“Gora Euskadi askatuta!” (¡Viva Euskadi libre!). Con esas palabras despidió Aitor Esteban este miércoles sus dos décadas en el Congreso de los Diputados. Se trata de una proclama histórica para el nacionalismo vasco que con toda seguridad repetirá este domingo, cuando tome el mando del PNV como nuevo presidente de su Ejecutiva, el Euskadi Buru Batzar (EBB). Lo hará en un escenario muy diferente, el frontón Atano III de San Sebastián, donde esta consigna resonó hace 55 años en unas circunstancias opuestas.
Fue un 18 de septiembre de 1970. Francisco Franco había alargado su veraneo entre el pazo de Meiras y San Sebastián, ciudad que se blindaba con cada visita del dictador. En 1948 y 1962, no en vano, había sufrido sendos atentados frustrados en la capital donostiarra, y en 1968 Gipuzkoa había vivido su primer estado de excepción.
El Atano III, entonces frontón de Anoeta, acogía la ceremonia de inauguración del Mundial de pelota vasca, presidida por Franco, entre las loas y agasajos propios de la dictadura. De repente, un espectador se lanzó desde el graderío hasta la contracancha del frontón, ardiendo a lo bonzo, con una ikurriña y al grito de “Gora Euskadi askatuta!”.
El hombre fue socorrido por algunos de los pelotaris que asistían a la ceremonia, en la que participaban delegaciones de Uruguay, Argentina, Chile, México, Estados Unidos o Francia. Tras apagar el fuego con extintores, su cuerpo ensangrentado quedó tendido ante los ojos del dictador y su sequito de guardaespaldas, en medio de un silencio sepulcral. Pero, ¿quién era aquel hombre que se había atrevido a desafiar a la dictadura?
“Joseba Elosegi era un militante del PNV y, sobre todo, un activista. Era un hombre de acción. Y lo fue toda su vida. Fue gudari en Euskadi y vivió los bombardeos de Durango y Gernika. Tras caer preso, fue canjeado, y en vez de marchar al exilio, fue a luchar con los republicanos en Catalunya, participando en la Batalla del Ebro. Cuando cayó la II República, marchó al exilio, donde fue espía a las órdenes del Gobierno vasco durante la II Guerra Mundial. Pasó por la cárcel en varias ocasiones y demostró su faceta de activista incluso en sus últimos años, ya como senador”, explica el historiador Iñaki Goiogana.

Portada del libro de Joseba Elosegi 'Quiero morir por algo'.
Elosegi, que tenía 55 años cuando se inmoló en Anoeta, fue trasladado al hospital en coma y se debatió entre la vida y la muerte durante dos semanas. Después, fue detenido, juzgado y encarcelado. Su imagen ardiendo a lo bonzo se convirtió en un elemento icónico para el nacionalismo vasco.
“Aquella acción se produjo en un momento en el que en el País Vasco existía ya una contestación muy amplia en contra de la dictadura, que por fin tenía una posición débil en el contexto internacional. Elosegi logró que su acción tuviera un eco importante. Sabía cómo idear acciones imaginativas y también cómo difundirlas. Consiguió que un periodista francés fotografiase aquella acción de Anoeta y que se difundiera. Además, desde prisión escribió un libro de memorias que tuvo muchísima difusión. Como anécdota, recuerdo que ese libro llegó a mi casa cuando tendría unos ocho años. Fue uno de los primeros que leí y, de hecho, se lo leía a mis padres y abuelos”, añade Goiogana.
Aquella publicación, escrita desde la cárcel de Carabanchel, llevó el expresivo título de Quiero morir por algo,y en ella explicaba su biografía y también la motivación de su acción en San Sebastián. “Quiero llevar el fuego de Gernika a los ojos de quien lo quemó”, comienza el libro.

