Hay algo en la actriz Adriana Ozores (Madrid, 1959) que reconforta. Quizás su tono de voz pausado. Tal vez su tranquila presencia, que, de alguna manera, sentimos cerca, porque —a través de la pantalla, sentados en una sala de cine o mirando a un escenario— nos acompaña desde hace años. Por eso, reencontrarse con ella es siempre sentirse como en casa; aunque ella no oculte más de un recelo para que nos adentremos hasta la cocina.
En esta ocasión, el reencuentro con esta actriz, perteneciente a una saga de seis generaciones de artistas, se produce por el estreno en Disney+, el pasado 24 de enero, de Custodia repartida, la primera serie que dirige Javier Fesser (Campeones, Camino, El milagro de P. Tinto…). En ella constata, una vez más, su “saber estar”. Y da igual que sea en el set de rodaje, sobre los escenarios… Su superpoder se traslada también a la conversación… a la vida.
Custodia repartida tiene humor, ternura, dureza… Pero personalmente, ¿qué es lo que te atrapó de la serie?
Fue Javier (Fesser), él y mi relación con él. La sensación de participar creativamente con todo el equipo y, en este caso, más con el director, ha sido un incentivo y una nueva manera de entender el trabajo mucho más colectivo y no tanto desde mí.
Lo cierto es que, en el plano interpretativo, manejas todos los registros, Adriana. ¿Cuál nos vamos a encontrar en Custodia repartida?
Si tiene que ser un género, me inclinaría más hacia la comedia. ¡Me he divertido tanto haciendo a esa señora! Creo que es todo un personaje esa señora sinvergüenza, aunque ella no lo sabe. Hay algo frívolo, frío, pero de vez en cuando cálido… Es estupendo. Es un personaje muy complejo y para mí fue muy divertido de interpretar.
Soy muy reservada. Creo que es un tesoro. Si yo no tuviera ese celo con mi vida privada, me pasaría una gran factura
Dices que este trabajo como actriz, “te permite bucear en la condición humana”. ¿Qué has descubierto gracias a Custodia repartida?
Solo el hecho de abandonarte a ese tipo de personajes sin prejuicios, sin tu ego… Abrirte a explorar lo que es, efectivamente, la condición humana es fantástico, te da la oportunidad de vivir desde dentro ese tipo de personalidades que no sabemos si es estúpida, frívola, muy burguesa…. Y… claro, como haría esa gente, le buscas también todas las justificaciones.Hay personajes que una no se atreve a hacer o no es su naturaleza, pero nuestra profesión nos da la oportunidad de descubrirlos. En el momento en que encarnas un personaje, de alguna manera ya no vas a volver a juzgar, porque lo has metido en tu ADN. Si se trabaja en profundidad, se consigue entender muchas cosas de cómo somos en realidad las personas.
Llevas 47 años en la profesión y mucho se sabe sobre Adriana Ozores, pero mucho también se desconoce. ¿Cuáles son los límites que sueles poner cuando alguien intenta conocerte? Resumiendo, ¿hasta dónde llegar?
No te podría decir exactamente, pero es verdad que soy muy reservada. Creo que es un tesoro. Si yo no tuviera ese celo con mi vida privada, me pasaría una gran factura, aunque a otra gente no le pasa lo mismo. En mi caso, es parte de mi naturaleza. No estoy forzando esa especie de celo. Es que soy así.
Si te pido elegir entre teatro, cine y televisión…
Son tan diferentes… Para mí el teatro es una experiencia completa, física, de vacío, de encuentro, de vértigo con el público, de tirarte al abismo. Y, por lo tanto, hay un compromiso muchísimo más grande que en los otros medios. El cine tiene más que ver con lo íntimo. Es la mirada, el pensamiento… Es recogido. Muy bonito, porque hay algo muy de tú a tú, de la cámara y tú, del director y tú, de tu compañero y tú. Algo privado, muy cercano, y eso me encanta. Y luego la televisión te da esa velocidad en cuanto a resolver emociones, circunstancias. Da muchas tablas. Quizás sí que acaba siendo más gratificante el cine y el teatro que la televisión, porque, si haces una serie muy larga, acaba siendo un producto víctima de las audiencias y se entra en una rueda que no es artística. Eso es un dolor, te produce un vacío muy grande.
¿Profesionalmente, has alcanzado lo que esperabas o tienes alguna asignatura pendiente?
