Hace unos días un compañero de trabajo me compartía en WhatsApp un vídeo de Geoffrey Hinton, conocido como el “padrino de la IA”, que me hizo reflexionar… Hinton, ganador de un Nobel de Física, que abandonó Google a mediados de 2023 porque deseaba poder hablar libremente de los riesgos que plantea la inteligencia artificial, advertía sobre la posibilidad de que la IA aumentase la desigualdad, generando mayor distancia entre los más ricos y los más pobres. Y, más allá de lo que parece una predicción, cargada de más o menos razón, lo que sí me vino a la cabeza fue la brecha que se está generando entre las empresas. Cada vez existen más y más compañías que están adoptando, e incluso dominando, estas tecnologías y que están generando clarísimas ventajas competitivas que ya se reflejan en sus ebitdas.
Esta brecha, en el mundo del marketing, se traduce en conceptos de los que llevamos años hablando: personalizar experiencias a gran escala, automatizar procesos y analizar datos descentralizados de manera precisa. Sin embargo, tan sólo son unas pocas las que lo hacen y son esas las que empiezan a destacar y las que ya obtienen resultados en términos económicos. Por ello, parece lógico pensar que las empresas que no incorporen estas herramientas podrían quedarse obsoletas, incapaces de competir en un mercado cada vez más dinámico y demandante.
Las empresas que no incorporen la IA podrían quedarse obsoletas, incapaces de competir en un mercado dinámico"
Y esta misma brecha es la que parece que se producirá en el talento. El auge de la IA también nos obliga a reflexionar sobre el papel de los profesionales. El pensamiento crítico y la capacidad de adaptación serán habilidades más valiosas que nunca. Pero también debemos ser realistas: no todas las personas ni todos los profesionales están preparados para un cambio estructural de este calibre. La alfabetización tecnológica no es opcional; es indispensable para cerrar la brecha entre quienes entienden y aplican la IA y quienes no.
En este sentido, las empresas tienen una responsabilidad innegable. Deben invertir en la formación de sus empleados, sin ingenuidad, pues habrá perfiles que no se adaptarán al cambio. Y es en este punto donde me pregunto, ¿son estos profesionales irrecuperables? ¿O, por el contrario, su rol ha de cambiar? El mundo no es cartesiano y me niego a ver este problema de esta manera. Generalmente, tratamos de empatar perfiles, ¿pero quizás la IA provoca nuevas oportunidades aún por descubrir?
El pensamiento crítico y la capacidad de adaptación serán habilidades más valiosas que nunca
Por último, cada vez veo más clara la brecha entre lo que significa privacidad en la era de internet vs. lo que significará privacidad en esta nueva era. Obviamente, la protección de los datos personales, así como de la libertad del individuo, son y seguirán siendo críticos. Sin embargo, aparecen nuevos conceptos, como la autenticidad o la ética, que serán cada vez más esenciales. La capacidad de las máquinas para generar contenido masivo y altamente personalizado es irrefutable, pero ¿pueden replicar realmente la esencia humana?
Las herramientas de IA permiten a los profesionales controlar estéticas, optimizar estrategias y generar ideas a una velocidad antes inimaginable. No obstante, la autenticidad parece que seguirá siendo el diferenciador clave. Además, la proliferación de deepfakes y contenido digital falsificado subraya la importancia de establecer mecanismos robustos de verificación de identidad, así como mecanismos éticos de control de estas tecnologías. Una “prueba de identidad digital” podría garantizar que el contenido sea único y autenticado, protegiendo tanto a creadores como a consumidores.
La IA permite a los profesionales controlar estéticas, optimizar estrategias y generar ideas a una velocidad antes inimaginable
Entonces, ¿la IA es buena o mala? Supongo que tan sólo se puede responder a esta pregunta con un: ninguna de las dos. Lo que está claro es que es una herramienta poderosa cuyo impacto dependerá de cómo la utilicemos. En el mundo del marketing, ofrece oportunidades inmensas para conectar con las audiencias de maneras más relevantes y personalizadas. A pesar de ello, también plantea retos éticos, sociales y culturales que no podemos ignorar. Y, como profesionales, tenemos la oportunidad y la responsabilidad de guiar este cambio, asegurándonos de que la IA sea un copiloto y no un sustituto y de que el progreso tecnológico beneficie a todos, no sólo a unos pocos privilegiados.