Black Mirror es esa serie que es tan buena como lo último que has visto de ella. Como, a excepción de USS Callister: Into Infinity, todos los capítulos contienen tramas independientes con nuevos personajes. Charlie Brooker se impuso imaginarse nuestra sociedad a través de un filtro oscuro, sobre todo a partir de la tecnología y su posible desarrollo, y el espectador siempre debe vivir con la duda sobre qué trama tendrá la siguiente entrega, el nivel de cinismo y en qué géneros se puede enmarcar. El de la comedia romántica, hasta el momento, era casi una rareza en su particular bingo creativo.
Hasta el día de hoy, si mi memoria no me traiciona, habíamos tenido San Junipero, que ganó el Emmy a la mejor película para televisión al mejor guion, durante la tercera temporada. Era una historia romántica pero desde el drama, con Yorkie (Mackenzie Davis) y Kelly (Gugu Mbatha-Raw) encontrándose en una discoteca ochentera que resultaba ser una realidad digital donde las identidades de personas fallecidas podían continuar viviendo y reencontrarse con seres vivos. La primera rom-com vino una temporada después con Hang the DJ, en la que Amy (Georgina Campbell) y Frank (Joe Cole) estaban en manos de un algoritmo que predecía la duración de sus citas y relaciones.

Brandy (Issa Rae) acepta entrar en una película del Hollywood clásico para protagonizar una nueva versión.
De la séptima temporada, estrenada este viernes, advertimos que empezaba con buen pie. Primero, un capítulo marca de la casa, con esa capacidad que Brooker tiene de denunciar el avance de la tecnología, nuestra dependencia como humanos y la capacidad que tiene de sacar lo peor de nosotros mismos. En el segundo, se dejó llevar por su espíritu más gamberro con una comedia negra psicológica donde la tecnología es un macguffin para simplemente divertirse con uno de los finales más locos hasta la fecha. Y, como para compensar, en el tercero ofrece una película que encaja en las bases de la rom-com, incluso en términos de duración, con 77 minutos.
Brandy (Issa Rae) está cansada de ser “la chica de la película” en largometrajes comerciales de acción o, si quiere explorar su talento, tener que aceptar películas independientes de premisas pornográficamente tristes. Cuando recibe la oportunidad de protagonizar el remake de Hotel Reverie, un título icónico del cine clásico, ni lo duda. Solo tiene un requisito: quiere interpretar el rol del doctor Palmer, el protagonista masculino, para asegurarse que su papel tiene sustancia. Lo que ella desconoce, al no haber visto el pendrive con toda la información, es que no se trata de un remake al uso.

Imagen de 'Hotel Reverie'.
El estudio que tiene Hotel Reverie(que es como se llama el capítulo) está prácticamente en la bancarrota y ha aceptado la oferta de una empresa tecnológica de reciclar sus títulos. A partir de tecnología punta, cualquier actor se puede transportar a una realidad digital habitada por los personajes de la película elegida. Así Brandy se ve transportada al Hotel Reverie donde la damisela en apuros desconoce su identidad contemporánea y donde Brandy tiene que hacer la interpretación perfecta o toda esa realidad puede colapsar, con ella dentro.
Cuando la historia se empieza a desviar de la original, Brandy se empieza a plantear si el personaje que tiene delante, en teoría ficticio, puede tener ecos de Dorothy (Emma Corrin), la actriz del Hollywood clásico que la interpretó. Ella está fascinada por la mujer que era: un icono que se quitó la vida al ser maltratada por una industria que, si bien disfrutaba haciendo brillar a sus estrellas, no tenía problemas en hundirlas si no se adecuaban a las normas.

Awkwafina y Harriet Walter trabajan desde la comedia.
Charlie Brooker, con Haolu Wang en la dirección, no busca solo la melancolía. En la protagonista del Hotel Reverie, por supuesto, hay dosis: Dorothy, con una Emma Corrin impecable en su vulnerabilidad, es la representación de las víctimas de una época que enterró a tantas estrellas en vida. Pero, con Awkwafina como la responsable de la empresa tecnológica, Harriet Walter como la dueña del estudio y una Issa Rae conocida por su vis cómica en Insecure, sobre todo busca la comedia de la rom-com. Es simpático el contraste entre la aproximación pop y obvio del presente con el amor por el Hollywood clásico y un estilo de cine que ya no se produce: la producción parece concebida desde dos tiempos a priori antagónicos.
Es como si Brooker hubiera querido filmar una versión invertida y queer de La rosa púrpura del Cairo de Woody Allen (una comparación inevitable teniendo en cuenta que el hotel está en un Cairo de cartón). El Hotel Reverie tiene más de rom-com simpática que de obra definitiva… ¿pero no es esto más que suficiente, sobre todo cuando ofrece un soplo de aire fresco a un género denostado por culpa de un streaming que produce un título tras otro sin alma, ni ideas, ni ganas de presentar personajes memorables?
Y, sin perder de vista la comicidad, tiene dos escenas para enmarcar: una tiene a Corrin de protagonista en solitario, demostrando por qué es una de las actrices a las que seguir de cerca desde The Crown (y con Orgullo y prejuicio en camino), y el desenlace. Gracias, Black Mirror, por la película rom-com de ciencia ficción y meta que no sabíamos que necesitábamos.