Soy muy rara, porque nunca tuve la aspiración de decir: “Dios mío, yo quisiera…”. Hay una gran diferencia entre querer ser una estrella y querer ser una actriz. Yo quiero ser una actriz, no quiero alcanzar no se sabe qué metas, más allá de lo que es lo actoral, porque a mí me agotaría. No tengo esa fortaleza.Me he ido agarrando en el presente de cada personaje que me iba surgiendo. Solamente he tenido algún deseo de hacer personajes de teatro y lo he podido hacer. Una Lady Macbeth, por ejemplo. Sí soñé con poder hacer ese personaje de malísima, tan profundo, tan siniestro, manipulador y ambicioso. Poder trabajar eso desde la honestidad, poniendo toda la carne en el asador, es un encuentro con uno mismo potente.
Tengo capacidad de recordar, pero no vivo del recuerdo, tengo la mirada puesta hacia delante
Con la edad se tiende a vivir de recuerdos… ¿Cuál es el más recurrente que te asalta?
No soy señora de recuerdos, la verdad es que no. Me acuerdo mucho, tengo capacidad de recordar, pero no vivo del recuerdo, tengo la mirada puesta hacia delante, eso es cierto. Sí es verdad que he tenido una parte de la infancia maravillosa, cuando estaba mi padre vivo (José Luis Ozores murió cuando Adriana estaba a punto de cumplir 9 años), y esa parte es muy bonita de recordar.
Tanto tu prima (Emma Ozores) como tú sois un poco las guardianas de la memoria de vuestra familia; aunque en tu caso podrías escribir perfectamente la reciente historia del teatro en España porque has conocido a los grandes nombres: José Luis Alonso, Adolfo Marsillach, Gerardo Malla...
He tenido formación importantísima. Y entiendo que ahora la gente joven pelee por estar en la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico, porque la formación es brutal. Y no solo por una cuestión teatral, sino porque permanece una estela de respeto por lo artístico que no he visto en muchos sitios. Eso yo lo viví en el clásico, me impregné de ello y dije: “Esto es hacer arte, esto es respetar el arte, esto es apostar por el arte, a pesar de que digan lo que digan”. Y ese conocimiento ya metido en el ADN es un regalo.
Hay que acercarse a los jóvenes con aceptación del otro y de sus circunstancias vitales. Están haciendo lo que pueden
Sigues dando clases de interpretación, ¿no?
Sí, ahí sigo.
Y sueles decir que te llevas bastante bien con tus alumnos, con la gente muy joven…
Mucho. Me encanta, me divierto mucho. Es muy estimulante. Descubro aspectos de mí que no tengo en la vida, como, por ejemplo, la paciencia.
Pero se suele hablar de una brecha generacional entre jóvenes y mayores. ¿Cómo sugieres acercamos a ellos cuando ya cumplimos una?
Con dos deditos de frente, o sea, con aceptación del otro y de sus circunstancias vitales. Además, si echas la mirada un poquito atrás, te das cuenta de que tú, en otras circunstancias, estabas de la misma manera, peleando, luchando, estando en contra… Es que es exactamente lo mismo. Creo que hay que respetar las circunstancias tan complicadas que están viviendo. Para nosotros fueron unas complicaciones; para ellos están siendo otras, y no sé si todavía más graves. Y están haciendo lo que pueden. Creo que tiene que ver con la aceptación, el respeto, estar cerca de quien sea. Me da igual que tenga 60 o 23 años.
El humor es una maravilla, es como una varita mágica
He leído que en alguna de las conferencias que impartes, hablas sobre cómo crecer personalmente gracias el teatro…
Tal y como yo trabajo, el personaje es alguien que te acompaña. Te ayuda a sacar aspectos de ti. Si tú vas a pelo, como tú mismo, estás lleno de temores. Pero si eres un personaje, no, porque quien se expone es el otro. Aunque no es verdad. Eres tú el que estás elaborando esa creación y estás sacando aspectos de ti, de atrevimiento, de luces, de sombras… que no eres capaz de ver en carne cruda. El personaje es un compañero, un arrope, algo que te va a acompañar. Por eso es maravilloso el teatro para el crecimiento personal.
Otra herramienta que utilizas es el humor, y, desde pequeña, has recibido lecciones muy sabias, gracias a tus tíos (Antonio, actor, y Mariano, director de cine y guionista) y tu padre, muy amigo de Gila, por cierto. ¿Cómo nos ayuda el sentido del humor a cambiar la percepción del mundo, a vivir nuestro día a día?
