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Dos entierros extramuros: de Pío IX a Francisco

Adiós al Papa

El cortejo mortuorio del papa argentino tendrá poco que ver con el del último papa-rey, enterrado enSan Lorenzo Extramuros

La tumba del papa Francisco será de mármol de la región italiana de Liguria y llevará la inscripción 'Franciscus'

La tumba del papa Francisco será de mármol de la región italiana de Liguria y llevará la inscripción 'Franciscus'

VATICAN NEWS / Europa Press

Durante el primer trimestre de 2024, aprovechando las horas de cierre de la basílica papal, los operarios contratados por el arcipreste de Santa María la mayor, el cardenal Stanisław Ryłko, y su sucesor, el cardenal Rolandas Makrickas, trabajaron para convertir un antiguo espacio cegado en una sepultura papal.

Solamente el Cabildo Liberiano, que es como se llama al conjunto de canónigos (entre ellos Joan Esquerda y Valentí Miserachs) que prestan su servicio en la más antigua iglesia de Roma dedicada a santa María, así como los trabajadores del templo, pudieron ver cómo aquel espacio de la nave lateral entre la Capilla Sforza y la Capilla Paulina se convertía en un sepulcro sencillo pero digno. La basílica, como ya informamos en otro artículo, es la más iberoamericana de Roma, la preferida por los romanos.

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Imagen vertical de la tumba del papa Francisco en Santa María la Mayor

Su contratista, el papa Francisco, había pedido que fuera “sencillo, sin decoración particular y con la única inscripción: Franciscus”. El mecenas, un empresario del norte de Italia con delegación en Catalunya, se permitió añadir mármol de Liguria. Era conocida su admiración por el pontífice argentino y su devoción a la Virgen. El resultado no desnaturalizó el espíritu adicional del encargo: que no tuviera impacto en el presupuesto de la Santa Sede.

Este sábado, el traslado de los restos de la basílica de San Pedro a la de Santa María será muy distinto al del beato Pío IX, último soberano de los estados Pontificios, que eligió la basílica de San Lorenzo Extramuros. Su cuerpo fue llevado allí la noche del 13 de julio de 1881, tal como también había dispuesto en su testamento. Cuando el cortejo se acercaba al Tíber, un grupo de romanos quiso lanzar el ataúd al río, cosa que sólo impidió la escolta militar.

El último papa-rey se había fortificado desde 1870 en el Vaticano, gesto políticamente comprensible por la ocupación de su estado por el rey Víctor Manuel II, pero que le alejó de su antiguo pueblo. En cambio, la apertura de la Santa Sede al diálogo con el mundo durante este pontificado hace presagiar exactamente lo contrario: una comitiva que pueda avanzar sólo lentamente para dar oportunidad de expresar a los romanos su despedida.

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Allí compartirá sepultura con otros siete papas: Onorio III (1216-1227), Nicolás IV (1288-1292), san Pío V (1566-1572), Sixto V (1585-1590), Clemente VIII (1592-1605), Paolo V (1605-1621) y Clemente IX (1667-1669). Se da la circunstancia de que Nicolás eligió como epitafio, por su condición de franciscano, la frase “aquí yace Niccolò, hijo de Francisco”. Tal vez el cónclave nos traiga a otro hijo espiritual de Francisco, como nuevo pontífice, por su relación con esa misma basílica.

Hay en ello una doble lección. Una Iglesia en diálogo con el mundo, sin contemporizar con él, suscita sorpresa, interrogación y respeto, base para saltar a la afección. Una Iglesia inamovible, que no acepta la autonomía del orden creado, suscita la desconfianza, la incomprensión y la animadversión, barranco para dar el salto a la fe. Y la actitud de santa María, modelo de auxilio a quienes tenía alrededor, es la mejor metáfora. En el fondo, como decía el teólogo jesuita Hans von Balthasar, “Sólo el amor es digno de fe”.

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