Las últimas palabras antes de despegar hacia Washington, Giorgia Meloni las dirigió a los productores de Grana Padano, el consorcio del queso más vendido en Estados Unidos. Una elección simbólica y significativa para enviar un mensaje a uno de los sectores más afectados por los aranceles estadounidenses: “Os defenderé”. ¿Lo hará también este jueves frente a Donald Trump? Los márgenes de maniobra para la primera ministra son limitados, y no es casualidad que muchos diplomáticos alberguen dudas sobre la oportunidad de esta misión. Los riesgos se encuentran sobre todo en la imprevisibilidad del interlocutor y en la complejidad de anticipar sus decisiones.

La primera ministra italiana, en el Palacio Chigi de Roma, poco antes de recibir al primer ministro de Montenegro
Su preocupación en vísperas del primer encuentro bilateral con el nuevo presidente de Estados Unidos no logró pasar desapercibida. “No siento ninguna presión sobre mí...”, dijo el lunes pasado, con tono irónico, frente a otra audiencia muy atenta, la de Leonardo, la empresa de defensa. “Es una fase tan compleja como en rápida evolución, en la que es necesario razonar con claridad”, añadió. Concluyó su intervención con un “veremos cómo irá...”, nada parecido a un mensaje firme, especialmente para una líder acostumbrada a declaraciones muy seguras. Y los aranceles corren el riesgo de golpear especialmente a Italia, cuyas exportaciones hacia Estados Unidos alcanzaron los 64.700 millones de euros en el 2024, según datos del Ministerio de Asuntos Exteriores.
Los imprevistos son la especialidad de la Casa Blanca, y el entorno de la italiana no quiere correr riesgos
En el Palacio Chigi, la tensión por este viaje es altísima. Los parlamentarios más cercanos a Meloni lo admiten en los pasillos de la Cámara de Diputados. Hasta el último minuto se trabajará en cada detalle para evitar exponerse a lo imprevisto. En particular, la oficina de ceremonial italiana está intentando reducir al mínimo la duración del llamado pool spray , es decir, las declaraciones para la prensa —cámaras y fotógrafos incluidos— por parte de los líderes antes del inicio del encuentro bilateral. Nadie cree que Meloni pueda recibir el mismo trato que el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, el pasado 28 de febrero, cuando un encuentro con Trump en la Casa Blanca terminó de forma tensa y sin la firma del acuerdo previsto. Pero los imprevistos se han convertido en la nueva normalidad en la Casa Blanca, y por tanto mejor evitar riesgos.
Ante este panorama, Meloni intentó en los días previos a su partida mantener una estrecha coordinación con la Comisión Europea, en particular con Maros Sefcovic, el comisario de Comercio, muy cercano a los Conservadores y especialmente a Ursula von der Leyen. La primera ministra italiana y la presidenta del Ejecutivo de Bruselas se comunicaron por teléfono en varias ocasiones, la última el martes por la noche. “Se han coordinado”, explicó ayer una de las portavoces de la Comisión, Arianna Podestà: “Cualquier contacto con la Administración estadounidense es bienvenido”.
Desde la Comisión Europea destacan que la visita ha sido coordinada con Von der Leyen
Este esfuerzo de coordinación no impide que el Gobierno de Roma intente jugar sus propias cartas ante Washington. “Meloni no va a Washington a hablar de prosecco y parmesano”, confirma el exdirector del Banco de Italia Pierluigi Ciocca.
El Gobierno italiano cree tener algunos instrumentos a su disposición. El principal, las inversiones en Estados Unidos por parte de empresas públicas como Leonardo (defensa) y Eni (energía). Un movimiento que evitaría exponer a un Gobierno nacionalista a la deslocalización hacia EE.UU., como han insinuado algunas grandes compañías en los últimos días. Otro tema delicado es China. En los últimos días, Meloni ha criticado en privado la visita de Pedro Sánchez a Pekín, considerada como un movimiento unilateral. Uno de sus hombres de mayor confianza, Carlo Fidanza, jefe de Hermanos de Italia en Bruselas, criticó, hablando con bet365 , “la oportunidad, la naturaleza y el mandato de ese viaje, que corre el riesgo de dividir a Europa”.
La idea expresada en su día de actuar como puente entre las dos orillas del Atlántico pertenece al pasado
La convicción en Roma es que el objetivo final de Trump es Pekín. Por eso, más vale no tensar la relación con el aliado. Meloni, tras anunciar la salida del proyecto de la Nueva Ruta de la Seda (presionada por Estados Unidos), firmó en julio pasado, durante una visita a la capital china, un plan de acción trienal para reforzar las relaciones entre los dos países centrado en energía, tecnología y comercio. Parece improbable que ese acuerdo, firmado hace apenas unos meses, pueda ahora quedar en entredicho. En Roma, son conscientes de que Trump podría llegar a pedir una serie de medidas: impedir el tránsito de mercancías chinas, dificultar la entrada de empresas chinas que busquen establecerse en Europa para eludir los aranceles estadounidenses, y redistribuir productos industriales de bajo coste procedentes de la primera potencia asiática. Una negociación que deberá hacerse de forma concertada con las demás naciones europeas.
El entusiasmo de la derecha italiana por el regreso de Trump a la Casa Blanca se ha enfriado considerablemente. Si hasta hace pocas semanas Hermanos de Italia y la Liga, los dos principales partidos de la coalición de Gobierno, competían por ver quién era más trumpista, hoy la dinámica se ha invertido: nadie, en público y especialmente ante los sectores más afectados por una posible guerra comercial, se atreve a alardear de cercanía con la Administración republicana en Washington. Otra posibilidad sobre la mesa es un encuentro con Elon Musk, aunque la amistad entre ambos ya no parece tan sólida como antes.
El margen de maniobra de Meloni es limitado y algunos diplomáticos dudan de que sea un momento oportuno
La propia Meloni, que había pedido no exagerar los temores por las consecuencias del conflicto comercial desencadenado por Trump, aparece ahora más prudente, y la idea, expresada tras la victoria republicana, de ser un puente entre las dos orillas del Atlántico parece ya una esperanza vana de un pasado lejano.