Para mí el humor lo que me aporta es apertura. Si van a contar una historia y, de entrada, sabes que es un drama, ya te cierras, porque no quieres sufrir. Pero si gente como Elvira Lindo, Miguel Albaladejo o Berlanga, que trabajaban el humor, te cuentan una cosa tremenda, estás abierto, relajado, de tal forma que te entra por un lugar mucho más profundo porque no te estás protegiendo y no te está haciendo daño. El humor es una maravilla, es como una varita mágica.

Adriana Ozores, con motivo del estreno de 'Norberta'.
Observar simplemente las estaciones o el comportamiento de los animales te enseña mucho de ti misma
Al igual que manejas todos los registros interpretativos, también caes bien a todo el mundo. ¿Cuál es el secreto?
Creo que nuestro trabajo nos da una capacidad de empatía, de comprensión del otro y de disposición que es importante. Puede haber actores y compañeros que sean más seriotes, pero…Es que tengo esa tradición, mi familia ha sido así. Hay algo en el ADN que marca. Podría ir en contra, pero mi naturaleza no ha sido esa, no me ha salido ir en contra de ese ADN que me ha facilitado tanto las cosas. Cuando empecé en esta profesión, era “hija de” y todo el mundo me recibía con una sonrisa. La estela que dejó mi padre o mi familia era esa: siempre me abrían la puerta con una sonrisa. Es como cuando vas a un médico y te toca uno, como dice una amiga mía argentina, “con cara de gol en contra”, y dices: “ay, madre, ya está, ya me he puesto malo nada más empezar”. Pero si te encuentras con una persona cordial, abierta, te abres a la confianza. A mí me parece que eso es una habilidad y una herramienta para la vida.
Te gusta estar sola, y disfrutas en la naturaleza. Y si tuviéramos que buscarte, creo que tendríamos que irnos a las playas de Cádiz y la Sierra de Madrid. ¿Qué es lo que encuentras allí?
Observar simplemente las estaciones o el comportamiento de los animales, te enseñan tanto de ti mismo… Pero también necesito una buena ciudad, un buen museo, un buen teatro… aunque es verdad que la naturaleza me reconforta. Es un encuentro, no es algo que me agreda. Tiene algo que ver conmigo.
¿Y sigues pintando?
Bueno, ahora estoy teniendo un poquito de movimiento, y no puedo pintar, pero estoy experimentando con el arte digital, que me gusta mucho. Es muy divertido, y me gustaría poder dedicarle mucho más tiempo. Espero que, a medida que vaya pasando el tiempo, mi trabajo me permita dedicarme más a esa otra faceta que me gusta muchísimo.
En algún momento ha encabezado manifestaciones. Recuerdo algunas a favor del pueblo palestino, contra la guerra, apoyando la huelga general… A día de hoy, ¿qué sigue reclamando Adriana Ozores? ¿Por qué te movilizarías?
Pues creo que por cosas muy parecidas. Siento envidia de la gente que tiene esa capacidad de constancia en la movilización porque yo no la tengo, he podido hacerlo y lo he hecho. En este momento, por circunstancias familiares, la vida te pasa por encima, vas con la lengua fuera y no me da tiempo a coger las riendas de nada, pero, sí: el otro para mí no es un ajeno.
Hay que prepararse para la vejez, pero no desde el control estricto, porque si no, te vas a dejar algo en el camino, cosas que tienen que ver con el disfrute
La edad es una cuestión también de aprendizaje. Vamos aprendiendo con los años y me gustaría plantearte una especie de juego. ¿Si tuvieras que definir cómo era la Adriana del pasado, cómo es la del presente, y cómo crees que será la del futuro?
La del pasado, una ingenua, pero no en el sentido peyorativo, sino porque entonces había ahí mucha vitalidad. La del presente, se encuentra en un momento de cambio importante, de lo que es pasar de una edad a otra y de muchos tipos de planteamientos, donde estás dándote la vuelta a la cabeza.
A qué planteamientos te refieres.
Esa pregunta no te la voy a contestar; aunque acabaréis sabiéndolo...La del futuro, estar tranquila, que supongo que es lo que desea todo el mundo, y estar a bien con los que tengo al lado. Ya con el hecho de estar a bien, con disfrutar de la gente, de las cosas pequeñas, y también las grandes.
¿Hay que prepararse para la vejez o solo es cuestión de dejarse llevar?
Creo que las dos cosas. Hay que prepararse, pero no desde el control estricto, porque si no, te vas a dejar algo en el camino, cosas que tienen que ver con el disfrute, el abandono… Hay que planificar un poquito, pero también aprender. No nos han enseñado tanto a disfrutar de la vida. Vivimos una vida tan capitalista, tan metidos en un sistema, que salirte un poco es complicado, pero hay que intentarlo.