En 1960 Miles Davis publicaba uno de los discos más inesperados de su imprevisible trayectoria. Sketches of Spain ofrecía una visión que revisaba sin complejos algunos motivos de la música española, de la tradición andaluza a los soniquetes de los afiladores del norte de España, de los tablaos barceloneses a autores clásicos.
Lejos de encontrar un corsé en esos elementos, el músico estadounidense halló inspiración, un punto de partida desde el cual construir un universo propio capaz de marcar su propia senda sin mirar a los lados. Teniendo en cuenta todas las diferencias y aplicando todos los atenuantes necesarios, uno tiene una sensación semejante al probar el menú del restaurante Arnanz.
Soy consciente de que una afirmación como la anterior exige una justificación o corre el riesgo de caer en la hipérbole, más aún cuando el recorrido que Arnanz propone se desarrolla en un pequeño y discreto local en plena Castellana, en una zona de una importante densidad gastronómica.
El recorrido que Arnanz propone se desarrolla en un pequeño y discreto local en plena Castellana
Sin embargo, el cocinero segoviano, que ostentó una estrella en su paso por el restaurante Villena, es capaz de ofrecer aquí un recorrido personal que se asoma a sus orígenes y a sus influencias, que no tiene más hilo conductor que una aproximación a la cocina española y a sus productos desde una perspectiva libre en la que los orígenes castellanos son definitorios.

Un rincón del restaurante
Pero al hablar de esa presencia de Castilla no me refiero a una imagen tópica, a una cocina recia, contundente, de asados y chacinas sino a un vínculo evidente, aunque sutil, con una nueva cocina castellana -Barro, ConSentido, Alejandro Serrano, La Botica de Matapozuelos, Cuzeo- que se renueva en los últimos años, que explora su entorno con una mirada distinta para encontrar en el monte, en lo más humilde, nuevos elementos que convertir en referenciales.
Y el primer ejemplo llega, antes de sentarse, con el vermut aromatizado al momento con hierbas de monte bajo. De aquí a la mesa en la que el cocinero presenta una crema de cebolla -solamente cebolla, recalca- y un tomate con patata y acelga roja, bocados que, con su sencillez, recalcan la intención de buscar el valor gastronómico hasta en los productos más humildes.

Patata, tomate, acelga roja
A partir de este punto, ya en la mesa, el cocinero propone un recorrido por la historia, por la de la cocina española, pero también por la propia. Garbanzos aliñados -en crema- y vegetales encurtidos es un plato del año 2014. ¿A qué sabe el tiempo? La pregunta se sugiere mientras llegan tres piezas de presa de cerdo ibérico, en escarlata, curada en cera de abeja y en adobo de pimentón y flor de orégano, un estupendo aperitivo que permite explorar los matices que el tiempo y la técnica de curación aportan a la carne.
La mira se pone, a continuación en la convivencia entre lo cristiano -la manteca- y lo sefardí -el perejil- en la España medieval: pan de sartén con aceite de perejil, manteca de hierbas de monte bajo y manteca de adobo.
Tras esta primera secuencia, de despensa autóctona y leve inspiración medieval, se pasa a un segundo acto, que se presenta como El Nuevo Mundo, en el que la exploración de la materia prima más cotidiana, a la que se otorga un valor gastronómico -ojalá hubiese más ausencias de complejos como esta- continúa, centrándose ahora en productos llegados de América.
Es lo que ocurre con el sofrito madre, un sofrito de tomate clásico que, en el momento de la visita al restaurante llevaba cocinándose, tratado de algún modo como una masa madre que se va alimentando a diario, durante 25 días. Profundidad de sabor e intensidad de umami sorprendente por su sencillez, ejemplo de lo que una cocina reposada y con sentido común puede aportar a un ingrediente humilde. Se acompaña con gazpachos verde y rojo y unos tomates al candil que exploran texturas y matices.

Sofrito Madre
Más esencialidad en la patata vieja al ڰá, un plato que el cocinero desarrolló en el año 2019, ejemplo de cómo lo autóctono y lo llegado de América se dan la mano y una nueva muestra de cómo la cocina pobre puede convertirse en alta cocina: patata vieja cocinada en un guiso de manitas de cerdo aromatizado con ڰá de La Mancha. Qué buen plato.

