La generación de cocineros que hoy ronda los 35 años se encuentra, de algún modo, en una posición de privilegio. Acumula, en muchos casos, formación y experiencia en grandes restaurantes y se formó un imaginario gastronómico antes de que los sucesos que se han ido encadenando desde el 2020 —pandemia, confinamientos, guerras más o menos próximas, incertidumbre económica, aranceles— lo cambiasen todo.
Al mismo tiempo, es una generación a la que esa sucesión de sobresaltos la encontró aún suficientemente joven como para reaccionar y adaptar sus propuestas al nuevo contexto; un grupo de cocineras y cocineros que, al menos esa es mi sensación, está mucho más pendiente de los números del negocio que parte de sus antecesores.
Todo esto los sitúa en un lugar interesante en el que el bagaje de las generaciones precedentes se encuentra con un contexto nuevo. Y de ahí nacen propuestas originales, en muchos casos posibilistas, en otras quizás más ambiciosas, pero cargadas de personalidad, de tal modo que si algo define a este grupo es su carácter heterogéneo.
“Cocina arreglá, pero informal”
Arsa es un espacio cuidado que se aleja del clasicismo de los templos de la alta cocina
Ahí es donde hay que entender Arsa, el restaurante que Beatriz Fernández y Rodrigo Fernández abrían hace ahora justo un año, en Dzñ. Él riojano, ella sevillana, pasaron por cocinas como las de Zaranda, hicieron prácticas en restaurantes como Casa Solla y forjaron un imaginario culinario propio trabajando en el Grupo Ovejas Negras, en la capital andaluza.
A la hora de abrir su propio negocio optaron por la zona centro, a un paso de la Gran Vía, de Dzñ, la ciudad de Rodrigo, capital de una de las comunidades autónomas que, proporcionalmente, más movimiento gastronómico está teniendo en los últimos años —Nublo, Venta Moncalvillo, El Portal de Echaurren, Ajonegro, Juan Carlos Ferrando— algo en lo que sin duda tienen que ver una ubicación estratégica, a menos de hora y media de Bilbao, Santander, Pamplona o Vitoria, un creciente enoturismo en la región y una renta per cápita que, en La Rioja, se sitúa por encima de la media estatal.

Rodrigo Fernández y Beatriz Fernández en su restaurante
Con esos mimbres, Beatriz y Rodrigo abrían las puertas de un restaurante que pretende no ser un gastronómico o, al menos, no un gastronómico al uso. “Cocina arreglá, pero informal”, reza sobre la puerta un luminoso que no engaña. Porque eso es lo que uno se encuentra al sentarse a una de las mesas del amplio comedor presidido, al fondo, por la cocina vista: un espacio cuidado, pero que se aleja del clasicismo de los templos de la alta cocina para hacer guiños a una estética que combina elementos retro, pegatinas en las paredes, música, referencias al arte urbano y colores pastel que te sitúa, incluso antes de dar un vistazo a la carta, en otro lugar. Esto no es un restaurante al uso.
La oferta gastronómica, por su parte, se mueve también en esa ambivalencia: una carta que juega sobre la idea de tapas/pinchos, que incluye también algunos principales y que se complementa con una interesante oferta de coctelería. Junto a ella un menú degustación que encierra el alma de esta propuesta con un pie en el norte y el otro en el sur, y un servicio que sabe jugar bien en ese terreno cercano, sin rigideces, pero profesional; arreglao, pero informal, por seguir con el hilo conductor que da sentido a esta historia.

La cocina de Arsa
Así, los primeros snack son una revisión de clásicos de la Calle Laurel, el kilómetro cero de las tabernas logroñesas: mejillón tigre con espuma de laurel, el sandwich San Bernabé que se elabora con un merengue de pan sobao y rilletes de trucha o el blini de embuchado con pimiento asado y mahonesa de embuchado, seguida por otros tantos bocados que miran al sur: tortillita de camarón con emulsiones de manzanilla y perejil, pan al vapor de zurrapa de lagarto ibérico con holandesa de manteca colorá, zanahoria encominá. Sabores de la memoria en formatos y texturas nuevas: acidez, crujiente, matices especiados que despiertan el paladar.
Salmorejo de naranja, vuelta al sur. No soy muy partidario de las versiones frutales del salmorejo, normalmente demasiado dulces, pero en este caso continuamos en esa línea de acidez y frescor, equilibrada con un tartar de atún de almadraba en la base, corazón de atún curado en el restaurante y rallado y un panko que aporta crujiente.

