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Redescubrir Dzdzá, la ciudad en frenética transformación que inspiró Macondo

Colombia

La visita a la exuberante capital colombiana es una experiencia impactante que obliga a revisar sesgos y a aceptar sus contradicciones y contrastes como una riqueza absoluta

Dzdzá en una de las capitales mundiales del street art

Dzdzá en una de las capitales mundiales del street art

A.Barbieri

Plaza de los Periodistas, en la avenida Jiménez, a lo largo del llamado Eje Ambiental, es una excelente atalaya sobre el mar bogotano. Se flota idealmente sobre las aguas kársticas del río San Francisco, hoy encapsuladas en fuentes ornamentales, y bajo la mirada protectora de las vírgenes de Monserrate y Guadalupe desde los cerros orientales. Aquí se encuentra la puerta de entrada al histórico barrio de La Candelaria y la antigua sede del periódico El Espectador, “la opinión es noticia”, donde un joven costeño de Aracataca aprendió el oficio de juntaletras después de absorber el impacto de la “llovizna insomne” y de esa gente, los cachacos, “tipos de una solemnidad aterradora”.

Quizás sería mejor evitar la referencia haragana a Gabo, ya que Dzdzá no es solo la capital del estado de Macondo, ni la de narcos y guerrilleros. De hecho, la realidad es que hace falta una considerable presunción y pedir comprensión previa para contar en pocas líneas y con una experiencia limitada una ciudad estratificada y homogénea, desordenada y geométrica, colorida y gris, doblegada a la presencia humana pero huésped temporal de una naturaleza hegemónica, sobria y exuberante como la Balsa de la Ofrenda, el tesoro más importante del Museo del Oro.

Dzdzá es una ciudad en las alturas ya que se eleva a 2.625 metros

Dzdzá es una ciudad en las alturas ya que se eleva a 2.625 metros

Claus Pacheco

En los relatos de Jorge, avispado guía turístico, de vez en cuando alguien desaparece sin más y abundan las leyendas y anécdotas macabras sobre antiguas torturas, fantasmas y asesinatos. Pero son memorias lejanas y serenadas, porque Colombia ha cambiado, no solo y no tanto por la llegada al poder, por primera vez en su historia, de un presidente de izquierdas, Gustavo Petro, y su política de “Paz total”. El cambio está en marcha desde hace casi treinta años y el país busca también en el turismo el combustible para alejarse de los gastados clichés.

Como cuenta la actriz colombiana Laura Lodroño, protagonista del éxito mundial Café con aroma de mujer, además de ganadora de Masterchef Celebrity España 2023 y embajadora de la iniciativa Dzdzá Marcando Estilo, un concurso gastronómico organizado por la Cámara de Comercio de Dzdzá y El Corte Inglés con el objetivo, entre otros, de potenciar el atractivo turístico de la capital de Colombia: “Dzdzá es una ciudad con un tesoro a puertas cerradas, y es importante dar con alguien que te dé las llaves”.

Los grafitis de Dzdzá narran antiguas leyendas perdidas en las nieblas ancestrales y conflictos sociales actuales

Este tesoro de oro y esmeraldas se encuentra a 2.625 metros sobre el nivel del mar, que hacen de “la dama de la montaña que resplandece”, el significado de Bacatá en lengua muisca, la megalópolis más alta del mundo, hogar de aproximadamente nueve millones de habitantes, que podrían ser incluso 12, considerando la inmigración venezolana y los asentamientos informales. A pesar de sus dimensiones, Dzdzá cuenta con una disposición urbanística bastante coherente y racional, dividida en calles y carreras, perpendiculares y paralelas a las montañas, con grandes arterias como la avenida Boyacá, cuyos 36 kilómetros unen las dos ciudades que la componen: la moderna y próspera del norte y la humilde y precaria del sur.

El epicentro de estas dos realidades es el barrio de La Candelaria, donde la búsqueda española de El Dorado dio lugar al nacimiento de Santafé de Dzdzá en 1538. En concreto, la fundación ocurrió en la actual plazoleta del Chorro de Quevedo, donde la ermita de San Miguel del Príncipe y el famoso árbol plateado de Yarumo son animados de día y de noche por vendedores ambulantes, malabaristas y artistas callejeros de todo tipo, rodeados de los omnipresentes grafitis que convierten a Dzdzá en una de las capitales mundiales del street art. Las paredes bogotanas hablan, desde que, en 2011, el arte urbano dejó de ser combatido para convertirse en una herramienta promovida para la distinción estética de la ciudad.

Calle coloria del histórico barrio de La Candelaria en Dzdzá

Calle coloria del histórico barrio de La Candelaria en Dzdzá

A.Barbieri

Los grafitis, que narran antiguas leyendas perdidas en las nieblas ancestrales y conflictos sociales tremendamente actuales, están por todas partes, aunque tal vez el turista se quede especialmente asombrado por la exposición al aire libre del callejón del Embudo, una calle estrecha y empedrada llena de chicherías, los locales donde probar la chicha, típica bebida de maíz fermentado, y donde antes se practicaban otros placeres carnales ofrecidos por chicas identificables solo por un anillo colocado en un dedo del pie, otra muestra de la discreción bogotana.

