La imagen del sencillo ataúd del papa Francisco desfilando con el papamóvil por el centro de Roma hasta ser despedido por los más marginados en Santa María la Mayor es la última de las sorpresas que regaló al mundo Jorge Mario Bergoglio, un pontífice que durante doce años jamás dejó de asombrar a los periodistas.
Alérgico al protocolo, solía traer más de un quebradero de cabeza a los corresponsales que no podían fiarse de los discursos embargados que les llegaban de sus portavoces. El argentino, con su habitual sentido del humor, de vez en cuando improvisaba parte de sus mensajes. Uno de los más recordados, que ha vuelto a resurgir estos días de luto, es el que hizo con jóvenes en La Habana. “Hablen de las cosas grandes que desean, porque cuanto más grande es la capacidad de soñar, y la vida te deja a mitad camino, más camino has recorrido”, dijo.
Durante doce años, el argentino jamás dejó de asombrar a la prensa con sus escapadas o mensajes improvisados
El Papa fue dando estas sorpresas hasta los últimos días, cuando se escapó de su recuperación en la residencia de Santa Marta para visitar la basílica de San Pedro vestido en camiseta y poncho. O durante otras convalecencias, cuando llegaban al correo electrónico las noticias de su recuperación compartiendo una pizza con los médicos que le habían asistido en el policlínico Gemelli de Roma. Francisco, que solía decir que los curas debían “oler a oveja”, lo que más echaba de menos de Buenos Aires era lanzarse a las calles.
No dejó de hacerlo ni siquiera como Pontífice: en enero del 2022, sin avisar a nadie, se adentró en una tienda de discos que solía visitar durante sus estancias en Roma cuando era arzobispo de Buenos Aires y se quedaba en la cercana Casa del Clero, en Via della Scrofa. Salió con un CD de música clásica entre sus manos. En el 2015, entró en una óptica del centro de Roma para cambiar los cristales de sus gafas. Al año siguiente, fue a una tienda de zapatos ortopédicos, los mismos que desgastó durante todo su pontificado y con los que ha sido enterrado.
Este carácter hizo que viviera una de las peores experiencias de su papado durante la pandemia, cuando se sintió enjaulado en el Vaticano. Jorge Mario Bergoglio dejó aquella imagen para la historia al presidir, en una lluviosa plaza de San Pedro, un rezo mundial para pedir el fin del coronavirus, andando completamente en solitario por la misma explanada que ayer le dio su último adiós entre multitudes. A su lado, en el altar, estaba el icono mariano de la Salus Populis Romanus , la virgen a la que tanta devoción le tenía, instalada en Santa María la Mayor, donde ya hoy se puede visitar sus restos mortales en una sencilla tumba con su nombre, como él mismo había dispuesto.
“Ser periodista es una vocación, un poco como la de un médico, que elige amar a la humanidad curando sus enfermedades”, aseguró el año pasado al recibir a un grupo de periodistas que cubrían el Vaticano, entre ellos esta cronista. Con la prensa, Francisco también se fiaba más de su instinto que del empeño de sus portavoces. En el avión papal, el único lugar donde celebraba ruedas de prensa, se sentía cierto sobrecogimiento al saludar uno a uno a los que esperaban ver al hombre de blanco asomarse en el pasillo. Nunca se sabía por dónde podría salir el Papa que ahora ya descansa en Santa María la Mayor.