La cuestión es esta: ¿viajó Pedro Sánchez a ʱí a ponerse un cuchillo en el cuello o viajó Carlos Cuerpo a Washington a besarle el culo a Donald Trump? Ambas expresiones fueron made in USA, dicha una para asustar y la otra, para presumir de superioridad, que su autor transforma en endiosamiento. Sea cual sea la intención o el resultado, si los viajes no estuvieran programados desde antes del arancelazo, podían ser interpretados como el fruto de dos improvisaciones impropias de un gobierno, el español, con más de seis años de experiencias diplomáticas.
Pero no hubo improvisación. Lo que hubo fue escasez de conocimiento del poder que fuera de aquí se reconoce a España en una crisis como la recientemente creada. La imagen oficial que se quiso transmitir desde ʱí acompañando las fotos del presidente español es que nuestro país es el nuevo gran aliado de los chinos. Era como un viaje triunfal, un encuentro entre grandes amigos, una demostración de fuerza ante un nuevo enemigo llamado Estados Unidos, una inyección de nacionalismo español. Solo al final se añadió a la euforia de las declaraciones el gran matiz: China, dijo Sánchez, es el socio natural, no de España, sino de la Unión Europea. Algún aviso debió recibir para hablar de esa manera, porque hasta entonces no había dicho que llevaba ningún mandato de Bruselas.
Trump es un enorme depredador que sabe ver los puntos débiles para atacar a sus víctimas
Algo parecido ocurrió con nuestro ministro de DzԴdzí y Comercio en Estados Unidos: se concertó la visita como un contacto personal con el nuevo secretario del Tesoro. “No es un encuentro comercial”, dijo Scott Bessent, esta vez sin el cuchillo en el cuello de nadie. Y, al terminar la reunión, el señor Cuerpo comunicó a los periodistas españoles en la calle, no en lugar oficial, que Estados Unidos tenía voluntad de negociar con la Unión Europea. El matiz en forma de punta de estilete todavía sin sangre llegó ayer en un gélido comunicado: lo que Washington planteó fue aumentar el gasto militar y eliminar la llamada “tasa Google”. No fue un tratamiento muy diplomático ni, mucho menos, afectuoso de quien hasta ahora sí era un socio natural de la Unión Europea.
La fuerza de los hechos, no el empuje de la decisión política, dibujó así las primeras condiciones para una negociación imprevisible, no solo por las bravatas y aparentes locuras del presidente americano, sino por la indefinición del papel de los interlocutores europeos. Por ejemplo: ¿hubo alguna conversación preparatoria o de diseño de estrategia entre el Gobierno español y el italiano, cuya primera ministra viajó después a la capital americana? ¿Respondían a alguna táctica de Bruselas? Si las respuestas a estas dos preguntas fuesen negativas, ¿cuál es la fuerza de la UE? ¿Tendrá razón el demagogo Trump cuando la desprecia?

Sánchez con Xi, la semana pasada
Solo con plantear estas dudas se pone de manifiesto la debilidad de la vieja Europa, que no solo es una debilidad tecnológica y económica, sino política, y con muchos intereses contrapuestos como corresponde a una estructura de veintisiete naciones distintas, en compleja tarea de acoplamiento. Trump, que tan indocumentado se muestra cada vez que abre la boca, es, en cambio, un enorme depredador que sabe ver los puntos débiles para el ataque y destrucción de las víctimas elegidas. Y Europa, junto con China, es víctima elegida.
Todo puede cambiar en las próximas horas y con ese cambio, para bien o para mal, hay que contar. Mientras llega, quizá convenga que los gobernantes españoles y la oposición, hiciesen alguna reflexión. La primera, que Trump continuará la guerra comercial, salvo que él, personalmente, pierda enormes cantidades de dinero o los grandes emporios norteamericanos amenacen con derrocarlo, también por sus pérdidas económicas. 2) El viaje a China ha sido una acción de riesgo, pero Sánchez hizo bien en no suspenderlo ni aplazarlo. Una buena relación con Xi Jinping, aunque sea en medio de la tensión actual, es una buena baza internacional. Y 3) En un conflicto entre grandes potencias, las potencias menores han de saber medir sus posibilidades, y las españolas parecen inmensas cuando se usan parámetros teóricos, como el ser puente de Europa con Iberoamérica y ahora con China. Pero son mínimas cuando se mira otra realidad: hoy la soberanía nacional es muy limitada. Está limitada por las competencias entregadas a la Unión Europea y las derivadas de la dependencia tecnológica. Y no olvidemos a Marruecos, que tiene el mismo valor geoestratégico que España y disfruta de más cariño –interesado, por supuesto– del señor Trump.