Parece ser ley de vida. Pasamos de recibir los cuidados de nuestros padres a ser sus cuidadores. Con la edad, la pérdida de autonomía es un hecho, y los familiares de los mayores con dependencia asumen el papel o bien de apoyo en el proceso —buscando, por ejemplo, el mejor profesional que les ayude— o directamente dejando su vida habitual para estar permanentemente a su lado, atendiéndoles. Pero, ¿cómo abordamos ese nuevo rol? ¿Estamos preparados para ello?
Son algunas de las cuestiones que planteamos a Luis F. Agüera, jefe de sección de psiquiatría en el Hospital 12 de octubre de Madrid y expresidente de la Sociedad Española de Psicogeriatría. Después de más de 30 años de experiencia en salud mental de personas mayores, este psiquiatra destaca cómo la nueva longevidad obliga a los profesionales y a toda la sociedad a replantear cómo concebimos esos cuidados.
Hemos aceptado el cuidado de nuestros padres como un compromiso o, incluso, casi como una obligación vital porque sencillamente siempre ha sido así. Pero ¿por qué actualmente este asunto está más presente que nunca?
Es reflejo de un fenómeno nuevo. Ahora las personas alcanzan una edad muy avanzada, viven más años, y afrontamos retos que hasta ahora no se habían dado.
¿A qué se refiere?
Genéticamente, no estamos preparados para vivir tantos años, pero los avances de la medicina han permitido controlar algunos problemas físicos que surgen a partir de determinada edad, como, por ejemplo, que el corazón no funcione, la diabetes… Sin embargo, hay dos órganos que no se adaptan a vivir tantos años. Uno es el cerebro, ya que hay más frecuencia de deterioro cognitivo y demencia. Y el segundo es el aparato locomotor. Las piernas fallan, sobre todo en personas de esta generación que no han tenido la costumbre de hacer ejercicio físico. Lo que ocurre es que la persona vive en una situación de fragilidad, necesita apoyo y supervisión. Y ahí es donde surge el conflicto. Es un asunto muy poliédrico, tiene muchos matices que van entre la necesidad de las personas y el respeto a sus decisiones, y, en ese sentido, no se están haciendo las reflexiones y los abordajes necesarios.
La atención a los problemas mentales de las personas mayores no está de moda en el ámbito médico o psicológico
¿Y cómo deberíamos enfocar dichas reflexiones?
Es un asunto que parece que no tiene que ver con lo psicológico, sino con lo social, con la necesidad de conseguir un cuidador. Pero el rechazo de las personas mayores es una reacción psicológica que, en algunos casos graves, puede llegar a ser incluso delirante y acusar, por ejemplo, al cuidador de que le roba cosas. Todavía nadie se ha parado a reflexionar sobre este fenómeno ni desde la psiquiatría ni desde la psicología.
¿A qué cree que es debido?
La atención a los problemas mentales de las personas mayores no está de moda en los ámbitos médicos o psicológicos. Debido al edadismo, a cierto rechazo hacia las personas mayores, no hay muchos profesionales que se dediquen a la geriatría, a preocuparse por los problemas médicos de las personas mayores; aunque, por supuesto, es obligado, porque la inmensa mayoría de los pacientes que van al médico de atención primaria y a especialistas son mayores y, te guste o no te guste, tienes que aprender cómo tratar a personas mayores. Hay muchos profesionales que consideran que no se puede realizar sesiones de terapias y psicoterapias con personas mayores porque no responden a ese tipo de tratamiento. Si fuera un tema que afectara a los adolescentes, todos los días estaría en la prensa. Pero cuando son problemas de las personas mayores, la atención del público en general y de los profesionales es menor.
Hay que huir del tópico sobre querer envejecer en casa, la persona debe vivir donde mejor se cumplan sus necesidades
Habla del respeto a las decisiones de las personas mayores dependientes. Y leo que, en este sentido, la decisión, al menos, es muy clara. Según las encuestas, el 85% de las personas quieren envejecer en casa. Pero, ¿es siempre la opción ideal?
Hay que huir del tópico. La persona debe vivir en el sitio donde mejor se cumplan sus necesidades. Puede ser en su casa, claro; pero si una persona no camina y necesita dos, tres personas o incluso una grúa para moverla de la cama al sillón, está claro que se presta mejor atención en una residencia que en casa, mientras sea posible y viable económicamente, obvio.Hay hijos o hijas que dicen que bajo ningún concepto van a llevar a su madre a la residencia, y se encuentran en una situación de cuidador que no es la óptima en absoluto; los cuidados que se le da a esta persona no son los que necesita, y esa persona está teniendo una calidad de vida peor de la que le puede dar una residencia.
¿Qué cuestiones deberíamos tener en cuenta cuando tenemos que comunicar a una persona mayor que a partir de cierto momento va a necesitar ayuda?
Cuando hablamos de envejecimiento y fragilidad, nos encontramos con dos situaciones: la persona que no tiene deterioro cognitivo y la persona que sí lo tiene. En las personas con deterioro se da un fenómeno llamado anosognosia. Es decir, la persona tiene problemas de memoria, pero hay una especie de mecanismo de negación de esos problemas y no es suficientemente consciente de que se equivoca, se le olvidan cosas… Puede advertir que tiene pequeños errores, pero no la intensidad del deterioro. A esas personas es muy difícil explicarles que tienen un déficit y una necesidad, porque no lo perciben como tal.
¿Y con las personas que no tienen dicho deterioro, pero sí necesitan alguna persona de apoyo?
