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Cómo crear buenos hábitos y romper con los malos

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Un cambio de entorno y pequeñas recompensas pueden resultar de ayuda

11 - 10 - 2023 / Barcelona - Turo Park / Parque cerrado con gente haciendo ejercicio fuera y abierto haciendo ejercicio dentro. Momento de la apertura (9:45 aprox) / foto: Llibert Teixidó

Un grupo de mujeres haciendo ejercicio en un parque de Barcelona

Llibert Teixidó / Propias

¿Hizo algún propósito este último fin de año? Si es así, ¿lo está cumpliendo? En caso afirmativo, ¡enhorabuena! Las encuestas realizadas en Estados Unidos señalan que la mitad de las personas que se han propuesto en Nochevieja algún objetivo para el año entrante lo han abandonado antes del final de marzo. Los estudios científicos más rigurosos confirman que, al margen del momento de inicio, hacen falta meses para consolidar un nuevo comportamiento.

El comportamiento habitual surge en respuesta a la dopamina, una sustancia química asociada al placer y que se produce como consecuencia de una acción intencionada. En dicho proceso intervienen dos sistemas cerebrales. Uno, en los ganglios basales (un conjunto de estructuras situadas en las profundidades del encéfalo), responde de forma automática y predecible a determinados estímulos. Por ejemplo, la alarma del despertador es un estímulo que activa el hábito de “levantarse”. Eso incluye subhábitos como “ducharse”, “preparar el café”, “vestirse”, “conducir hasta la oficina”, etcétera, cada uno de ellos con sus propios estímulos desencadenantes y su recompensa en forma de dopamina.

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El otro sistema cerebral, que está orientado a objetivos, se sitúa en la corteza, la capa externa del cerebro. Su recompensa de dopamina proviene de la realización con éxito de una acción intencionada. Ese sistema orientado a objetivos es capaz, en caso de que sea necesario, de anular el sistema de estímulo-respuesta. Por ejemplo, si la radio informa de un problema de tráfico, la subrutina “conducir hasta la oficina” necesitará una modificación consciente.

Para modificaciones puntuales de los hábitos, esa configuración de rutina y anulación funciona bien. Sin embargo, los cambios permanentes, como romper un hábito arraigado o crear uno nuevo, requieren, por una parte, debilitar el sistema impulsado por estímulos para reducir la importancia de los viejos estímulos y, por otra, fortalecer el sistema orientado a objetivos para aumentar la de los nuevos.

La ciencia desconoce la razón por la que tenemos malos hábitos

En un artículo publicado en enero, Eike Buabang y otros colegas del Trinity College de Dublín examinan las pruebas que respaldan las diversas formas en que eso puede lograrse. En la práctica, la mayoría de los enfoques probados parecen obrar en la parte de la ecuación que corresponde a la respuesta al estímulo. La repetición intencionada, ese pilar de quienes toman resoluciones llenos de esperanza, entrena el cerebro para convertir en automático lo orientado inicialmente a un objetivo. En el caso de ir en coche al trabajo, el incentivo para hacerlo es grande (de lo contrario, no hay paga a final de mes). Para cosas que se abandonan con más facilidad, el refuerzo con pequeñas recompensas (ya sea la satisfacción de haber perdido otro kilo en el paso semanal por la balanza o los elogios generados por las aplicaciones de aprendizaje de idiomas o de fitness) funciona de manera similar. Para romper un hábito no deseado, en cambio, hay que plantearse eliminar estímulos familiares: se sabe, por ejemplo, que mudarse de casa ayuda, aunque eso de contratar una empresa de mudanzas es un enfoque un tanto drástico para mantener un propósito.

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Lo que sigue siendo un misterio es la razón por la cual las personas adquieren, de entrada, malos hábitos. La mayoría de los hábitos se adquieren porque son útiles. Los comportamientos automáticos, como los que forman parte de la rutina matutina, reducen la carga cognitiva y liberan recursos mentales para otras tareas, como pensar qué decir en la reunión de las diez. Ahora bien, esos mecanismos pueden subvertirse. La nicotina que se inhala al fumar, un hábito tan poderoso que tiene un nombre especial (“adicción”), estimula de manera directa la producción de dopamina. Y eso es algo que la selección natural no podía prever. Los hábitos no adictivos, como la procrastinación, resultan más difíciles de explicar.

Sin embargo, al final, toda esta ciencia sigue respaldando la idea de que, en materia de formación de hábitos, lo que funciona es la vieja receta de la fuerza de voluntad. Como dice el viejo chiste: “¿Cuántos psicoanalistas hacen falta para cambiar una bombilla? Solo uno, pero la bombilla tiene que querer cambiar de verdad”.

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Traducción: Juan Gabriel López Guix

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