En enero, más de un centenar de satélites de comunicaciones se adentraron en la atmósfera terrestre y se vaporizaron a unos ocho kilómetros por segundo. Esas espectaculares reentradas son intencionadas y tienen como fin evitar que los satélites saturen el espacio orbital o caigan a la superficie de forma descontrolada. Hace tres años, la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) De Estados Unidos, el organismo que aprueba en ese país las solicitudes de los satélites de comunicaciones, ordenó el desorbitado de todos ellos al cabo de cinco años para reducir los desechos espaciales. En otros lugares, se aplican normas similares.
Aunque cargado de buenas intenciones, ese “final programado” tiene consecuencias no deseadas. Al vaporizarse, los satélites esparcen por la estratosfera (la región de la atmósfera situada entre 10 y 50 kilómetros por encima de la superficie terrestre) partículas de sus metales constituyentes, como aluminio, cobre, litio y niobio. Antes, las cantidades eran insignificantes; pero hoy, con 11.000 satélites en órbita (y hay solicitudes de otro millón de lanzamientos presentadas ante la Unión Internacional de Telecomunicaciones, un organismo de las Naciones Unidas), la química de la atmósfera podría estar a punto de cambiar a gran escala. “Hay mucha preocupación”, afirmó en noviembre Daniel Murphy, químico atmosférico de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos. “Estamos introduciendo materiales que no sabemos qué efectos tendrán, y van a ir entrando en cantidades cada vez mayores.”
“Estamos introduciendo materiales que no sabemos qué efectos tendrán, y van a ir entrando en cantidades cada vez mayores", asegura un científico
Nuestra atmósfera recibe el bombardeo de cuerpos exteriores, como meteoritos y polvo cósmico, desde hace miles de millones de años. Sin embargo, la situacion actual es diferente. Según un libro blanco publicado el año pasado por la Agencia Espacial Europea, la entrada natural de materia en la atmósfera es de unas 12.400 toneladas al año. En 2019, el año más reciente del que disponemos de datos, la humanidad añadió alrededor de 890 toneladas, y esa masa va en aumento.
Además, “no se trata sólo de la cantidad total, sino de un conjunto diferente de metales”, afirma John Plane, de la Universidad de Leeds. La basura espacial, añade Plane, inyecta en la atmósfera diez veces más litio que el polvo cósmico natural, así como mayores cantidades de nuevos metales exóticos. En un artículo publicado en 2023, Murphy y sus colegas estimaron que una de cada diez partículas de aerosol presentes en la estratosfera contiene metales procedentes de la desintegración de naves espaciales.

Un cohete despega para poner en órbita un satélite chino
¿Cuánto tiempo permanecerán ahí esas partículas y qué efectos tendrán? Hay motivos para la preocupacion. Las partículas de aluminio, por ejemplo, podrían combinarse con el oxígeno para formar moléculas de alúmina y crear una superficie sobre la que pueden tener lugar otras reacciones químicas más grandes. Alguna de ellas podría liberar cloro (un conocido destructor del ozono que mantiene a la Tierra a salvo de la radiación ultravioleta) a partir de moléculas de cloruro de hidrógeno. Otros elementos, como el cobre, son catalizadores capaces de acelerar las reacciones químicas sin consumirse ellos mismos. A medida que aumente la concentración de esos catalizadores, las reacciones se irán acelerando indefinidamente.
Por ahora, hay más preguntas que respuestas. Los investigadores de todo el mundo están tratando de colmar las lagunas en nuestro conocimiento. Uno de los obstáculos es la falta de equipos de supervisión. Otro, la falta de control. La mayoría de los satélites de telecomunicaciones, el tipo más común de nave espacial, son lanzados hoy por la compañía estadounidense SpaceX. Su constelación Starlink, integrada por casi 7.000 aparatos, es responsable de la mayoría de los satélites enviados al espacio. Aunque la FCC exige que todos los satélites se sometan a una revisión medioambiental, se exime de ese trámite a los que formen parte de las megaconstelaciones, compuestas por más de 100 satélites. En 2022, la Oficina de Responsabilidad Gubernamental, un auditor del Congreso estadounidense, recomendó que la FCC investigara el impacto medioambiental de las grandes constelaciones, pero ese organismo aún no ha publicado su revisión sobre el asunto (y no ha respondido a nuestras solicitudes de comentarios).
La constelación Starlink está formada por 7.000 aparatos y China piensa lanzar 38.000 satélites
Es posible que Estados Unidos no siempre domine la atmósfera. China, la Unión Europea y otros países tienen planes para crear sus propias megaconstelaciones de satélites. China pretende lanzar al menos tres, que en conjunto incluirán unos 38.000 satélites; y la constelación europea Iris tendrá 290. Ruanda, un competidor insospechado, ha presentado una solicitud para dos constelaciones con más de 327.000 satélites. La Unión Europea y Ruanda están en proceso de desarrollar regulaciones ambientales. Las leyes chinas no especifican la necesidad de una evaluación ambiental; sin embargo, sí que exigen la protección del entorno espacial.
También son posibles soluciones técnicas. Cabe la posibilidad de fabricar satélites más pequeños, aunque ésa no sea la tendencia actual. Las naves espaciales de Starlink pesan unos 800 kilogramos en el lanzamiento, y Elon Musk, el jefe de SpaceX, predice que las generaciones futuras serán aun más pesadas. Algunos científicos han propuesto materiales alternativos, como fibras de carbono o madera, susceptibles de reducir la necesidad de sustancias exóticas. Sin embargo, también tendrían sus propias consecuencias negativas. La madera, por ejemplo, se incineraría al ser eliminada y liberaría mucho hollín negro a la atmósfera, lo que retendría el calor y posiblemente oscurecería el cielo.
Otro aspecto importante son los momentos finales de un satélite. “La idea predominante en relación con la reentrada era que todo el material permanecería en fragmentos lo bastante grandes para caer enteros en la superficie y no acumularse en la estratosfera”, dice Martin Ross, de Aerospace Corporation, una empresa estadounidense. La idea ha resultado errónea. Algunos investigadores sostienen que la FCC debe reconsiderar su norma de cinco años y prolongar la vida útil de los satélites comerciales con el fin de reducir la necesidad de tantos lanzamientos futuros. Otros proponen compartir las megaconstelaciones entre los países. Sin embargo, a medida que aumentan las tensiones internacionales, esa idea tal vez resulte un mero castillo en el aire.
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Traducción: Juan Gabriel López Guix