El contexto
Las paradojas de los pueblos de América llevaron a autores como Gabriel GarcÃa Márquez a construir una poética con un componente mágico original y único que tuvo su punto culminante en el reconocimiento de la Academia Sueca, que reconoció al escritos colombiano con el premio Nobel de Literatura de 1982 “por sus novelas e historias cortas en las que lo fantástico y lo real son combinados en un tranquilo mundo de imaginación rica, reflejando la vida y los conflictos de un continenteâ€.
Aunque ya era autor de reconocidos relatos que bebÃan de la crónica periodÃstica, Gabo alcanzó la fama internacional y marcó un estilo rápidamente extendido en la literatura hispanoamericana tras la publicación de Cien años de soledadÌýen 1967. Escrita en Ciudad de México y publicada en Buenos Aires por la Editorial Sudamericana tras el rechazo inicial del manuscrito por parte de Seix Barral, uno de los grandes impulsores de la obra y, por ende, del reconocimiento internacional de su autor fue el escritor peruano Mario Vargas Llosa, que también acabarÃa siendo merecedor del Nobel.
Aunque habÃa nacido una década después que GarcÃa Márquez, Vargas Llosa ya habÃa publicado en aquel momento obras de gran éxito como La ciudad y los perrosÌýo La casa verde, éstas sà en Seix Barral y con una gran repercusión pública. Fascinado por la obra y enfrascado en el doctorado que realizaba en la Universidad Complutense de Madrid no dudó en dedicar su tesis al estudio del universo de Cien años de soledadÌýy de su autor. Fue asà como acabarÃa naciendo en 1971 el ensayo GarcÃa Márquez: historia de un deicidio, aún el estudio de referencia en la obra de GarcÃa Márquez.
La novela del colombiano corrió como la pólvora por todo el continente y ambos autores se citaron en Lima en septiembre de ese mismo 1967, apenas tres meses después de una primera edición limitada a 8.000 ejemplares. Su conexión fue inmediata y cristalizó en Barcelona poco después, a principios de la década de los 70, cuando ambos residieron, casi puerta por puerta, en el barrio de Sarrià .
Si bien los dos –y sus respectivas parejas– mantuvieron una estrecha relación de amistad e incluso compartieron agente literaria –la reconocida Carmen Balcells–, la relación acabó de forma brusca con el gancho de derecha que Vargas Llosa, que no en vano habÃa sido boxeador amateur, lanzó a la cara a su amigoÌýpara tumbarlo cuando un infausto dÃa de 1976 coincidieron en Ciudad de México. El motivo no fue otro que los comentarios que el colombiano habrÃa hecho a la mujer de su colega después de que éste mantuviese una extraña relación extramatrimonial. La pareja se reconcilió y Vargas Llosa no olvidó los consejos con los que Gabo habrÃa malmetido en su contra a su mujer.
Más allá de la anécdota, los mundos de ambos autores fuera del oasis literario de Barcelona eran distantes. Como lo era su visión de la realidad latinoamericana, hasta el punto de evolucionar, ambos, hacia posiciones ideológicas contrapuestas. En su discurso de recepción del premio Nobel, que reproducimos Ãntegro, GarcÃa Márquez no sólo denunciaba la desigualdad y condena a la que habÃan sido sometidos los pueblos latinoamericanos por el mundo occidental, sino que reivindicaba una vÃa de liberación polÃtica propia.
Una utopÃa que transcendÃa la literatura frente a la utopÃa contenida en los libros que siempre ha defendido Vargas Llosa, curiosamente uno de los principales impulsores del reconocimiento internacional de su colega. Activismo y denuncia frente a evasión y gozo. La activa militancia polÃtica en el liberalismo que emprendió Vargas Llosa en Perú ya en la década de los 80, cuando llegó a disputar la presidencia del paÃs a Alberto Fujimori, lo distanciaron definitivamente de un GarcÃa Márquez que ahondó su amistad con Fidel Castro y fue habitual en los cÃrculos intelectuales de la Europa del Este antes del desmembramiento del socialismo.
