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Siempre hay un Wang

En estos tiempos confusos, vamos preguntando la hora a todo quisque. Charles Baudelaire, en sus últimos años agónicos dentro de una vida miserable tenía problemas enormes no por endémicos, menos terribles. Deudas y acreedores, sífilis, alcoholismo, ataques de hemiplejia, juicios contra su obra, pobreza y mezquindad moral extrema. Sin embargo, la preocupación que le quitaba el sueño esos últimos meses de su vida era un reloj empeñado en el Monte de Piedad cuya renovación ya había vencido. Baudelaire vivía con la manía de querer saber la hora a cada instante, no podía trabajar sin péndulo, desubicado en un tiempo que no sabe cuál es, “fatigado por tener que atrapar al vuelo las vagas campanadas de los relojes de la ciudad, en mi maldita habitación”. En esa maldita habitación andamos un poco todos. Tratando de descifrar la hora en cuanto oímos algún tañido de campana.

Staff members of a food store use their mobile phones outside a store along a shopping street in Beijing on April 8, 2025. China vowed on April 8 to

AFP

Como Pedro Sánchez, hoy en China como վԳí en El loto azul, quizás en busca del poderoso veneno que ha hecho enloquecer al mundo. El mejor momento, el peor momento. վԳí generó complicidades y amistades con un chino llamado Wang y salió vivo de aquella aventura contra invasores japoneses y traficantes de opio. Quién sabe qué puede hacer el presidente resiliente.

Tribulaciones de Sánchez en China como las que noveló Jules Verne

é dejó atrás, por primera vez, los estereotipos para enviar a su creación a una aventura en Oriente. Lo hizo al entrar en contacto con misioneros chinos católicos: “Los chinos en general son personas encantadoras, muy educadas, con una gran cultura y muy hospitalarias. Es un error pensar que todos los chinos son mentirosos, crueles…”. No vamos a recriminar a é que no conociera las rebajas de Temu, la plaza Tiananmen o las penas de muerte, cuando hoy mismo Xi Jinping nos parece un tipo majísimo.

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Tribulaciones de Sánchez en China como las que noveló Jules Verne. Cómo nos reverbera el argumento de ese libro en el que Kin-Fo es un millonario que se aburre terriblemente. Solo consigue sacarle del tedio saber que un banco en Estados Unidos se ha ido a la quiebra y con él, su fortuna. Entonces, se hace un seguro de vida y desaparece con el objetivo de cortarse el cuello y dejar un buen dinero a unos amigos. Le salva otro chino. También se llama Wang. Pase lo que pase, al parecer, siempre nos llega un Wang para darnos la hora.

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