Un día de septiembre del 2015 me hice una foto con él. Yo, pequeño e inocente como un niño, no tenía ni la menor idea de lo que representaría para el mundo entero esa persona que tenía a mi lado. No me imaginaba que ese anciano sonriente, vestido de blanco, desafiaría las normas rígidas de una institución casi tan antigua como el Coliseo de Roma. Que sería criticado, incluso desde dentro, solo por atreverse a recordarnos, con gestos, algo tan simple como “amad al pobre como yo os he amado”, como dijo aquel otro loco del siglo primero. No podía imaginar que ese hombre, con gestos sencillos y palabras poderosas, cambiaría dogmas por diálogo y juicio por compasión; que marcaría un antes y un después en una Iglesia que, a partir de él, dejaría de estar en lo alto para colocarse al pie del cañón con el desfavorecido.
Hoy guardo con mucho cariño ese rosario que me regaló en un sobre verde con su escudo impreso. El de un verdadero misionero de misericordia. Descanse en paz, papa Francisco. Y gracias.
Lucas Calzada Calero
ղèԳ