Jorge Mario Bergoglio, el argentino que en la lluviosa noche del 13 de marzo del 2013 fue elegido Papa con el nombre de Francisco, eligió un lunes de Pascua para decir adiós. Que su pontificado iba a ser una sacudida para la Iglesia católica del siglo XXI se palpó es misma noche del cónclave y la fumata blanca, cuando él mismo se adelantó a la sorpresa que sabía despertaría su elección y auguró por dónde irían los tiempos bajo su báculo.
Sus primeras palabras desde el balcón de la basílica de San Pedro, tras dar las buenas noches, fueron: “Vosotros sabéis que el deber del cónclave era dar un obispo a Roma. Me parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo”. Pidió rezar “por la fraternidad” en la tierra y abogó por un “fructuoso camino de evangelización”.
Era el primer papa no europeo desde el siglo V y el primer papa americano, procedente además de Latinoamérica, donde el catolicismo mantiene una vitalidad envidiada por los obispos de la Europa de la secularización, y donde las desigualdades sociales ante el acceso a los recursos económicos impregnan con intensidad el mensaje cristiano. Era también el primer papa jesuita.
En la plaza de San Pedro del Vaticano, donde esta cronista se hallaba como enviada especial para la cobertura informativa del inesperado cónclave desencadenado por la renuncia de Benedicto XVI, la sorpresa ante el nombre del elegido era mayúscula.El arzobispo de Buenos Aires, que en el cónclave del 2005 había frenado ante los cardenales electores su propia opción al papado ante Joseph Ratzinger, había aceptado esta vez.
Vaticinio en el cónclave del 2013
En sus primeras palabras tras ser elegido Papa, Jorge Mario Bergoglio pidió rezar “por la fraternidad” en la tierra y abogó por un “fructuoso camino de evangelización”
Bergoglio tenía 76 años y decidió llamarse Francisco, un nombre asociado como pocos a la humildad. Ha fallecido a los 88 años, tras un pontificado de doce años en el que ha dejado claro que quería otro mundo, más igualitario y más justo, más atento a los desheredados de la tierra: pobres, refugiados, migrantes, enfermos.
En la mirada de Francisco, dos grandes males sociales aquejan al mundo presente: el individualismo de los privilegiados, que mira con indiferencia a los más vulnerables; y el populismo que atiza la ira de las personas, sirviéndose de ellas para sus objetivos políticos.
“El desprecio de los débiles puede esconderse en formas populistas, que los utilizan demagógicamente para sus fines, o en formas liberales al servicio de los intereses económicos de los poderosos. En ambos casos se advierte la dificultad para pensar un mundo abierto que tenga lugar para todos, que incorpore a los más débiles y que respete las diversas culturas”, escribió Francisco en el 2020 en Fratelli tutti, la encíclica que mejor define su pontificado, subtitulada significativamente “sobre la fraternidad y la amistad social”.

Peregrinos con una cruz dirigiéndose a la plaza de San Pedro del Vaticano tras conocerse la muerte del Papa Francisco, el 21 de abril del 2025
Entre el individualismo neoliberal y el populismo casi siempre nacionalista, Francisco llamaba a cristianos y gentes de buena voluntad, a políticos y empresarios, a practicar la fraternidad como tercera vía. Lo que la humanidad debe hacer, razonaba el Papa, es acogerse a una noción clásica de la doctrina social de la Iglesia: el destino universal de los bienes, que ampara la propiedad privada pero le atribuye obligaciones sociales.
“El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal”, escribió Bergoglio. ¿Pensó quizá también en todo esto el papa Francisco cuando recibió el domingo al vicepresidente de Estados Unidos, J.D. Vance?
El Papa argentino se ha ido de este mundo dejando ese mensaje para unos tiempos convulsos de terremotos geopolíticos. En su legado queda también la voluntad de acometer reformas para poner al día a la Iglesia católica, desde nombrar a mujeres para altos cargos de la curia romana hasta permitir la bendición de parejas homosexuales, si bien el balance deja insatisfechos a los católicos más progresistas. Al tiempo, su programa irritó a la oposición interna ultraconservadora. El camino que ha abierto deberá ser transitado con tino por su sucesor.