Sostiene el científico computacional Ray Kurzweil que, a medida que nos fusionemos con la Inteligencia Artificial (IA), nos convertiremos en una especie híbrida, a la vez digital y biológica. Kurzweil es investigador principal de la IA en Google. Entrevistado hoy en la sección de Cultura, acaba de publicar La singularidad está más cerca (Deusto), una continuación de su libro de hace veinte años La singularidad está cerca .
A la pregunta clave de si los grandes modelos de lenguaje serán algún día conscientes, Kurzweil responde que la cuestión de la consciencia es filosófica, porque no existe una forma científica de demostrarla. En cualquier caso, estima que cuando la IA alcance y supere la inteligencia humana actuará como si fuera consciente.
Solo hay un remoto ámbito en el que nunca sufriremos contaminación algorítmica
Cerca, más cerca o ya entre nosotros. ¿Saltará algún día a los titulares la noticia de que la inteligencia humana, en su conjunto, ha sido desbordada por una red de cerebros digitales, a modo de proclamación solemne de una victoria (o de una derrota) como lo fue en su día el triunfo de la Deep Blue de IBM sobre Garry Kasparov?¿O, como parece más probable, nos adentraremos en una suerte de terra incognita en la que nuestra especie entablará una conversación sin final entre partidarios y detractores de la singularidad, hasta que nos demos cuenta de que lo importante no es tanto a dónde ha podido llegar la IA, sino cómo hemos cambiado nosotros desde que la concebimos, es decir, en qué parte del proceso hemos dejado de ser plenamente analógicos?

Una reproducción de la sonda espacial de la NASA Voyager 1
Lo que está claro es que hay un remoto ámbito en el que pervivirá siempre la esencia de lo que somos, sin que pueda interferir ningún tipo de contaminación algorítmica. Estos días ha sido noticia de que para prolongar la vida de las sondas Voyager 1 y Voyager 2 , que navegan ahora por el espacio interestelar a más de 20.000 millones de kilómetros de la Tierra, de donde partieron en 1977.
Como se recordará, a bordo de las naves viaja un disco de oro con imágenes y sonidos del planeta, una suerte de cápsula del tiempo que, entre otros muchos registros, transporta composiciones y canciones de Beethoven, Bach, Chuck Berry, los indios navajos o Blind Willie Johnson. Es decir, la banda sonora de cuando éramos cien por cien humanos.