En la euforia de la Barcelona postolÃmpica, durante la celebración de un congreso internacional de literatura hispanoamericana, Vargas Llosa no escondÃa ese resquemor con su antiguo amigo y colega y apelaba, abiertamente, por la liberación que proporcionaba la literatura. Gabo estaba por otra liberación que iba mucho más allá de los libros.
El discurso
“Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que habÃa visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecÃan una cuchara.
â€Contó que habÃa visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.
Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonio más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los cronistas de Indias nos legaron otros incontables.
Pigafetta, el primer cronista de América, contó que habÃa visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballoâ€
â€Eldorado, nuestro paÃs ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasÃa de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mÃtico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros, y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron.
â€Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un dÃa salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendÃan en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro.
â€Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana encargada de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.
El delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco: unos ingenieros alemanes proyectaron un ferrocarril en Panamá con raÃles de oroâ€
â€La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santa Anna, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magnÃficos la pierna derecha que habÃa perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general Gabriel GarcÃa Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial.
â€El general Maximiliano Hernández MartÃnez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, habÃa inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en Paris en un depósito de esculturas usadas.
â€Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más Ãmpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda.
Santa Anna, tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magnÃficos la pierna derecha que habÃa perdido en la Guerra de los Pastelesâ€
â€No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso y la de un militar demócrata que habÃa restaurado la dignidad de su pueblo.
â€Ha habido cinco guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto, 20 millones de niños latinoamericanos morÃan antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa desde 1970.
â€Los desaparecidos por motivos de la represión son casi 120.000, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la cuidad de Upsala. Numerosas mujeres encinta fueron arrestadas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares.
América Latina es esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyendaâ€
â€Por no querer que las cosas siguieran asà han muerto cerca de 200.000 mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100.000 perecieron en tres pequeños y voluntariosos paÃses de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en Estados Unidos, la cifra proporcional serÃa de 1.600.000 muertes violentas en cuatro años.
â€De Chile, paÃs de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 12% de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos millones y medio de habitantes que se consideraba como el paÃs más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El paÃs que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América Latina, tendrÃa una población más numerosa que Noruega.
â€Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de las Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual este colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte.
Más de 100.000 hombres y mujeres han perecido luchando contra la injusticia en tres pequeños y voluntariosos paÃses de la América Centralâ€
â€Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafÃo mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creÃble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.
â€Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difÃcil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos.
â€Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sà mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos.
Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Suecaâ€
â€La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable serÃa más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de la incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aun en el siglo XVI los pacÃficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa como soldados de fortuna. Aun en el apogeo del Renacimiento, 12.000 lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma y pasaron a cuchillo a 8.000 de sus habitantes.
â€No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espÃritu clarificador, los que luchan también aquà por una patria grande más humana y más justa, podrÃan ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos hará sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legÃtimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.
â€América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrÃo, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental. No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural.
La solidaridad con nuestros sueños no nos hará sentir menos solos sin un respaldo legÃtimo a los pueblos con la ilusión de tener una vida propiaâ€
â€Â¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difÃciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus paÃses no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes?
â€No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3.000 leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creÃdo, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructÃferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.
â€Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York.
América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrÃo ni tienen nada de quimérico sus designios de independencia y originalidadâ€
â€La mayorÃa de ellos nacen en los paÃses con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los paÃses más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.
â€Un dÃa como el de hoy, mi maestro William Faulkner dijo en este lugar: ‘Me niego a admitir el fin del hombre’. No me sentirÃa digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orÃgenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad cientÃfica.
â€Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopÃa, los inventores de fábulas que todo lo creemos nos sentimos con el derecho de creer que todavÃa no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopÃa contraria. Una nueva y arrasadora utopÃa de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.â€