Quienes no pertenecen a la cultura meridional, una condición vital que no es ningún mérito, sino una circunstancia azarosa, porque no nacemos, nos nacen, la imagen de la primavera en el Sur se relaciona de forma casi automática con una infinita galería de imágenes religiosas que procesionan por las calles y con excesivas manifestaciones de devoción por vírgenes milagrosas que, bajo palios repujados de plata, caminan sobre un fondo de incienso.
Todas estas estampas son, sin duda, ciertas, pero su interpretación dibuja una imagen limitada de Ի岹ܳí –la España de charanga y pandereta, como escribió Machado (Antonio) en su poema ‘El pasado efímero’– que oculta el colosal grado de hondura pagana con la que en la gran autonomía del Sur se vive la Semana Santa, que este año casi ha puesto el cartel de completo –una ocupación del 90% en Sevilla, Málaga o Jaén– en los hoteles de la región.
Es natural que este fenómeno social parezca asombroso, pero Ի岹ܳí, si cuenta con una habilidad indiscutible, es la del sincretismo cultural, que es capaz de manejar todas las contradicciones por la vía de anular su antagonismo. Lo prueba, entre otras muchas cosas, que uno de los mejores libros dedicados a la religiosidad popular del Sur de España lo escribiera un periodista republicano extremeño afincado en Sevilla: Antonio Núñez de Herrera.

El paso de palio de la Virgen Nuestra Señora de la Hiniesta de la Hermandad del mismo nombre entre la multitud tras salir la Iglesia de San Julián de Sevilla
En su Teoría y Realidad de la Semana Santa (1934), publicada junto al resto de su obra completa por la editorial El Paseo, a cargo de David González Romero, César Rina y José María Rondón, la fiesta mayor del ѱ徱ǻí es descrita con la óptica sonámbula de la literatura de vanguardia, deslindando las estrictas creencias religiosas de los usos sociales, y con un lenguaje ambiguo que puede ser entendido indistintamente como paródico y sublime.
Se trata de un libro breve, pero categórico, donde, entre otros hallazgos, su autor, vinculado al grupo literario de la revista ѱ徱ǻí, explica que el rito social de las cofradías –que practicanoficialmente más de 300.000 personas en la región– es un arte que, igual que la música, tiene lugar en el curso de un tiempo ordinario que, sin embargo, es vivido como extraordinario.
Por supuesto, no se trata de ningún milagro. En todo caso podríamos hablar de un intento de redención (efímera) a través de la repetición, los hábitos y costumbres ancestrales, que ayudan a sostener la piadosa ficción de que realmente somos capaces de detener el tiempo o, al menos, de dilatarlo con una suspensión pasajera.

'Estampas' de Núñez de Herrera
Publicado durante la Segunda República, Núñez de Herrera explica en este libro que la Semana Santa no tiene nada que ver con la religión, aunque ésta sea su cáscara, sino que trata sobre las contradicciones que nos impone la realidad. Esto es: con la vida.
Lo resume en una imagen poderosa: un nazareno que guarda sus sandalias dentro de las páginas del último número del periódico El Socialista. Una estampa que desmiente la idea de que la Semana Santa en Ի岹ܳí es una celebración religiosa, en lugar de un ritual social.

Los reportajes de Chaves Nogales sobre Semana Santa publicados por David González Romero para Almuzara
Manuel Chaves Nogales, en los espléndidos reportajes publicados en el diario Ahora sobre la Semana Santa de 1935, un año antes de la Guerra Civil, nos explica “sin líricos arrebatos ni hiperbólicas descripciones” el secretum: lo que se celebra en Ի岹ܳí en tiempo de procesiones es una fiesta en la que se celebran con alegría el luto y los nazarenos practican la “vanidad de la cara tapada”, la más extraña de todas las que pudieran concebirse.
A primera vista, parecen contradicciones, pero –si se presta con atención– se descubrirá que estamos ante un acto brutal de heterodoxia cultural, capaz de combinaciones imposibles y paradojas inesperadas. En un mundo donde el hecho religioso cada vez cuenta con menos influencia en la sociedad, la desacralización no se extingue. Simplemente cambia de rostro.
Las imágenes religiosas, más que fe o doctrina en sentido estricto, son resultado de una forma de idolatría. Sirven para que sobre ellas proyectemos vivencias y sentimientos. Como escribió Joaquín Romero Murube, uno de los cronistas más sofisticados de la literatura sobre cofradías, que en general es deplorable, plantean, a través de referentes bíblicos salidos de la historia sagrada, la paradójica relación que existe entre los hombres del Sur y la muerte, que en Sevilla hasta tiene un paso dedicado a ella dentro del cortejo del Santo Entierro: La canina.

Portada del periódico 'Ahora' con una fotografía de una procesión de Semana Santa
Lo que la Iglesia celebra durante la Pascua es la resurrección de Cristo. La cofradías, en cambio, conmemoran otra cosa muy distinta: la muerte del mesías a manos de los judíos y los romanos. Un conflicto dramático, en lugar de un triunfo sobre la muerte.
Son dos formas paralelas de hacer política y, a veces, populismo. En el Sur no existe una Semana Santa de derechas y otra de izquierdas. El culto a las cofradías es la variante meridional del Theatrum Mundi.“El mundo entero es un teatro”, advertía la bandera ‘The Globe’, el teatro shakespereano de Londres. No es muy distinto de lo que se celebra todas las primaveras en la Ի岹ܳí sagrada, cuando la luz solar nos previene de que el tiempo del invierno se ha extinguido sin remedio y el ciclo de la vida debe comenzar de nuevo.