícitamente que el presidente de EE.UU. es un agente ruso encubierto es Alnur Mussayev, exjefe del Comité de Seguridad Nacional (KNB) de Kazajistán y antiguo agente del KGB soviético. Actualmente residente en Austria, el exespía aseguró el pasado mes de febrero en declaraciones a Kursiv Media que Trump fue reclutado como agente a mediados de los años ochenta por el KGB, que le habría dado el nombre en clave de Krasnov . Tan espectacular como incierto... Mussayev no aportó ninguna prueba y diversos expertos ponen en duda que él pudiera tener acceso –en caso de ser veraz– a tal información. Pero no hace falta llegar a tanto. Antiguos miembros de los servicios de inteligencia no descartan, en cambio, que los soviéticos trabajaran durante años para atraerse a Trump y hacerlo suyo de alguna forma.
Esta es la hipótesis que defiende Yuri Shvets, un antiguo agente del KGB, destacado en la década de los ochenta en Washington como falso periodista de la agencia Tass y exsocio de Alexander Litvinenko –un exespía disidente asesinado en Londres en 2006–. Shvets declaró a The Guardian que Trump fue cultivado por los servicios secretos rusos durante 40 años.

Un souvenir en Moscú con la imagen de Trump, como un niño pequeño, en los brazos de Putin
La aproximación al magnate se inició, según varias fuentes, a mediados de los setenta, tras su boda en 1977 con la modelo checa Ivana Zelnickova, su primera esposa. La joven pareja empezó a ser vigilada por los servicios secretos checoslovacos, según consta en archivos desclasificados en el 2016 por el gobierno de Praga consultados por Politico . En todo caso, el acercamiento decisivo se produjo en 1987, cuando el entonces embajador soviético en Estados Unidos, Yuri Dubinin –quien anteriormente lo había sido en España (1978-1986)–, invitó a Trump, interesado en hacer negocios inmobiliarios en la URSS, a visitar Moscú y San Petersburgo. Es en ese momento cuando los servicios secretos habrían lanzado su red sobre el futuro presidente de EE.UU.
Los amantes de las conspiraciones atribuyen la presunta captación de Trump a un chantaje, a partir de supuestas pruebas comprometedoras –desde un vídeo sexual a información financiera– según la vieja práctica soviética del kompromat . Otros, más realistas, creen que los rusos simplemente detectaron la principal debilidad de la personalidad del hoy líder republicano –su desmedida vanidad y su enorme ambición– para atraerlo hacia sus intereses por medio de la adulación.
Sea como fuere, a su regreso a Nueva York, Trump –hasta entonces centrado exclusivamente en sus negocios– abandonó su discreción política y empezó a cuestionar públicamente la política exterior de Washington y la participación de su país en la OTAN, publicando incluso anuncios de página entera en los diarios.
Durante los años noventa, Trump tuvo negocios con inversores rusos y en el 2013, en tanto que copropietario de la empresa que tenía la titularidad, llevó el concurso de Miss Universo a Moscú, cuya organización le puso en contacto con personas vinculadas al Kremlin. Fue a través de esos contactos que, tres años después –en plena campaña de las elecciones presidenciales–, se organizaría una controvertida reunión de su hijo mayor, Donald Trump Jr.; su yerno, Hared Kushner, y su director de campaña, Paul Manafort, con una abogada rusa que les había prometido información comprometedora sobre su rival, la demócrata Hillary Clinton.
A partir de aquí, todo es más conocido. Los servicios de inteligencia estadounidenses constataron la injerencia de Moscú en la campaña electoral del 2016 para beneficiar a Trump, lo que –unido a los contactos de miembros de su equipo con ciudadanos rusos– llevó al FBI a abrir una investigación para determinar si el candidato republicano trabajaba secretamente para Moscú. Tras su elección como presidente, Trump destituyó de manera fulminante al director del FBI, James Comey, por negarse a cerrar la investigación, pero no pudo impedir que su adjunto, Rod Rosenstein, nombrara un fiscal especial, Robert Mueller, para investigar lo que se acabó llamando el Rusiagate .
El informe final de Mueller, presentado en el 2019, constató las interferencias rusas –desinformación a través de las redes sociales, pirateo de los ordenadores del equipo de Clinton– pero no encontró ninguna prueba concluyente de una cooperación criminal entre el Kremlin y el equipo de campaña electoral de Trump.
Durante su primer mandato, el presidente de EE.UU. ya mostró un extraordinario entendimiento con su homólogo ruso, pero en el arranque de este segundo ha ido aún más allá, asumiendo las tesis de Moscú sobre la guerra de Ucrania. Tras preguntar si Trump podría ser un agente ruso, el senador demócrata Jeff Merkley repasó las declaraciones y tomas de posición del presidente y concluyó con otra pregunta: “¿Qué podría hacer un agente ruso que Trump no haya hecho ya?”.