Por un instante, llegué a pensar que de haber sabido la Academia de Hollywood que Adrien Brody arrojaría su chicle al suelo para que lo recogiese su esposa no le hubiesen concedido el Oscar al mejor actor. ¿La escena menos glamurosa y más soez en la historia de los premios?

El muy zoquete masticaba un chicle cuando le distinguieron con el premio y en lugar de tragárselo o clavarlo en la calva de algún guionista lo tiró a la moqueta, y su esposa corrió a recogerlo. Solo espero que le cayese la del pulpo cuando ella se desmaquillaba en casa.
De haber sabido lo del chicle, igual no le dan el Oscar a Brody, a la manera de Gascón
–Por cierto, Adrien, te quería comentar un detalle de la ceremonia.
El detalle fue espantoso, pero ya imagino que son cosas de los nervios y no da para reclamar que devuelva la estatuilla. A saber, con esas pintas, dónde la dejó...
Para Karla Sofía Gascón, la gala de los Oscars fue la apoteosis del desprecio. Confieso que no tenía ni idea de quién era esta actriz el día que todos los medios de comunicación aireamos que por primera vez un transexual aspiraba a un Oscar de los gordos (un hecho histórico, para variar). Deduje que lo primordial no era su trabajo, sino que una transexual podía alzarse con un Oscar, subir muy emocionada al escenario y proclamar ante el mundo que no estaba feliz por ella, sino por todos los que han optado por cambiar de sexo. La platea, en pie, hubiese aplaudido de veras –más fuerte quizás que a Gene Hackman–, los comentaristas habrían dicho que era un día histórico y yo, desde el sofá, también habría pensado que, aunque no lo parezca, la humanidad progresa, y progresa adecuadamente.
Y no. Bastaron unos mensajes antiguos –tan prescindibles como la mayoría de los mensajes en las redes– y muy poco edificantes para borrar del mapa a Karla Sofía Gascón, arrastrando en la caída la película y a su equipo, lastrado por el patinazo. Por cierto, muy solidarios y empáticos no han sido con la compañera, aunque al final se han quedado sin barcos y sin honra.
Suerte que son criterios nuevos, porque de haberse aplicado esta moral al cine del siglo XX, igual no hubiesen existido Casablanca –a saber cómo las gastaba Bogart borracho–, El mago de Oz o incluso Billy Wilder (algo impuro haría).