Rachel Carson escribió Primavera silenciosa en 1962 para alertar sobre la crisis ecológica –la ausencia, por ejemplo, de cantos de aves evidencia la pérdida de biodiversidad—. Alguien podría escribir un segundo libro que se titule Océano silencioso para advertir sobre el estado de las ballenas. Si estos mamíferos marinos no cantan, mal asunto.
Un reciente estudio ha revelado que las ballenas jorobadas, las azules y los rorcuales cantan cuando han comido, y lo hacen más si se han alimentado bien. “Como sólo los machos tienen este comportamiento acústico, y además es muy activo en el hábitat de cría, los cantos de ballenas se han considerado, tradicionalmente, un comportamiento reproductivo”, explica a bet365 el oceanógrafo John Ryan, investigador en el Instituto de Investigación del Acuario de la Bahía de Monterrey y autor principal del estudio.
La tesitura de una ballena
Su equipo analizó durante seis años las canciones de esas tres especies en el hábitat de alimentación de las ballenas en el Pacífico Norte oriental, frente a la costa de California (Estados Unidos), muy alejado de la zona reproductiva de estos mamíferos Marinos. Normalmente, esas especies comen en California (krill y, en el caso de las jorobadas y los rorcuales, también pescado), y luego almacenan la energía para migrar durante meses. Emprenden largas travesías hasta llegar a su zona de reproducción, donde se aparean, paren y amamantan a sus crías.
Nada tiene una ballena que envidiar a un piano. Si un piano suele tener un registro de siete octavas, la tesitura de estos cetáceos es aún más amplia. “En el caso de las ballenas jorobadas, pueden llegar a las nueve octavas”, dice Ryan, fascinado. También sorprendió a los científicos la persistencia de los cantos: se oyen durante prácticamente todo el año. “La gente nunca pensó que las ballenas cantaran mucho durante el verano, pero nosotros lo oímos sustancialmente”, agrega.
Cualquiera puede escuchar los cantos de las ballenas a lo largo de las estaciones en la lista de reproducción volcada en Youtube por los investigadores, donde además se pueden observar los espectrogramas y apreciar así “la belleza en estas canciones como la veríamos en una partitura”, celebra el oceanógrafo.
El primer gran descubrimiento para los biólogos fue el hecho de que las ballenas cantasen tanto, y que lo hicieran no sólo en una zona de reproducción sino también en una de alimentación.
La explicación no era tan obvia: podía influir también la cantidad de ejemplares que hubiera en un mismo lugar, así como cuánto tiempo se quedasen allí, pero estas hipótesis fueron descartadas, por lo menos para el caso de las ballenas jorobadas, pues pudieron monitorear a estos animales y comprobar que no había una correlación. “De todas las explicaciones planteadas, la que fue apoyada con más fuerza y de forma clara y consistente fue que el éxito de forrajeo, las condiciones alimentarias, influyen fuertemente en cuánto cantan”.
Resiliencia ante el cambio climático
El estudio también sirvió para analizar la capacidad adaptativa de estos mamíferos marinos —claves para la salud del ecosistema oceánico en su conjunto— a los efectos del cambio climático.
Las ballena azules son más vulnerables a este fenómeno que las jorobadas o los rorcuales porque tienen menos flexibilidad en sus dietas, como reflejaron también los cantos. La ballena azul parte con una desventaja: su población es menor. Pero, además, sólo se alimenta de krill. “Así que si las poblaciones de krill caen en picado debido, por ejemplo, a una ola de calor marina, las ballenas azules no tienen otra opción”, detalla el investigador. “Simplemente tienen que buscar más y más lejos para conseguir los recursos alimenticios que necesitan, y pudimos verlo en la composición isotópica de diminutas muestras de piel de las ballenas”.
Si, por el contrario, había pocos peces en el mar, pero krill en abundancia, las tres especies –todas ellas comen krill– cantaban más.
Si no encuentran alimento, no cantan. La disponibilidad de alimento afectó a la sinfonía cetácea en su conjunto: durante las olas de calor marinas –que el calentamiento global agrava y hace más frecuentes–, las tres especies de ballena analizadas apenas entonaron canciones. En el caso de las jorobadas, que también comen pescado, los científicos pudieron observar una correlación entre la aparición del canto y un fuerte aumento de la abundancia de anchoa del norte, “el mayor en 50 años”. Cuando los investigadores analizaron la piel de esos cetáceos vieron que había habido un cambio “claro” hacia una dieta a base de pescado.
Ruido submarino
Entender mejor el comportamiento de las ballenas da pistas para mejorar las herramientas de conservación, inciden los expertos consultados.
Con la tecnología que emplearon los investigadores de California (EEUU) se podían oír los cantos de ballenas en un radio de miles de kilómetros cuadrados alrededor del hidrófono. Pero notaron que se escuchaban con mucha mayor precisión en la zona de un santuario marino donde los barcos navegan a una velocidad reducida. “Motivado en parte por nuestra investigación, este santuario se sumó a un programa voluntario de reducción de la velocidad de los buques”, cuenta Ryan, para poner un ejemplo de la manera en que sus investigaciones contribuyen a la conservación de los cetáceos. Aplaude la decisión del santuario, pues la reducción de la velocidad en el tráfico marítimo “no sólo mejora el hábitat acústico de las ballenas para que puedan comunicarse mejor, sino que también reduce el riesgo de que sean golpeadas por un buque”.
“Casi todos los animales marinos que conozco dependen mucho de su sentido del oído, ya que el medio acuático es muy propicio para la propagación del sonido, que viaja en el agua cinco veces más rápido que en el aire”, argumenta la especialista en cetáceos y ruido submarino Lindy Weilgart, de la organización conservacionista OceanCare. “El problema es que si contaminamos la zona con ruidos molestos, esto repercute en todo el ecosistema, desde el plancton hasta las ballenas, pasando por los invertebrados”.
Desde esta oenegé llevan tiempo reivindicando límites a la velocidad de los buques, a fin de rebajar el ruido submarino, pero también la colisión de ballenas y barcos en corredores como el del Mediterráneo.
La importancia de los cantos

Ejemplar adulto y cría de ballena jorobada ('Megaptera novaeangliae'), también conocida como ballena yubarta .
Especialmente en el caso de las ballenas azules y los rorcuales, que están muy dispersos, “las canciones deben propagarse muy lejos, y el sonido ha de oírse mejor”, precisa Weilgart.
Estos animales son solitarios, no suelen ir en grupo —salvo cuando comen—, y para encontrarse con las hembras, los machos tienen que producir un sonido fuerte. “Cuanto más fuerte sea el sonido, más lejos podrá viajar y podrán llegar a más hembras potenciales. Así que es crítico para su reproducción, para que su población esté saludable y para comunicarse a largas distancias”.
Cada elevación del nivel de ruido en el mar encoge la distancia a través de la cual las ballenas pueden comunicarse. “Incluso 10 decibelios puede reducir ese rango muy drásticamente”, advierte la experta.
Aunque son los machos los que cantan, las hembras también participan en la creación musical, apunta Weilgart. No sólo escuchan los cantos para identificar a los machos. Les tiene que gustar lo que cantan. “En las ballenas jorobadas, se sabe que las hembras juegan un gran papel en la evolución de la canción, porque seleccionan tipos particulares de canto”, alega. “Hay ciertas cosas que parecen gustarle a las hembras; es un tipo de transmisión cultural”.