A diferencia de Marine Le Pen, Trump o Puigdemont, creo en la justicia y creo tanto que procuro evitar los pleitos tras, lo confieso, haber pleiteado con líneas aéreas, aduaneros bordes en Schiphol y personal de tierra, la fiel infantería que se lleva todas las broncas y encima no puede fardar en las discotecas.

PHILIPPE HUGUEN
Como todo incauto, este ciudadano que viste y calza acogió con alegría la aparición de las líneas aéreas de bajo coste. ¡Qué tarifas! ¡Qué gangas! ¡Qué chollos! Por el precio de un billete de antaño, podías invitar a una amiga –¡qué digo amiga! ¡a un rollo!– a un fin de semana en Fez, Cracovia o incluso Valladolid.
¿Vale la pena discutir, pelear, litigar por el equipaje de mano o es el chocolate del loro?
Tardamos en descubrir el argumento de la obra: no hay nada, nada, gratis en esta vida.
La primera humillación fue tratar de imprimir en Barajas un billete so pena de apoquinar un pastón y tras la correspondiente bronca. Siguieron otras. Pesajes minuciosos de maleta dignos de un Mano de Piedra ٳܰá– Sugar Ray Leonard. Descubrimos también la asignación aleatoria –un saludo a las anchoas– y así, a chascos, olvidamos los caramelos que de niño te ofrecían una señoras estupendas, azafatas de Iberia y carne de matrimonio bien.
El Ministerio de Consumo anda en pleitos con varias compañías de bajo coste por el equipaje de mano. ¡Buena suerte, ministro! Aunque volar –que yo sepa– no es todavía un derecho social... Admito que el follón me pilla de vuelta y tiene algo de cansino porque ahora ya conocemos el paño. Algo me dice, además, que si la Administración termina cobrando esas multas millonarias, las repercutirá en los pasajeros. Estas cosas acaban siempre así.
La sección de DzԴdzí ponía ayer un buen ejemplo: la tarifa básica de Ryanair en un Barcelona-Londres ida y vuelta en un fin de semana de abril costaba 181,30 euros. Con equipaje facturado, maleta de cabina –que no bolso– y elección de asiento, ascendía a 230,65. Suponiendo que uno vaya a Londres por algo interesante y no a hacer el pobre, hablamos de 49,3 euros. ¿El chocolate del loro? Si el precio de una posible humillación no alcanza los 50 euros, conmigo que no cuenten. Me quedo en tierra.