Joseba Elosegi, junto al lehendakari Leizaola.
Joseba Elosegi se había inspirado para su protesta en la acción de un monje budista vietnamita que en junio de 1963 se inmoló en Saigon, en una protesta contra las persecuciones que sufrían los budistas en Vietnam.
Antes de aquello, no obstante, Elosegi había protagonizado ya una vida de película. No sólo por su activa participación en la Guerra Civil, primero en el País Vasco y después en Catalunya, sino también por su papel en la Segunda Guerra Mundial.
Durante aquella contienda participó en la red dedicada a facilitar la evasión de la Francia ocupada de aviadores aliados abatidos y fue muy activo en la red de espionaje organizada por el Gobierno vasco en la zona fronteriza, dedicándose fundamentalmente a mover documentación de uno a otro lado de la frontera.
“Gracias a la abundante documentación hallada en una vivienda de San Sebastián hace unos años sabemos en qué consistían las labores de Elosegi. Conocemos, por ejemplo, cómo dieron traslado a las autoridades belgas de que tenían la oportunidad de secuestrar y entregar al colaborador nazi León Degrelle, una operación que las autoridades belgas desestimaron finalmente”, añade Goiogana.
Tras la Segunda Guerra Mundial, de nuevo en San Sebastián, protagonizó otra de sus acciones llamativas, cuando el 18 de julio de 1946, en el décimo aniversario del alzamiento, ascendió a la torre de la catedral del Buen Pastor y colocó una ikurriña en su pararrayos.
Aquella acción le costó seis meses de prisión y cuando recuperó la libertad, en 1947, se estableció en Barcelona, donde se relacionó con otros activistas antifranquistas. Participó activamente en la huelga obrera de 1950 y, sin embargo, después se le perdió la pista.
“La represión tras la huelga y en los años siguientes fue muy dura. Además, el régimen de Franco empezó a ser reconocido en el exterior. El tiempo avanzaba y, en vez de debilitarse, el régimen se fortalecía. La frustración y la desesperanza se extendió entre la generación que había vivido la Guerra. En los años 60, se produjo un cambio generacional. Hay una ruptura en toda Europa, que en el caso vasco es muy clara con el surgimiento de ETA de la mano de otra generación”, explica Goiogana.
Elosegi se dedicó discretamente a su labor de comerciante en San Sebastián. Hasta que en septiembre de 1970 se prendió fuego ante Franco al grito de Gora Euskadi askatuta!. “La pelota vasca, el frontón, Franco, Gernika... Era una acción estudiada para llamar la atención sobre la dictadura y la represión de la identidad vasca. Y se entiende si se atiende a su personalidad y a su biografía, marcada por la Guerra Civil, el bombardeo de Gernika, la Segunda Guerra Mundial y la cárcel”, señala el historiador.
Tras salir de prisión y durante los años de la Transición se implicó activamente en política de la mano del PNV, y fue senador en 1979, 1982 y 1986, año en el que pasó a la recién creada Eusko Alkartasuna de Carlos Garaikoetxea. También en aquellos años fue fiel a su naturaleza activista e indómita.

Joseba Elosegi, tras “recuperar” la ikurriña del Museo del Ejército en Madrid.
En 1984, durante una visita al Museo del Ejército español, como senador jeltzale, “recuperó” una ikurriña del batallón de gudaris Itxarkundia que estaba expuesta como botín de guerra. Joseba Elosegi se terminó enfrentando a una querella por parte del fiscal general del Estado por aquella acción, que también se ocupó de inmortalizar oportunamente de la mano del jefe de prensa del PNV en Madrid.
“Era un hombre con personalidad, carismático. Y no se achantaba. Además, tenía esa habilidad para pensar acciones de impacto. Obviamente, su acción en el frontón de Anoeta, en un contexto muy complicado, fue mucho más llamativa que la del Museo del Ejército. Aquello llegó al corazón de muchos abertzales en un momento singular, y la prueba es que medio siglo después es aún recordada”, concluye Goiogana.