Si alguien no se dio cuenta de que Estados Unidos era víctima de “robo, pillaje, expolio, violación y rapiña por parte de países cercanos y lejanos” ni de que se le estaba negando cruelmente “la oportunidad de prosperar”, pues, enhorabuena: tiene un contacto con la realidad superior al del presidente de los Estados Unidos. Es difícil saber qué es más inquietante: que el máximo dirigente del mundo libre pueda soltar disparates sobre su admirada y próspera economía; o el hecho de que el 2 de abril, empujado por sus delirios, anunciara la mayor alteración de la política comercial estadounidense en más de un siglo y cometiera el error económico más profundo, dañino e innecesario de la época moderna.
En el discurso realizado en rosaleda de la Casa Blanca, el presidente anunció nuevos aranceles “recíprocos” para casi todos los socios comerciales de Estados Unidos. Habrá gravámenes del 34% para China, del 27% para la India, del 24% para Japón y del 20% para la Unión Europea. Muchas economías pequeñas se exponen a tasas muy elevadas; todos los países afectados se enfrentan a un arancel de al menos el 10%. Teniendo en cuenta los gravámenes ya existentes, la tasa total sobre China será ahora del 65%. Canadá y México se han librado de aranceles adicionales, y los nuevos recargos no se añadirán a otras medidas sectoriales específicas, como un arancel del 25% sobre los automóviles o el prometido arancel sobre los semiconductores. El caso es que la tasa arancelaria general de Estados Unidos se disparará por encima del nivel alcanzado en los tiempos de la Gran Depresión y volverá a los niveles del siglo XIX.
Según Trump, se ha tratado de uno de los días más importantes en la historia de Estados Unidos. Casi tiene razón. Su “Día de la Liberación” anuncia el abandono total del orden comercial mundial y la adopción del proteccionismo por parte de Estados Unidos. La cuestión para los países que ahora se tambalean debido el insentato vandalismo del presidente es cómo limitar los daños.
En casi todo lo dicho la semana pasada (sobre la historia, la economía y los tecnicismos del comercio), Trump estaba completamente equivocado. Lee la historia al revés. Durante mucho tiempo ha glorificado la época de fines del siglo XIX caracterizada por unos aranceles elevados y unos impuestos sobre la renta bajos. Los estudios académicos más serios demuestran que, en realidad, los aranceles obstaculizaron en aquel entonces la economía. Ahora Trump ha añadido la estrambótica afirmación de que la eliminación de los aranceles provocó la Gran Depresión de la década de 1930 y que la Ley de Aranceles Smoot-Hawley llegó demasiado tarde para salvar la situación. Lo cierto es que los aranceles empeoraron mucho la Gran Depresión, como también dañarán hoy todas las economías. Fueron las laboriosas rondas de negociaciones comerciales de los 80 años siguientes las que redujeron los aranceles y contribuyeron a aumentar la prosperidad.

Un depósito de automóviles de importación en Los Ángeles
En lo referente a la economía, las afirmaciones de Trump son una completa sandez. El presidente afirma que los aranceles son necesarios para corregir el déficit comercial de Estados Unidos, que considera una transferencia de riqueza a los extranjeros. Sin embargo, como podría decirle cualquiera de sus economistas, ese déficit global se debe a que los estadounidenses ahorran menos de lo que su país invierte y, lo que es más importante, semejante realidad (que no es reciente) no ha impedido que su economía lleve más de tres décadas por delante del resto del G-7. No hay razón para que esos aranceles adicionales vayan a eliminar el déficit. Insistir en un comercio equilibrado con cada socio comercial individualmente es una locura; como lo es afirmar que Tejas sería más rico si insistiera en equilibrar su comercio con cada uno de los otros 49 estados, o pedir a una empresa que se encargue de conseguir que todos sus proveedores sean también sus clientes.
Por otra parte, la comprensión demostrada por Trump de los tecnicismos resultó penosa. Los nuevos aranceles, afirmó, se basaban en una valoración de los aranceles aplicados por los diferentes países a Estados Unidos, a lo cual había que sumar la manipulación de las divisas y otras supuestas distorsiones, como el impuesto sobre el valor añadido. Sin embargo, da la impresión de que los funcionarios han fijado los aranceles utilizando una fórmula que parte del déficit comercial bilateral de Estados Unidos interpretado como cociente entre exportaciones e importaciones con cada país, lo transforma en porcentaje y lo divide por la mitad, lo cual es casi tan aleatorio como gravarle a uno por el número de vocales de su nombre.
A pesar de lo que diga Trump,
las barreras comerciales perjudican
a quienes las imponen
Este catálogo de despropósitos causará un daño innecesario a Estados Unidos. Los consumidores pagarán más y tendrán menos opciones. Subir el precio de los componentes a los fabricantes estadounidenses y, al mismo tiempo, eximirlos de la disciplina de la competencia extranjera los hará más débiles. A medida que se tambaleaban los futuros del mercado de valores, las acciones de Nike, que tiene fábricas en Vietnam (arancel: 46%), cayeron un 7%. ¿De verdad cree Trump que los estadounidenses estarán mejor si se cosen ellos mismos las zapatillas deportivas?
El resto del mundo también se verá afectado por el desastre y tiene que decidir qué hacer. Una de las decisiones es si toma o no represalias. Los políticos deben ser cautos. A pesar de lo que diga Trump, las barreras comerciales perjudican a quienes las imponen. Como lo más probable es que unas represalias consigan que Trump se encastille en su postura en lugar de hacerlo retroceder, corren el riesgo de empeorar las cosas; posiblemente, de forma catastrófica, como en la década de 1930.

Canadá es uno de los países en la diana de Trump
En vez de eso, los gobiernos deberían centrarse en aumentar los flujos comerciales mutuos; en especial, en los servicios que impulsan la economía del siglo XXI. Con una cuota de la demanda final de importaciones de sólo el 15%, Estados Unidos no domina el comercio mundial como lo hace con las finanzas o el gasto militar. Teniendo en cuenta las tendencias actuales, incluso si el país paralizara por completo las importaciones, 100 de sus socios comerciales habrían recuperado en sólo cinco años todas las exportaciones perdidas, según los cálculos del centro de estudios Global Trade Alert. La Unión Europea, los 12 miembros del Acuerdo Integral y Progresista de Asociación Transpacífico (CPTPP), Corea del Sur y algunas pequeñas economías abiertas como Noruega representan el 34% de la demanda mundial de importaciones.
¿Debería incluirse a China en ese esfuerzo? Muchos en Occidente piensan que las empresas estatales chinas violan el espíritu de las normas comerciales mundiales y que en el pasado han utilizado las exportaciones para absorber el exceso de capacidad. Esos temores se agravarán si se desvían más productos chinos que antes se destinaban a Estados Unidos. Es deseable construir un sistema comercial con China, pero eso sólo será viable si el país reequilibra su economía hacia la demanda interna y alivia así los temores relacionados con el dumping. Además, se le podría exigir una transferencia de tecnología y la inversión en la producción en suelo europeo a cambio de aranceles más bajos. La Unión Europea debe centralizar sus normas de inversión para estar en condiciones de alcanzar acuerdos que cubran la inversión extranjera directa y también superar su aversión a los grandes pactos comerciales y firmar el CPTPP, que tiene formas de resolver algunas disputas.
Si todo eso parece algo agotador y lento, es porque la integración siempre es así. Levantar barreras es más fácil y rápido. No se puede evitar el caos provocado por Trump, pero eso no significa que su insensatez tenga que triunfar.
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Traducción: Juan Gabriel López Guix