En el envejecimiento hay una necesidad de mantener la identidad, conservar ese rol de ama de casa o de gestor de los problemas propios, por ejemplo. El clásico “yo siempre he hecho la comida en casa”. Y a esto se le une una pérdida de la capacidad de decisión de la propia persona. Además, hay que tener en cuenta que la inmensa mayoría no ha tenido ayuda en casa, y estamos hablando de que alguien ajeno, que no conoce, va a ir a vivir allí, es un atentado a su intimidad, vamos. Y, generalmente, son extranjeros, por lo que existe un choque cultural. Por eso, el proceso requiere de adaptación.
¿Cuándo debe intervenir un profesional para que ayude a entender la situación?
Cuando se trata de un paciente que atendemos, a los profesionales nos piden consejo. Nosotros intervenimos dándole ese reflejo de la realidad y de lo que necesita, ya que forma parte del proceso terapéutico y psicoterapéutico. Cuando la persona que estamos atendiendo tiene depresión o Alzheimer, el consejo de un profesional ayuda. En determinadas circunstancias en las que el asunto es grave, porque existe una demencia relativamente avanzada, nos vemos obligados a decirle a la familia que tiene que ser una política de hechos consumados. En muchísimas ocasiones la persona luego agradece esa ayuda, pero necesita una transición y esa transición hay que entenderla.
En el envejecimiento hay una necesidad de mantener la identidad, conservar ese rol de ama de casa o de gestor de los problemas propios
¿Y se debe aceptar como inevitable el habitual reproche de los mayores dependientes hacia los familiares por “obligarles” a una situación que no desean?
Forman parte de los mecanismos de defensa, y, en cierto modo, hay que respetarlo hasta que la persona se dé cuenta de que esa situación era inevitable y que ahora vive mejor que antes. Aunque no todo el mundo hace ese proceso. Algunas personas mayores encadenan una cuidadora tras otra. Ese proceso de rebeldía, por así decirlo, entre comillas, corresponde a casos más extremos, personas que desarrollan una resistencia que podemos decir patológica.
Entiendo que en este proceso hay que analizar también las circunstancias personales de los familiares, que no son, desde luego, las mismas que había hace unas décadas.
Actualmente, la estructura de nuestra sociedad es la que es. Hace 50 años, ni las personas vivían tanto, ni la estructura de la familia ni de la sociedad era la de hoy en día. Ahora todo el mundo trabaja y, por lo tanto, esa cuestión de que el cuidado lo proporciona el elemento normalmente femenino de la familia no es posible en esta sociedad. Eso es así y no lo podemos cambiar. Lo que sí que es cierto es que, generalmente, en la mayor parte de las familias, este tipo de decisiones se retrasan todo lo posible, y a veces se toman demasiado tarde: cuando la persona mayor se ha caído, se ha roto la cadera… Pero creo que hay que descargar a los hijos del sentimiento de culpa.
En la mayor parte de las familias, las decisiones sobre el cuidado de los mayores se toman demasiado tarde (…). Hay que descargar a los hijos del sentimiento de culpa
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Pero muchas veces ya no es cuestión de que la hija o el hijo no tiene tiempo, sino que, sencillamente, no sabe cómo ayudar a un padre o una madre dependiente de la mejor forma.
A partir de un determinado momento de necesidad de cuidados, lo que puede proporcionar la familia son cuidados aficionados, con mucho cariño y muy buena voluntad, pero no profesionales. Uno puede ponerle buena voluntad, puede querer ayudar, pero cuando el grado de dependencia va aumentando, se requiere un grado de profesionalidad que ni se tienen ni es fácil de aprender en sitio alguno.
Hablaba del sentimiento de culpa. Si llega, ¿cómo deberían gestionarlo que los familiares?
Es algo consustancial al ser humano. Tenemos un poco es idea, que también se forma parte del mundo un poco de la fantasía, del mundo emocional interno, de que tenemos que hacer todo lo posible por nuestro padre, nuestra madre, nuestro hermano… pero creo que el sentimiento de culpa se combate cuando se confronta con la realidad y se ve que uno no llega. Otra cosa es no haberlo intentado. Es muy humano tener sentimiento de culpa (por llevar al familiar a una residencia), pero, a veces, ese sentimiento lo que hace es impedir que se consigan los mejores cuidados. Y a lo mejor retrasa que la persona que lo necesita pueda recibir cuidados más profesionales.
Hay que hacer hincapié en que muy rara vez el reparto de las decisiones y de los cuidados de los padres mayores se hace de una forma homogénea entre los hijos
Se habla del síndrome del cuidador quemado. ¿Se podría hablar también del síndrome del familiar quemado?
Bueno, es lo mismo, porque normalmente el cuidador es un familiar. Pero sí hay que hacer hincapié en que muy rara vez el reparto de las decisiones y de los cuidados se hace de una forma homogénea entre los hijos. Siempre hay una persona, uno de los hijos —muchas veces una hija— que se hace cargo de una mayor parte de los cuidados, de las decisiones del día a día, del cuerpo a cuerpo, frente al resto que se inhibe o toma un papel secundario. Entonces las posibilidades de que esa persona tenga el síndrome del cuidador quemado o síndrome del familiar quemado es muy alta, porque se asumen un montón de cosas que llegan a sobrepasar. Poco a poco esa persona se va sobrecargando, y por supuesto tiene riesgo: empieza a tener problemas de ansiedad y puede desarrollar perfectamente un episodio de depresión, por agotamiento, por desgaste.