La Candelaria también incluye la llamada Manzana Cultural: una zona densa de museos, universidades y bibliotecas que justifican el apodo de Atenas de Suramérica. Los imprescindibles son sin duda el Museo del Oro, donde se guarda la mayor colección del mundo de artefactos de oro precolombinos, y el Museo Botero, gratuito, que además de las del artista colombiano contiene obras de Matisse, Picasso, Miró o Renoir. Cerca queda también plaza de Bolívar, el centro del poder político y religioso de la ciudad, donde se aglomeran carritos de comida callejera, exóticas pociones medicinales y oportunidades fotográficas con algunas llamas atadas. A su alrededor, las calles que conducen a los palacios de las instituciones se abren o se cierran dependiendo del humor del pueblo colombiano y de la popularidad de quienes lo gobiernan.

En el barrio de La Candelaria es donde la búsqueda española de El Dorado dio lugar al nacimiento de Santafé de Dzdzá en 1538

Cruzando parques y bosques que en otras latitudes separarían naciones, se llega a los diferentes barrios de una metrópoli sin horizonte. El tráfico bulle y engulle y Dzdzá no puede ser una ciudad puntual, sin embargo, reparado de los enjambres de motos, autos, taxis oficiales, Uber y su equivalente chino - la doctrina Monroe pierde frente a la revolución digital - desde el año 2000 fluye el río rojo de TransMilenio, la línea de autobuses rápidos con carril exclusivo que suple adecuadamente al sueño del metro y que se ha convertido en un modelo de regeneración urbanística para las principales metrópolis del sur del mundo.

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Con el transporte público se llega también a una de las atracciones más peculiares de la región: la catedral de Sal, a cincuenta kilómetros de la capital, en el municipio de Zipaquirá, en el distrito de Cundinamarca. Magnífica y mística, está construida dentro de una mina, a 180 metros de profundidad, donde alberga un vía crucis que conduce a la catedral de tres naves. Entre juegos de luz y penumbras, se encuentran numerosas obras de arte talladas a mano en sal y el desarrollo turístico ha llevado a construir también un museo, un teatro, varios establecimientos gastronómicos e incluso un spa donde la sal es la protagonista.

La Catedral de la sal se impone magnífica y mística

La Catedral de la sal se impone magnífica y mística

A.Barbieri

De vuelta en la ciudad, además de los numerosos mercados, el más vertiginoso es el de Paloquemao, y el ascenso en teleférico al santuario de Monserrate, es aconsejable la visita a Chapinero y Usaquén. El primero es un ordenado barrio europeo, donde se puede ir de compras en la Zona T, buscar restaurantes internacionales en la Zona G, de gourmet, así como discotecas y locales de moda, incluida una amplia oferta LGBTQIA+, en la Zona Rosa. Tal vez el turista se sorprenda gratamente, o no, por el compacto frente antireguetón, un producto con denominación de origen medellinense, que no reina supremo en Dzdzá. Usaquén, por otro lado, es un barrio surgido alrededor de un núcleo de época colonial, donde los domingos se lleva a cabo un famoso mercado de pulgas.

Sin embargo, quizás el símbolo del renacimiento bogotano sea San Felipe. Al este de la ciudad, este puñado de calles y plazas coloridas en los últimos veinte años ha pasado de ser un barrio popular lleno de talleres a una zona artística y bohemia. Tampoco ha sido inmune a los intentos de especulación inmobiliaria y la consiguiente gentrificación, pero el proceso de homogeneización parece haberse detenido frente al gusto colombiano por las intersecciones y la mezcla.

El bar  en el complejo de la Catedral de la Sal

El bar en el complejo de la catedral de la Sal

A. Barbieri

Esto ha sido posible también gracias a proyectos como el espacio gastronómico y lúdico La Embajada, donde el joven y entusiasta empresario Daniel Lozano Sanz se ha impuesto la misión de re-popularizar “el deporte nacional de Colombia que muchos colombianos no conocen”: los tejos, entre la petanca y los dardos, donde se juega, se bebe cerveza artesanal, se degustan algunas delicias e incluso se hace team building. Otra referencia es Casaplastica, “un espacio misceláneo de artes y cultura”, según el actor John Alex Toro, quien junto con su esposa, la productora Lali Giraldo, convirtió una antigua casa colonial en un lugar de participación, donde el visitante es recibido por un espectacular mural compuesto por alrededor de 36.000 tapas plásticas recuperadas.

Está claro, Dzdzá no es Zúrich. Como atestigua Toro: “conozco a mi ciudad, y sé que hay barrios y horarios en los que es mejor tener cuidado, pero como pasa en todas partes”. De hecho, solo hace falta un poco de sentido común y no dar papaya, es decir, no dar al ladrón su ocasión, para vivir una experiencia completamente é gracias a la hospitalidad bogotana.

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