Algunos de los snack del actual menú del restaurante

Salmorejo de naranja, tartar de atún de almadraba y mojama de corazón de atún

Raíces y tubérculos en una sopa de queso payoyo
Paté en costra riojano-andaluz. Los dos pies del proyecto se encuentran aquí bajo el paraguas de una elaboración académica muy bien resuelta que en este caso preparan con cerdo ibérico y cordero —paletilla, lechecillas y demiglace— y palo cortado que acompañan con encurtidos caseros.
Raíces y tubérculos: tallarines de apionabo, gel y dados de boniato, espuma de cúrcuma, piel de tupinambo y salvia en una sopa de queso payoyo. Tonos terrosos que acompañan a la potencia del queso.
Setas guisadas al viura, gnocchi de boletus que una consistencia adicional al plato, sabayón de galeras y setas enoki en tempura. Un interesante mar y montaña de comienzo de primavera que bebe de aquí y de allá, como lo hacen los caparrones con carrillera de jabalí al oloroso, lomo de jabalí curado en el restaurante y una espuma de hinojo de mar. Lo local y lo aprendido, el norte con guiños al sur. Qué buen plato y qué alegría encontrar legumbres en menús de este estilo.
Rodaballo en tempura de algas, su pilpil, piel crujiente y tartar de tomate semiseco y alcaparras; los lomos del pescado, limpios, cocinados en un rulo de alga nori; el pilpil que potencia el carácter marino del plato y el tartar que lo aligera y lo levanta. Pechuga de paloma torcaz, para terminar el recorrido salado, sobre una salsa de sus interiores, puré de castaña, limón encurtido y trufa de invierno. Quizás el más clásico de los pases del menú, aunque ese limón, aquí y allá, lo transforma.
Más encuentros norte/sur en los postres: sorbete de granada y agua de rosas, arrope de tempranillo y granada, hormigo —una cuajada tradicional riojana— de almendras y, a continuación, calabaza —láminas y crema— gel de tomillo quemado y helado de torta de aceite en el que quizás faltaría integrar un poco más los elementos principales. Nada de excesos de dulce o de pesadez, lo aromático y lo ácido presente hasta el final, ayudando a mantener la tensión.
Incluso los petit fours siguen jugando con esa dialéctica entre Ի岹ܳí y La Rioja: macarón de sangre y canela, bombón de azahar y una versión de un bocado de la torta inglesa de Carmona.
El recorrido termina con la sensación de que todo encaja —la interesante selección de vinos de Jerez y de Montilla por copa que abre la carta de vinos también ayuda en esto— y de que este local está lleno de aire fresco. No hay, en el menú, excesos demostrativos, aunque sí haya mucha cocina; todo tiene sentido dentro de la particular historia de esta pareja que cocina sus orígenes y su recorrido, que sabe qué tiene para ofrecer y que lo lleva a la mesa sin complejos.

Caparrones, jabalí, hinojo de mar

Rodaballo en tempura de algas, su piel crujiente, tomate semiseco y alcaparras
La falta de complejos. Quizás sea otro de los ejes que articulan el trabajo de esta generación que hoy está en mitad de la treintena. Por supuesto que hay propuestas que miran a modelos anteriores, que siguen en una alta cocina que, en algunos aspectos, se quedó del otro lado de la barrera de 2020, pero lo más interesante está ocurriendo aquí, en los márgenes, en ese lugar en el que la personalidad aflora sin miedo.
Quizás el trabajo de Juanlu Fernández (Lú Cocina y Alma, Jerez), algo mayor, apenas 5 años, fuese pionero de esta tendencia en su momento con su peculiar fusión de lo académico y lo autóctono, de lo francés y lo andaluz. Quizás, incluso, haya que ir un poco más atrás y pensar en cómo el paso por Francia aflora a veces también, sin complejos, en una cocina tan absolutamente local como la de Ángel León en Aponiente.

Paloma torcaz, castaña, limón encurtido

Granada, rosas, arrope, hormigo de leche de almendras
Tras ellos, quizás colándose por las rendijas que abrieron, llegó esta generación que cocina su propia historia, sin alardes técnicos, conscientes de que es ahí donde está lo que tienen que contar, lo que pueden aportar, y dando lugar a nuevos enfoques, abriendo nuevos caminos que definen, en mi opinión, una buena parte de la cocina en 2025.
Hay restaurantes en los que se come muy bien; hay otros a los que, además, se va por la experiencia, o tal vez a aprender. Y hay restaurantes, como Arsa que son, sobre todo, una buena noticia: un lugar en el que se come bien, con personalidad, sin que los precios se disparen; un lugar que es, sobre todo, una historia personal y, por lo tanto, irrepetible.