Patata vieja y ڰá
No todo discurre por la senda del producto más humilde, sin embargo. La siguiente secuencia del menú, que mira a Castilla, aunque lo haga desde lugares no siempre obvios, lo pone de manifiesto. Arranca con el boletus pinicola en un guiso de calducho de morcilla, y se introduce luego en El Mar de Castilla, platos que ponen la mira en la relación de la meseta con el mar, en aquel Reino de Castilla que se asomaba al Cantábrico, pero también en la labor de arrieros y comerciantes que llevaban hasta las ciudades castellanas pescados curados y salazones y que más tarde, en la ruta hacia Madrid, las nutrieron de producto fresco.
Colágeno de merluza, caviar de trucha, piel de limón, un plato que funciona de algún modo como una pausa, un intermedio que limpia y refresca tras la intensidad del guiso de morcilla, antes de pasar al bogavante, de cocción impecable, sobre un guiso de sus corales aromatizado con anís La Castellana, una propuesta de mínimos, elegante, capaz de huir del exceso, que arropa sin disfrazar, que suma matices a la tersura del marisco.

Bogavante y anís
El bosque en la mesa, un nuevo capítulo en ese recorrido por Castilla, que por un momento me hace dudar. Pato asado y trufa de invierno, anuncia el menú. Acompañados por un Viña Tondonia Reserva 2012. Por unos segundos temo que se abandone la línea ligera, de matices, para caer de lleno en una propuesta mucho más clásica, de una intensidad -quizás una pesadez- que arruine la sensación general del menú.

Pato, alforfón, trufa de invierno
El plato se enfoca, sin embargo, en una dirección opuesta. Llega primero un pan de trigo de Campaspero, que acompaña a un guiso de pato, trigo sarraceno, orégano, ajo tostado y trufa. Esencial, intenso, pero no excesivo. Puro sabor a bosque. Qué buena noticia que el menú de un restaurante de estas características dé un espacio preferente a legumbres y cereales -un pseudocereal, en este caso-. A su lado, la pechuga, asada a 42ºC, aromatizada únicamente con la trufa. Todos los temores desaparecen. No hay intensidad excesiva; no hay reducciones prolongadas sino cierto frescor, una viveza que se agradece para terminar el apartado salado.
Queso de oveja de Torremocha del Jarama -Botón de Queso, de la quesería Jaramera- en crema acompañada por un sofrito de membrillo y una infusión, realmente interesante, de lías de tempranillo especiadas. El menú termina con un postre, de dulce muy controlado, de avellana en crema, trufa y berro de agua, un nuevo recuerdo al bosque castellano que, con matices terrosos, pungentes y frescos es el final perfecto.
Tras la visita al restaurante Arnanz sorprende el arrojo de proponer un menú heterodoxo, basado en buena medida en ingredientes sencillos, cuando no abiertamente relacionados con una cocina que podríamos calificar de pobre, en una ubicación así; un ejercicio de valentía culinaria que no toma el camino fácil. Se agradece el riesgo, que no está tanto en una complejidad técnica excesiva y evidente como en la toma de decisiones, en qué se decide poner en el primer término, al servicio de un menú con carácter, de una cocina capaz de elevar esos productos a través de guisos y de matices, de complementos, de aromas sutiles.

Avellana, trufa, berro de agua
Hay mucha Castilla en la cocina de este Arnanz, pero muy pocos tópicos. Hay personalidad, una cocina sin complejos que brilla a veces en lo más humilde -el sofrito, la patata al ڰá- y que redefine combinaciones clásicas -quizás sería más preciso decir clásicos- como el pato/trufa/Rioja alejándolas de excesos y de gestos manidos.
Cuesta hacer generalizaciones sobre lo que un restaurante aporta al panorama inmenso de la cocina contemporánea en Madrid. Sería fácil caer en la exageración o en simplificaciones que no aportarían nada. Tampoco creo, sinceramente, que sea necesario. Más allá de su contexto, el trabajo de Rubén Arnanz es aire fresco, es capaz de mantener la atención y consigue encontrar la sorpresa -no el efectismo- donde menos se espera; su propuesta es elegante e imaginativa, con momentos de auténtica originalidad. Si con eso no hay suficiente, no tengo claro qué más hace falta.
Arnanz
ٱ鷡ѱPaseo de la Castellana, 23
-
www.arnanz.world