Es un machote cuando vapulea al acorralado Zelenski, ningunea a los pusilánimes europeos, desprecia a los intelectuales, amenaza con la ruina a las universidades, destruye miles de puestos de la Administración, se mofa de las cobardes estrellas de Hollywood y trata con despótica crueldad a los inmigrantes indefensos. A todos y a muchos más les ha machacado sin piedad desde que regresó al despacho oval reconvertido en una versión contemporánea del infierno dantesco. Pero, amigo, cuando ha tenido enfrente a los propietarios de la guita, el bravucón se ha convertido en servil y donde dije aranceles, ahora digo suspensión de tres meses, porque los que hacían cola para, según él, lamerle el culo, ahora le intimidan con darle una coz.

Mark Zuckerberg, Jeff Bezos, Sundar Pichai y Elon Musk en la toma de posesión de Trump
Es llamativo que entre las exenciones a los gravámenes que tarde o temprano aprobará estén los teléfonos inteligentes, los ordenadores portátiles y los chips, justamente el negocio de los tecnólogos que le bailaron el agua con donativos a su campaña presidencial y que ahora quieren cobrar con intereses.
Porque de esto van los bandazos económicos de Trump, de dinero. Comprometido a bajar impuestos, buscaba a través de los aranceles otras vías para recaudar fondos e inyectar líquido a una caja que ya ha alcanzado el límite de los 36,1 billones de dólares de deuda autorizados por el Congreso norteamericano.
Ante la previsible caída de la bolsa y la huida de los inversores, la pócima mágica eran los bonos del Tesoro, un valor seguro y rentable, pero que en manos de Donald Trump se transformaron en un arma cargada de volatilidad e intereses disparados. A los ricos muy ricos les hacía una cierta gracia aquel bruto que embridaba a los pensadores woke, aseguraba que pondría orden en la frontera y les prometía recuperar la América añorada. Pero en tres meses se han cansado de su analfabetismo económico, sus obsesiones personales y su paranoica obsesión por cargarse el sistema comercial mundial. Una broma que les cuesta miles de millones y amenaza la plutocracia de la primera potencia mundial con una recesión global.
En definitiva, descubrieron que la fórmula que vendía Trump era un fraude tan hueco como la cabeza de los arúspices económicos presidenciales y cerraron el grifo. Pero las profundas heridas no sanarán tan fácilmente. La desconfianza que planea sobre una Administración tan imprevisible es irrecuperable porque, si quedaba alguna duda, ahora ya está claro, no había ningún plan milagroso, solo odio, venganza e ignorancia.