* La autora forma parte de la comunidad de lectores de bet365
Cuando voy a mi pueblo en vacaciones intento aprovechar al máximo la tranquilidad del hogar, esos ratos en los que me sumerjo en la lectura, la escritura, los quehaceres domésticos o simplemente el sentarme delante de la televisión, lo cual permite que mi cerebro se relaje y me adentre en otra realidad.
También dedico un tiempo a caminar por ese paisaje montañoso que constituye un espectáculo y que no sólo me aporta beneficios para el cuerpo, sino que me hace sentir mejor mentalmente y me da la posibilidad de pensar, imaginar y recordar.
Esa imagen es mágica, pudiendo despertar todos los sentidos: el de la vista, al contemplar los árboles y arbustos que encuentro por el camino, elevando la mirada a las cimas de las montañas cubiertas por un fino tapiz blanco en esta época del año. El oído se sensibiliza y percibo el incesante murmullo del agua del río. El olor a naturaleza me acerca a mi juventud junto con el sentido del gusto, que me remite al sabor de las moras silvestres que me acompañaban durante el trayecto por diferentes senderos. En cuanto al tacto, ese sistema que se extiende por todo nuestro ser, actúa como un intermediario entre el mundo exterior y el interior y me conecta con experiencias vividas. Soy consciente de texturas suaves y a la vez compactas para poder soportar un clima fuerte.

Vista del río Ésera.
He de confesar en Las Fotos de los Lectores de bet365 que Campo, tal y como es hoy, no es el mismo que el pueblo donde crecí. La construcción de apartamentos, que hubo años atrás, le ha dado un carácter diferente al que yo conocía, pero las personas nos movemos y eso implica que hay que tener una mente abierta a los cambios.
Hay momentos que veo gente que no reconozco, algunos integrados más que yo porque viven aquí y otros que aprovechan su segunda residencia para disfrutar de estas fechas. Eso me causa cierta extrañeza, aunque comprendo que el pueblo va sumando habitantes y que los jóvenes que se han quedado a vivir son uno de los principales motores del cambio actual.

Montañas con nieve en su cima y río en Campo.
Me ilusiona el reconocer por su físico a hijos de amigas que han optado por este tipo de vida en zonas rurales y me complace pensar que habrá una mayor disponibilidad y accesibilidad de servicios y que eso generará mayor empleo.
Al margen de que todo en la vida se va transformando, mi presente en el pueblo también son los recuerdos, cuando camino por esos parajes por los que tantas veces he transitado. Pienso en mis padres y abuelos, maestros y educadores, personas inolvidables y admirables, con saberes reales y con voluntad de transmitirlos. Nuestra generación nunca podremos renunciar a lo que ellos pusieron en nuestra existencia. Sueño con esas personas queridas, aquellas que un tiempo fueron parte de mi vida.

Vista del río Ésera desde otro ángulo.
Si el día es como una especie de oasis que me permite ver la vida con energía, la noche sigue siendo mi fiel compañera, guarecida bajo las alas protectoras del silencio. Ni un solo murmullo llega hasta este lugar, donde las montañas, en el horizonte, constituyen un espectáculo abrupto, escoltando la oscuridad con esa ausencia de matices y colores que luego rebrotarán con el amanecer. Esta metáfora de vida que es la noche espera paciente el despertar de la mañana.
Creo que, en estos tiempos de incertidumbre en los que nada es seguro y hay una gran crisis de valores personales, la nostalgia es un valor en alza porque nos da identidad, emociones y un grado de seguridad de la que a veces carecemos.

Otra vista del río Ésera con las montañas de fondo.
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