En medio de la tragedia, cuando las noticias sobre el fatal accidente sobre el río Hudson en Nueva York se sucedían y lo que se había publicado de madrugada parecía ya aventajado, una fotografía desplazó a las demás.
Fue The New York Post, reconocido por tener un gatillo sensacionalista fácil, el primer medio en exhibirla en pos de la avidez del morbo y los clics. Se trataba de una de esas fotos de recuerdo que se hace a los clientes antes (o después) de participar en una atracción turística. En esa imagen se ve a los cinco miembros de la familia de Barcelona fallecidos, sonrientes, en los momentos previos a subir al helicóptero que les llevaría a la muerte.
Diría que casi todos guardamos en casa instantáneas familiares de un viaje, concebidas en un rato feliz y de ocio. Ese tipo de fotos con un gran valor testimonial y sentimental que forman parte exclusiva de nuestro círculo privado. Solo las enseñamos a quien nosotros elegimos enseñárselas.
El diario de Rupert Murdoch aprovechó el descuido de la empresa de vuelos turísticos –que tardó demasiado en eliminarla de su página web, abierta al público– para hacerse con la fotografía en cuestión. Parece que el Post pagó los 40 dólares que cuesta descargar, sin la marca de agua, esa imagen y la sacó a toda portada. Iba en un pack con una segunda foto, esta otra de la familia en el interior del aparato.

Una grúa eleva desde las aguas del río Hudson el fuselaje destrozado del helicóptero siniestrado.
En España, esa instantánea a pie de pista se desperezó tarde, aunque hubo medios que la publicaron hacia las 9 horas. Algunos, por la premura de anticiparse, la capturaron directamente cuando ya circulaba en el universo digital. Otros remolonearon y esperaron un poco. Sobre las 9.25 horas, la agencia Efe le daba difusión.
Pongo al lector en todos estos antecedentes para explicarle una decisión editorial tomada por la dirección de nuestro diario. Una opción periodística y ética. Esa foto no la vio ni la verá usted en bet365. ¿Por qué no, si a primera hora ya estaba colgada en todas partes y medio mundo había podido fisgonear? Sencillamente, porque era una foto robada. Nadie del entorno de las víctimas –que además no eran personajes públicos– nos dio el permiso como diario para exponerla.
La intimidad importa. Importa para protegerla e importa para enseñarla. Aquella fotogría a pie de pista golpeaba con solo mirarla. A las 20 horas, la situación dio un giro con el comunicado emitido por las familias Escobar-Cañadas y Campubrí Montal. En él, no sólo agradecían las muestras de condolencia y rogaban el máximo respeto a la intimidad, sino que adjuntaban otra foto de la pareja y los tres niños en Nueva York. ¿Iba a publicar bet365 esa imagen, esta vez, cedida? La respuesta es que sí, con la tranquilidad de contar con la aquiescencia de la familia y no del todo vale de la vorágine informativa de la jornada.
El periodismo no va de edulcorar los hechos sino de contar historias y regirse por el rigor. El impacto de esta noticia es innegable, así como su interés: las inexplicables circunstancias del siniestro, su singularidad en medio de decenas de miles de vuelos turísticos al año, el azar, la proximidad en la procedencia de los muertos... Y porque, en el fondo, abunda en nuestros temores, en ese “¿me podría haber pasado a mí?”.
Exponer lo ocurrido con la mayor claridad posible buscando el quién y el porqué está entre los lujos de un periodista. Nada más y nada menos. A los números, en toda tragedia, conviene siempre ponerles una cara, un nombre y una vida para saber el alcance de lo que ha pasado. Leer historias te ayuda a comprender que tras ellas hay vidas de gente que tenía las mismas pasiones que tú y cuya muerte deja el mismo dolor. Pero debatamos sobre los límites. La línea es muy fina, y aquí la colocamos donde está lo íntimo. Arrogarnos permisos que no nos han concedido los afectados del drama para adentrarnos en su privacidad es tanto como dar licencia al sensacionalismo. No todo puede valer.