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Los unicornios existen

PELOTAS FUERA

Es de lo más conveniente tener amigos en todas las franjas de edad. Las amistades intergeneracionales permiten vampirizar experiencias y aprendizajes que no están al alcance de uno por sí mismo, bien por ser demasiado joven o viejo. Así que no queda otra que robárselas a los demás a través de su compañía.

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La práctica del fútbol no tiene edad

REDACCIÓN / Otras Fuentes

Mi amigo Jaume Escoda cuenta ya 89 primaveras, como escribiría un poeta previsible. Y en su favor hay que decir que conserva los atributos que el cliché atribuye a esa especie en peligro de extinción comúnmente conocida como un señor de Barcelona. Si hablo de él es porque llevaba el hombre mucho tiempo intentando convencerme de que esos seres imposibles llamados unicornios existen. Yo, de talante complaciente con las amistades, le iba dando la razón. Aunque a decir verdad sin prestarle mayor atención. Pero Jaume, pertinaz como la sequía e intuyendo mi escepticismo, echó el resto: bastaba con acceder a pasar una mañana en su compañía, almuerzo incluido, para comprobar que decía la verdad.

¡Qué tipos! ¡Cuánto saber vivir acumulan sus botas! Dan ganas de meterle prisa al reloj y al calendario para hacerse mayor

Dicho y hecho. Y aquí estoy para corroborarlo: los unicornios existen. Añadiendo, para sorpresa del lector, que además de ser felices y bondadosos, cosa ya por todos sabida, juegan estupendamente al fútbol. Llegados aquí hay que matizar que se trataba de unicornios humanos. Pues no es de animales con un cuerno solitario adornando su frente de lo que hablamos. Son hombres que pasados los setenta años, alguno incluso los ochenta, con las magulladuras y dolencias propias de su edad, marcapasos incluidos, siguen dándole al balón con la ilusión, el virtuosismo y la sana competitividad de quien ha descubierto en la pelota y en el compañerismo el secreto de la eterna juventud.

Corretea este animal mitológico por Roquetes, en el distrito de Nou Barris de Barcelona. Y para avistarlo hay que acercarse a las instalaciones de la Fundación Brafa, entidad que cumple desde hace décadas con su compromiso de acercar la práctica del deporte a todos los niños, con independencia de sus habilidades técnicas y de la capacidad económica de sus familias. Pero entre tanto chavalín hay espacio también para los más mayores. Particularmente al mediodía. Y créanme que es vivificante verlos corretear con un balón en los pies como si todavía fueran zagales. Más cuando uno sabe, o quizás es precisamente por eso, que esto del vivir se va poniendo difícil con los años, a medida que las cicatrices se acumulan en el cuerpo y en el alma.

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Lo dicho: verdaderos unicornios que transmiten una sensación de plenitud que lo reconcilia a uno con el ciclo vital. ¡Qué tipos! ¡Cuánto saber vivir acumulan sus botas de fútbol! Le dan ganas a uno de meterle prisa al reloj y al calendario para hacerse mayor a más velocidad y poder sumarse al equipo con todos los honores. Gracias, Jaume, por descubrirme a los unicornios. Y también por el carajillo. ¿O esto último no había que explicarlo por si acaso llega a oídos del médico?

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