“Aprender a leer es lo más importante que me ha pasado en la vida”, me dijo Mario Vargas Llosa en la repleta sala de actos de la Biblioteca Nacional de España (BNE), aquel mes de mayo de 2012. “A los cinco años el mundo se me enriqueció de una forma extraordinaria; expediciones, viajes al espacio, destinos sobresalientes… era la magia, el hechizo que me inspiraba el hecho de leer“”.
Se celebraba el 300 aniversario de la BNE, y el escritor peruano se prestó a reflexionar sobre la lectura y la literatura, en relación con su propia obra y su trayectoria personal, dentro del ciclo conmemorativo “El libro como universo”.
Vargas Llosa
“En el colegio empecé a escribir, cartas de amor para mis compañeros y novelitas pornográficas. Era muy divertido, y me pagaban con cigarrillos”
“Yo no leí nunca cómics, empecé con historias que me exigían un esfuerzo intelectual, con lecturas literarias”, añadió. “Mis primeras lecturas fueron dos revistas para niños: El Peneca (chilena) y El Billiken (argentina). La lectura me enriqueció de una manera extraordinaria. Fui un lector voraz y aquello constituyó un hecho fundamental en mi niñez. Fue mi edad dorada en Bolivia (Cochabamba).”
La influencia familiar resultó clave en su posterior dedicación: “Mi familia materna era bastante literaria. Mi abuelito escribió versos satíricos y cuando empecé a escribir toda la familia me alentaba mucho. Conocer a mi padre (sus padres estaban separados y durante diez años creyó que su padre estaba muerto) significó cambiar de vida. Con él descubrí la soledad. Vivía aislado con una persona muy rígida. Descubrí el miedo.”

Saludo entre Mario Vargas Llosa y Sergio Vila-Sanjuán.
Pero la posición contraria de su padre también resultó determinante. “A él no le hacía ninguna gracia que yo escribiera, le parecía poco viril. Eso me sirvió muchísimo para reforzar mi vocación. Leer y escribir eran la manera de resistir ese miedo y escapar de la soledad. Después mi padre me inscribió en el colegio militar Leoncio Prado de Lima, y de esa experiencia surgió mi primera novela, La ciudad y los perros.”
Con la vivencia castrense llegaron los momentos contrapuestos: “Leí muchísimo, los encierros a los que me castigaban los entregaba a la literatura. Los Miserables, de Victor Hugo, me marcó profundamente En el colegio empecé a escribir, cartas de amorpara mis compañeros y novelitas pornográficas. Era muy divertido, y me pagaban con cigarrillos.”

Vargas Llosa, el último representante del 'boom' latinoamericano
Aún adolescente escribió su primera obra de teatro, La huida del Inca. “El teatro me gustaba mucho. Pasaban por Lima compañías españolas, argentinas, que representaban a autores como Casona y Unamuno… Me impresionó La muerte de un viajante, de Arthur Miller, la primera obra moderna que vi.”
Vargas Llosa se inicio en el periodismo en Lima, a los quince años, en el diario La crónica , donde hizo de todo. “El periódico te permitía moverte arriba y abajo de la pirámide social. Es la única vez que viví la vida bohemia -recordaba-, y ese tiempo me inspiró partes enteras de mi novela Conversación en la catedral””
“El lenguaje del periodista y el del escritor son distintos -añadió-. A mí el periodismo me ha servido como fuente de experiencias, incluida la crónica negra. Por ejemplo, me dejó muy marcado la experiencia de informar sobre el asesinato de una prostituta. Era la primera vez que veía un cadáver y me quedé paralizado.”

Mario Vargas Llosa ríe junto a Sergio Vila-Sanjuán.
La técnica de investigación para algunos de sus libros muy posteriores, como La fiesta del chivo, se la debe en buena medida a aquellos años de periodismo, y después a la universidad. “Un gran historiador e investigador, Raúl Porras, me enseñó a trabajar en bibliotecas.”
La Universidad de San Marcos le amplió nuevos territorios y le llevó hacia la política. “Era la universidad popular y rebelde de Lima, frente a la Católica. Allí leí mucho a Sartre, la literatura comprometida, el existencialismo. También descubrí la literatura norteamericana, a Faulkner. Los libros marxistas prohibidos los tenías que leer a escondidas. No llegué a ser totalmente marxista gracias a Sartre.”
Recién casado, practicó el pluriempleo para subsistir, y entre sus trabajos estuvo el de bibliotecario en el Club Nacional. “Allí descubrí una colección de libros franceses eróticos maravillosa, era literatura clandestina. A la oligarquía peruana le debo mi formación erótica.”
En los años 50 se desplaza a Madrid. Trabaja a menudo en la Biblioteca Nacional, donde se familiariza con las novelas de caballería.
“Hacía mucho frío, y había que leer con abrigo y guantes. Me dediqué a esa literatura medieval hasta que encontré un libro de caballerías francés que necesitaba un permiso eclesiástico para poder leerlo, el Lancelot du lac. Nunca conseguí el permiso”.
Manifestaba el premio Nobel que “no tiene nada que ver el Madrid de hoy con el Madrid de finales de los cincuenta. Entonces podías encontrar aún las atmósferas de Galdós o de Baroja. Aquí escribí, en una taberna esquina Doctor Castelo con Menéndez Pelayo, la primera versión de La ciudad y los perros”.
Junto a los cafés, Vargas Llosa le gustaba escribir en bibliotecas, que brindaban una atmósfera recogida. “Lo aprendí en Lima y luego buena parte de mi obra la he escrito en bibliotecas. La antigua British Library de Londres quizá es la que más me ha emocionado, sentí mucho que cambiaran su ubicación”.
El novelista se refirió también a su experiencia académica. “Empecé a enseñar literatura también en Londres. Es un aprendizaje extraordinario para un escritor, aunque, al mismo tiempo, nada fácil. Los intercambios con estudiantes para mí han sido muy educativos. He procurado dar cursos siempre sobre autores que me han gustado mucho.”
En esta charla recapitulatoria del año 2012, Mario Vargas Llosa defendió la escritura directa sobre el papel. “Voy siempre con una libreta, me gusta el papel, la tinta. El ritmo de mi pensamiento al escribir a mano. Siempre en libretas, en fichas.”
En cuanto al libro electrónico, manifestó no creer “que el soporte sea invisible al contenido. Cuando los escritores sólo escriban para las tabletas no van a hacerlo de la misma manera que para el papel. ¿Por qué la televisión ha banalizado tanto los contenidos? De ahí mi duda. Sería bueno mantener simultáneamente las dos formas de escritura”.
Le hice, para concluir, una pregunta de manual: ¿qué tres libros se llevaría a una isla desierta?
Respondió, tras pensarlo unos momentos, que La muerte de Virgilio, de Hermann Broch, “porque nunca he podido pasar de la cuarta página y en una isla desierta tendría que hacerlo”. También el Quijote o Guerra y Paz, y La Odisea.
Fue una hora y cuarto de conversación con un gran cultivador de la palabra, y un recuerdo que en la jornada triste de hoy me ha asaltado con toda la fuerza de la admiración y la añoranza.
(La transcripción de mi charla en Madrid con Mario Vargas Llosa el 9 de mayo de 2012, cuyo contenido he utilizado en este artículo, fue realizada por el gabinete de prensa de la BNE).