Madrid, ni playa ni frankfurts
Mi admirada y sandunguera Isabel Díaz Ayuso ha pillado otro berrinche con Pedro Sánchez y sacará la celebración del Dos de Mayo a las calles –que son suyas, como otros que yo me sé– en protesta por la cancelación gubernamental del tradicional desfile militar, recordatorio de que cada Dos de Mayo Madrid no festeja un gol de Paco Gento, la Galerna del Cantábrico, sino la guerra contra el francés.
Llámenme gamberro, pero uno disfruta viendo a la presidenta de Madrid cabreada y en pie de guerra. No parece de las mujeres que dan la razón así como así, en cuyo caso conviene hacerse el muerto o bajar a pasear el perro.
Por si la anulación del Ministerio de Defensa no fuese poco, aquí va el tercer y último par de banderillas: a diferencia de Barcelona, Madrid no tiene playa ni ordenanzas cívicas prohibiendo ahogarse y carece de frankfurts.
En Madrid puede uno zamparse un bocadillo de calamares sin olor a fritanga, pero cuesta Dios y ayuda dar con un frankfurt, un tipo de local que no ha cuajado en la capital del Reino de España y de los bares.
Me ofrezco a invitar a un frankfurt a Ayuso y así descubre un tipo de bar que no tiene Madrid
Los frankfurts proliferan en Barcelona y resisten los embates de la globalización porque se adelantaron a los tiempos y merecen un reconocimiento de la ciudadanía: ¿acaso no han permitido a generaciones de catalanes invitar a cenar sin arruinarse a chicas con fines ulteriores?
–¿Cenamos en un frankfurt?
–Sí, un perrito caliente...
Y hablando de calenturas, el gran Julio Camba decía que un hombre y una mujer que comparten sardinas a la brasa ya pueden compartirlo todo, pero es porque los frankfurts escaseaban en sus tiempos y él vivía en el Palace. El chorreo expansionista que les da la mostaza, los efluvios de la plancha y las estrecheces de sus barras hacen imbatible una cena en un frankfurt para intimar contra reloj (no confundir con la modalidad de persecución en pista).
Si la presidenta de Madrid aterriza por Barcelona a tender puentes, yo me ofrezco a invitarla a un frankfurt en el Heidelberg o el Pedralbes, para que descubra algo muy nuestro de lo que carece Madrid. Y si viene el novio, también.