El Papa Francisco ha sido fiel a su sencillez incluso en la muerte. El pontífice, que falleció a los 88 años tras un ictus cerebral que derivó en un coma irreversible, pidió en vida evitar el embalsamamiento tradicional. En su lugar, eligió un método más natural: la aplicación de fluitán, un compuesto químico que ralentiza la descomposición sin alterar el ciclo natural del cuerpo.
Un adiós coherente con su vida
El pontífice pidió evitar cualquier tratamiento invasivo y apostó por una conservación discreta
Este tratamiento, aplicado de forma tópica sobre el cadáver ya lavado, permite que el cuerpo permanezca expuesto durante varios días sin necesidad de retirar la sangre ni recurrir al formol, una sustancia común en procesos funerarios pero considerada por los expertos como “un monstruo” por sus efectos corrosivos. El objetivo, además de higiénico, es profundamente simbólico: permitir que el Papa repose con la dignidad que él mismo defendió en vida.
El rito de la “constatación de la muerte” tuvo lugar en la Casa Santa Marta, residencia papal, donde el cardenal camarlengo Kevin Joseph Farrell ofició la ceremonia que marca formalmente el fin de un pontificado. En ella, se llama al pontífice por su nombre bautismal tres veces y se sella el Anillo del Pescador. A partir de ese momento, se declara la Sede Vacante y se inicia el proceso que conducirá al próximo cónclave.
La sangre está llena de proteínas. Si no se extrae, las bacterias harán su trabajo. Por eso, sin drenaje, no puede haber una conservación eficaz”
Sin embargo, el método escogido por Francisco ha generado debate entre los expertos. El tanatopractor Ezequiel Hinojo, consultado en el programa Y ahora Sonsoles, explicó que el uso del fluitán, si no se aplica vía arterial, podría no ser suficiente para conservar el cuerpo durante toda una semana: “Si es de forma tópica, yo discrepo de que el cuerpo se pueda conservar durante tanto tiempo, al menos durante una semana”.
Hinojo, con años de experiencia en la conservación cadavérica, insistió en que para una preservación efectiva es imprescindible realizar una inyección arterial de un producto biocida y, sobre todo, drenar los fluidos corporales.

“El embalsamamiento efectivo requiere drenaje de fluidos y una inyección arterial de biocida”, afirmó Ezequiel Hinojo al analizar el caso del Papa Francisco
“El embalsamamiento es algo tremendamente complejo y para que sea 100% efectivo debe hacerse vía arterial, inyectando un producto biocida”, detalló. “La sangre está mayormente conformada por proteína, y es algo que le encanta a las bacterias que van a descomponer nuestro organismo. Dejarla es tremendamente contraproducente”.
Este tipo de procedimientos, que pueden durar entre una y dos horas, varían según la escuela funeraria. Mientras los estadounidenses suelen tomarse más tiempo, en Europa el proceso es más técnico que ceremonial. En España, afirmó Hinojo, se ha embalsamado a muchas personalidades con un protocolo preciso que incluye drenaje de sangre, aspiración de fluidos pleurales y gastrointestinales, y corrección del pH corporal, entre otros pasos.
El precedente de Pío XII
El cuerpo de Pío XII reventó en su ataúd por una mala praxis funeraria
El caso del Papa Pío XII sigue siendo un recordatorio de lo que puede salir mal. En 1958, su cuerpo explotó dentro del ataúd debido a una técnica inadecuada basada en celofán y hierbas aromáticas.
“El gas somos nosotros. Somos agua y gas. Y entonces puso celofán. Claro, porque todo ese gas se concentró”, explicó el catedrático Luis Arroyo Zapatero durante el mismo programa.
Francisco, conocedor de estos antecedentes, eligió una despedida en consonancia con su visión del mundo: sencilla, sin artificios, sin maquillajes. En su última voluntad funeraria también hay un mensaje: incluso en la muerte, hay una manera más humana —y menos traumática— de decir adiós.
Ahora, mientras el Vaticano se prepara para un nuevo cónclave, el cuerpo del Papa descansa sin embalsamar, protegido únicamente por la ciencia discreta de un compuesto que no interrumpe el curso natural de la vida. Un gesto, en definitiva, coherente con el hombre que cambió el papado desde la humildad.