Donald Trump ha declarado a todo el mundo una guerra comercial que nadie quería, llevando el tipo medio arancelario a las importaciones estadounidenses a niveles de hace un siglo. Ahora que ha efectuado el primer disparo, abre la puerta a negociar una tregua con cada país de forma individual para lograr acuerdos que permitan equilibrar el déficit comercial.
“Todos los países nos llaman, esa es la belleza de lo que hacemos. Nos ponemos en el asiento del conductor. Si les hubiéramos pedido un favor, habrían dicho que no. Ahora harán cualquier cosa por nosotros”, dijo el jueves a bordo del Air Force One en dirección a Florida, donde pasará un fin de semana largo jugando al golf mientras el orden económico se desmorona. “Los aranceles nos dan gran poder de negociación. Siempre lo han hecho” añadió.

Donald Trump y su hijo Eric, ayer en un carrito de golf en Doral (Florida) (LAUREN SOPOURN / AFP)
“Mis políticas nunca van a cambiar, llegó el momento de hacernos ricos”, dijo Trump en defensa de las tarifas
El presidente construyó su leyenda como empresario en su autobiografía, El arte de la negociación (1987), escrita junto a Tony Schwartz. Sus defensores la citan ahora como una prueba de que lo que busca con los llamados “aranceles recíprocos” es plantear unas condiciones tan agresivas que los demás países no tengan otra opción que ceder ante sus demandas. Pero no está tan claro que vayan a hacerlo, ni que Trump tenga interés en cerrar acuerdos: lleva décadas defendiendo los aranceles como una forma de castigar a los países, aliados y enemigos, que “se han aprovechado de nosotros” y “nos han saqueado, expoliado, violado y estafado”, como si la globalización no hubiera redundado la prosperidad de Estados Unidos.
“Mis políticas nunca van a cambiar, llegó el momento de hacernos ricos”, dijo ayer a través de su plataforma, Truth Social. “La única manera de libraros de los aranceles es invertir en nuestro país”, advirtió a las empresas perjudicadas. “Esto no es una negociación”, dijo su asesor Peter Navarro. “No hay ninguna posibilidad de que Trump dé marcha atrás con sus aranceles”, aseguró el secretario de Comercio, Howard Lutnick.
Israel, uno de los pocos aliados que conserva la América MAGA, eliminó todos sus gravámenes a los productos estadounidenses antes del anuncio del republicano, pero obtuvo como respuesta unas tarifas del 17%. La Unión Europea, impactada con aranceles del 20%, ya ha anunciado medidas de represalia, aunque mantiene la puerta abierta a la negociación. Ayer, su comisario de Comercio, Marcos Stefcovic, se llamó durante dos horas con Lutnick y determinó que “la relación comercial necesita un nuevo enfoque”.
China, el motivo geopolítico de fondo de esta guerra comercial, con tarifas del 34% que se añaden a las del 20% ya existentes, ya ha devuelto el disparo con aranceles de igual tamaño a los impuestos por EE.UU., que entrarán en vigor el 10 de abril. Trump respondió ayer con un desafío en sus habituales mayúsculas: “CHINA SE EQUIVOCÓ, ENTRÓ EN PÁNICO, ¡LO ÚNICO QUE NO PUEDEN PERMITIRSE!”, publicó.
México y Canadá, los primeros países a los que Trump declaró la guerra comercial, con gravámenes del 25%, lograron aplazar en dos ocasiones sus aranceles, hasta que finalmente el republicano los impuso, eximiendo a los productos importados bajo el acuerdo de libre comercio entre los tres países. Trump vendió ambos aplazamientos como un éxito negociador. En sus llamadas con el entonces primer ministro Justin Trudeau y la presidenta Claudia Sheinbaum, ambos se comprometieron a reforzar la frontera.
Sin embargo, en realidad no fueron grandes concesiones, pues Canadá ya había anunciado dos meses antes su plan de inversión de 900 millones de dólares para los próximos seis años, y México amplió su despliegue militar con 10.000 soldados adicionales, lo que llevó a los críticos a cuestionar su efectividad.
La Casa Blanca envía mensajes contradictorios: por un lado, muestra fortaleza y dice que no hay forma de evitar los aranceles; por el otro, invita a los afectados a buscar acuerdos. Esa incertidumbre envía la pelota a los demás países, que deben medir su reacción para no dañar sus propias economías y negociar sin la certeza de que vayan a lograr una tregua.
El jueves, Trump dijo que negociará solo “si alguien dice que nos va a dar algo fenomenal, por ejemplo con TikTok. China probablemente dirá que aprobaremos un acuerdo, pero que ustedes hagan algo con los aranceles”, afirmó, aunque luego reconoció que esas conversaciones no se estaban produciendo. Ayer publicó que extenderá otros 75 días el margen para llegar a un acuerdo que evite su prohibición en el país, que estaba prevista inicialmente para el 19 de enero, pero Trump la había pospuesto hasta este sábado.
El Día de la Liberación, como Trump bautizó al 2 de abril, siguió a una de sus principales promesas y rompió con el orden establecido desde la Segunda Guerra Mundial para abrazar de nuevo el proteccionismo de su admirado William McKinley, el 25º presidente. También rompió con cuatro años de crecimiento de los mercados de valores, que su predecesor, Joe Biden, dejó en máximos históricos. Después de firmar en marzo el peor mes en más de dos años, el S&P 500 lleva dos días consecutivos cayendo a un ritmo que no se veía desde la pandemia, en el 2020, y el Nasdaq ya se sitúa un 20% por debajo de su pico. La Administración tiene explicación para todo. Según el secretario del Tesoro, Scott Bessent, los índices bursátiles de EE.UU. están en un “periodo de desintoxicación”. Sin embargo, el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, alertó ayer de que el periodo podría ser más doloroso y prolongado: “Nos enfrentamos a una perspectiva muy incierta con elevados riesgos tanto de mayor desempleo como de mayor inflación”.