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Los días de ver 'Ben-Hur'

EL PATIO DIGITAL

Es un recuerdo de cuando era muy pequeña, lo que me hace dudar de si realmente se trata de un recuerdo propio o apropiado, puede que me lo explicara mi hermana, dos años mayor, o que lo oyera en algún programa. Pertenezco a una generación que ya nació con el televisor en casa, y si rasco en mi memoria más profunda aparecen los dibujos animados en un lugar preferente. Imaginen lo que saldrá con los del móvil ya en la cuna.

La visión que tengo grabada, sucediera o no, es la de mi madre pidiéndonos a las niñas que estuviéramos calladitas, que no hiciéramos ruido, que no cantáramos. La radio emitía música clásica y en la televisión supongo que lo mismo, aunque reconozco que no lo recuerdo.

Charlton Heston como Judá Ben-Hur

Charlton Heston como Judá Ben-Hur

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Era Viernes Santo, el día de la crucifixión y muerte de Jesús, y lo único que se podía hacer santamente era rezar, que nos cansábamos pronto, y ver por la tarde Ben-Hur en la tele. De eso sí me acuerdo, porque esperábamos ese momento, o eso creo en este vaivén entre lo vivido y, sobre todo a posteriori, lo leído, en las memorias de tanta gente.

Pero supongo que sí, que estaríamos encantadas las niñas en el sofá, porque a quién le amarga una de romanos, y además distraídas en algo por un rato, que silencio y niños constituye un oxímoron, palabra que en aquel tiempo me hubiera sonado a jarabe o vitaminas, como el Redoxón o el Ferrobión para prevenir la anemia. No había forma de que nos calláramos, al menos yo.

Nos sabíamos todas las películas “de Semana Santa”; luego llegaron los años del descreimiento, y los de la recuperación de tantas cosas que en su día nos estorbaron

El Sábado Santo no aparece de forma especial en mi memoria, solo puedo pensar que, coherentemente con la devoción del día anterior, tampoco haríamos nada excesivamente bullicioso. Posiblemente veríamos La túnica sagrada, o Quo vadis, que al final nos acababan pareciendo aburridas.

Nos las sabíamos bien, con la repetición anual, o igual también era que mi hermana, con el privilegio y la prerrogativa de saberlo todo dos años antes que yo, me las iba fastidiando, anticipando a quién iban a detener o a matar, quién se iba a chivar y quién se iba a mantener fiel, lo mismo que hizo con los Reyes Magos y nunca se lo he perdonado. Esto, sí.

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Digo que el sábado constituía un día de relleno, de transición entre el silencio impuesto del viernes y el alborozo también impuesto del domingo, el día de la Resurrección.

Entonces sucedía todo lo contrario. Tengo una imagen borrosa de mi madre viniendo temprano a nuestra habitación compartida con unas panderetas, para que cantáramos y expresáramos alegría de la forma más ruidosa posible.

De nuevo me interrogo sobre los límites de la memoria, su construcción a base de referencias también ajenas, pero creo que no importa tanto si hubo pandereta o tal vez zambomba. Simplemente está ahí, la imagen, por tanto es verdadera, al menos para mí.

Los años que vinieron después fueron los del crecimiento y del descreimiento, luego los de la recuperación de tantas cosas que en su momento nos sobraron o pesaron como una losa. No he visto Ben-Hur muchas veces desde entonces, pero en aquel momento significó algo para mí, diría que lo sigue haciendo aunque hable en pasado.

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Le pregunto, para asegurarme, a la IA si puedo ver a Judá Ben-Hur y alguna de las otras películas “de Semana Santa” todavía en algún canal de televisión, y me responde que sí, pero que consulte las programaciones. Menuda ayuda, pero me alegro doblemente, porque aún las “echen” y porque la inteligencia que viene aún no haya llegado del todo.

También me alegro de que en su lugar lleguen unos días en que sólo tenga que mirar el móvil para controlar los ejercicios de rehabilitación. No es momento para X, si es que alguna vez lo es: si buscan Semana Santa, encontrarán imágenes de las procesiones, pero también de la procesión del odio, a Ben-Hur y a lo que representa para millones de personas. ¿Las odian también a ellas?

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