Poco antes de marcharse a Nueva York, Federico García Lorca dice de Maruja Mallo: “Entre verbenas y espantajos, toda la belleza del mundo cabe dentro del ojo. Sus cuadros son los que he visto pintados con más imaginación y sensualidad”. Gómez de la Serna, que la había descubierto gracias a Ortega y Gasset, la llamaba cariñosamente “brujita joven” y veía en ella a una “artista de catorce almas”, la más original, impetuosa y espontánea. Rafael Alberti la negó “por cobardía o conveniencia” en sus memorias, La arboleda perdida, pero una vez muerta María Teresa León, escribió un nuevo capítulo (Las hojas que faltan) en el que desnudó su admiración por la que había sido su pareja en la vida y en el arte, “pintora extraordinaria, bella en su estatura, aguda y con cara de pájaro, tajante y llena de irónico humor...” . El bruto Buñuel se enfrentó a ella en un concurso de improperios (y lo perdió). Y el primero de sus amigos artistas, Salvador Dalí, la describió como “mitad ángel, mitad marisco”...

Maruja Mallo en su estudio de Madrid, mayo de 1936. dzٴDzí de Arte Casa Moreno. Museo Reina Sofía. Colección Archivo Lafuente
Maruja Mallo (Vivero, Lugo, 1902-Madrid, 1995), nombre artístico de Ana María Gómez González, fue una de las principales figuras de la Generación del 27, admirada y aceptada como una más entre todos ellos; expuso en 1932 en la galería Pierre de París, donde André Breton le compró Espantapájaros, una de sus obras surrealistas, y al poco formaba ya parte de la colección del Jeu de Paume. En 1936, cuando estalló la Guerra Civil, era una de las artistas más admiradas y reconocidas que había en ese momento en España.
“Prueba de ello es que Jiménez Caballero, ideólogo de la vanguardia y luego del fascismo, centraba sus críticas en Lorquita y Marujita para advertir que ganada la guerra en el campo de batalla no se podía perder en el campo de la cultura”, apunta la historiadora Patricia Molins, comisaria de Maruja Mallo. Máscara y compás, exposición en el Centro Botín de Santander que reivindica la singularidad, riqueza y desconcertante complejidad de una creadora cuya fuerza y personalidad arrolladoras la hacen merecedora de un lugar en el podio de los grandes.

Dos visitantes de la Fundación Botín contemplan una de las obras de la serie 'Verbenas'
Lorca, Dalí, Buñuel, Alberti o Gómez de la Serna la admiraron y la consideraron siempre una de los suyos
Maruja Mallo continuó activa casi hasta el final, pero como a tantos otros la guerra marcó un antes y un después en una carrera que hasta entonces iba como un cohete. Se exilió en Argentina, regresó a Madrid en 1962 y en los ochenta se convirtió en musa de la Movida madrileña (dos de las obras expuestas pertenecen a Almodóvar), que vieron en ella a un referente, gracias a su aspecto excéntrico y su espíritu rompedor, siempre maquillada y con abrigo de pieles. “No iba pintada como una puerta; para ella pintarse era como plastificarse, convertirse en estatua”, matiza Molins.

'El Mago / Pim Pam Pum', de la serie 'Verbenas', de The Art Institute of Chicago
Maruja Mallo fue una mujer libre (“tener 10 hermanos le ayudó, podía largarse de casa sin que nadie se diera cuenta”, imagina la comisaria), fue amiga de Gabriela Mistral, Concha Méndez o María Zambrano, y además de con Alberti mantuvo relaciones estrechas con Miguel Hernández y Pablo Neruda. Ella fue su mejor creación. Tuvo los años que quiso tener en cada momento -decía haber expuesto por primera vez a los 20 años, la misma edad que tenía cuando empezó a estudiar seis años antes-, siempre se sintió más cómoda con las nietas que con sus abuelas y mantuvo intacto hasta el final su aplomo y su desparpajo, llegando a depositar en la Biblioteca Pública de Nueva York los recortes de prensa con los que quería ser recordada. Pero sus amoríos y sus amistades peligrosas tal vez han acabado eclipsando a la pintora sólida que, según Manuel Segade, director del Reina Sofía, coproductor de la muestra que viajará a Madrid en otoño, “hizo la mayor aportación al imaginario visual del 27”.

Oro (retrato bidimensional), c. 1951, del Museo Patio Herreriano

Sorpresa del trigo, 1936
Segade en concreto se refiere a su impresionante serie Las verbenas (1927-1928), en la que la pintora intenta retratar el mundo de una manera caleidoscópica a partir de los arrabales de Madrid. Escenas teatrales que son como un estallido de vitalidad y fraternidad donde conviven ricos y pobres, jueces y magos, echadoras de cartas y negros que parecen chinos. Ella misma vestida de manola. Es la primera vez que se reúnen las cinco desde su primera exposición en 1928, aquí confrontadas a las más enigmáticas Cloacas y campanarios (1930-1932), su serie más surrealista, que es “una celebración de la vida baldía, la muerte como parte de la vida gris y oscura”, observa Molins. Es un momento especialmente doloroso para la artista, que coincide con la primera ruptura con Alberti. Volverán cuando él leyó en un titular de prensa; “La pintora Maruja Mallo sufre un accidente de coche, y Mauricio Roeset, creyendo haberla matado, se suicida”. Mallo, que siempre se presentaba en sociedad como “un” artista, creía que el genérico de la humanidad no es masculino sino femenino, por eso siempre la representa con rostro de mujer, como en La religión del trabajo (1937-1939).
Mujer libre y transgresora, fue ella su mejor creación, pero es su obra la que hoy sigue asombrando
Pero lejos de quedar aquí, en cada reinvención, en cada alma de las que hablaba Gómez de la Serna, nos brinda nuevos motivos para el asombro, mientras la vemos, hermosa y desafiante, en grandes reproducciones de algunos de sus autorretratos fotográficos, que ahora se asoman al Cantábrico a través de la arquitectura transparente de Renzo Piano, como esa en la que cubierta de algas sonríe desnuda en la Isla de Pascua.

Algunas de las obras de la serie “á y Compás”. En el centro, 'Cierva humana' '
Mallo, de nuevo visionaria, hallará formas sensuales y femeninas en conchas y flores (el mundo animal, el vegetal y el humano conviviendo en armonía), hará estallar la tensión de su condición de exiliada entre dos mundo en unas á donde a pesar de estar muertas hay vida, fusiona razas, sexos y humanos con animales en una serie de retratos fascinantes.. Y su interés creciente por la ciencia le llevará a crear espacios siderales infinitos que recuerdan a la visionaria de Hilma af Klint.