La Conferencia de Yalta, celebrada en febrero de 1945 en la península de Crimea, marcó un punto de inflexión en la historia del siglo XX. Con la Segunda Guerra Mundial aún en curso, los líderes de las tres grandes potencias aliadas –el primer ministro británico Winston Churchill, el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt y el líder soviético Iósif Stalin– se reunieron para definir el futuro del mundo tras la derrota del nazismo.
Este encuentro no solo sentó las bases para el orden internacional de posguerra, sino que también destacó la importancia de Europa como actor clave en las negociaciones geopolíticas, un legado que sigue siendo relevante hoy en día frente a desafíos como la crisis en Ucrania y las ambiciones de líderes como Donald Trump y Vladimir Putin.
A principios de 1945, la derrota de Alemania era inminente. Las fuerzas aliadas avanzaban desde el oeste, mientras que el Ejército Rojo soviético, que había perdido millones de soldados y civiles por la invasión nazi, avanzaba desde el este. Sin embargo, la victoria no resolvía automáticamente las tensiones entre los aliados. Estados Unidos y la Unión Soviética emergían como las dos superpotencias dominantes, cada una con visiones contrapuestas sobre el futuro de Europa y el mundo. En este escenario, la Conferencia de Yalta se convirtió en un espacio crucial para negociar el nuevo orden internacional.
Winston Churchill desempeñó un papel fundamental en Yalta como representante de los intereses europeos. Aunque el Reino Unido ya no era la potencia hegemónica que había sido en el siglo XIX, Churchill comprendió que Europa no podía quedar relegada a un papel secundario en las negociaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Su presencia en Yalta fue esencial para garantizar que las preocupaciones europeas –como la reconstrucción de las naciones devastadas por la guerra, la estabilidad de las fronteras y la prevención de la expansión soviética– fueran tenidas en cuenta.

Diplomáticos soviéticos, estadounidenses y británicos durante la Conferencia de Yalta
Churchill insistió en la necesidad de establecer gobiernos democráticos en los países liberados de la ocupación nazi, especialmente en Europa del Este. Sin embargo, sus esfuerzos se vieron limitados por la realidad del poder militar soviético en la región. A pesar de ello, su firmeza y habilidad diplomática ayudaron a equilibrar las negociaciones y a evitar que Europa fuera completamente marginada en el nuevo orden mundial.
Franklin D. Roosevelt, por su parte, llegó a Yalta muy enfermo y con la prioridad de asegurar la participación soviética en la guerra contra Japón y de establecer las bases para las Naciones Unidas, una organización internacional que garantizara la paz y la seguridad global. Sin embargo, su enfoque conciliador hacia Stalin y su subestimación de las ambiciones soviéticas en Europa del Este generaron tensiones con Churchill. Stalin, aprovechando la posición estratégica del Ejército Rojo, presionó para consolidar el control soviético sobre Europa del Este.
A cambio de su compromiso de entrar en la guerra contra Japón, Stalin obtuvo concesiones significativas, como el reconocimiento de gobiernos prosoviéticos en Polonia y otros países de la región. Estas decisiones tuvieron consecuencias duraderas.
La Conferencia de Yalta culminó con una serie de acuerdos que moldearon el mundo de posguerra. Se estableció la partición de Alemania en zonas de ocupación, se acordó la celebración de elecciones libres en los países liberados (aunque este compromiso fue incumplido por Stalin) y se preparó el camino para la creación de la ONU.

Vista aérea de Kaliningrado, Rusia
Sin embargo, Yalta también evidenció las tensiones entre las potencias aliadas y marcó el inicio de la Guerra Fría. La Unión Soviética logró ampliar de manera determinante sus fronteras, anexionándose territorios como los países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania), partes de Polonia, Finlandia y Rumanía, así como la región de Kaliningrado. Además, Stalin aseguró una esfera de influencia en Europa del Este, donde se establecieron gobiernos satélites bajo control soviético, como en Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria y Rumanía. Esta expansión territorial y política de la URSS no solo consolidó su poder en la región, sino que también generó una profunda desconfianza entre Occidente y el bloque soviético, dando lugar a la división del mundo en dos bloques antagónicos.
El legado de Yalta sigue siendo relevante en el siglo XXI, especialmente en el contexto de la crisis en Ucrania y las tensiones entre Rusia y Occidente. La idea de que las grandes potencias puedan repartirse esferas de influencia sin contar con Europa –como sugieren las actitudes de líderes como Donald Trump y Vladímir Putin– es un recordatorio peligroso de los errores del pasado. La presencia de Churchill en Yalta demostró que Europa, a pesar de su debilidad relativa, debe ser un actor indispensable en cualquier negociación que afecte a su territorio y su futuro.
La Unión Europea, como heredera de este legado, tiene la responsabilidad de defender un orden internacional basado en el respeto a la soberanía y la integridad territorial. La crisis en Ucrania es un ejemplo claro de por qué Europa no puede permitir que sus intereses sean ignorados. Cualquier intento de redibujar fronteras o establecer esferas de influencia sin la participación activa de los países europeos no solo sería injusto, sino también peligroso para la estabilidad global.
Francia en Yalta
Aunque la Francia Libre fue uno de los aliados que luchó contra la Alemania nazi, no fue invitada a participar en la Conferencia de Yalta. Esta exclusión fue un duro golpe para su líder, Charles de Gaulle, quien consideró la decisión como una afrenta al estatus de Francia como potencia europea. La ausencia de Francia en Yalta reflejaba la realidad de su debilidad tras la ocupación nazi y la percepción de las grandes potencias –Estados Unidos, la Unión Soviética y el Reino Unido– de que no tenía el mismo peso estratégico en las negociaciones de posguerra.
Sin embargo, no quedó completamente fuera del nuevo orden mundial. Gracias a los esfuerzos diplomáticos de Churchill, quien defendió la importancia de incluir a Francia en la reconstrucción de Europa, el país fue posteriormente integrado como miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y recibió una zona de ocupación en Alemania. A pesar de ello, la exclusión de Yalta dejó una profunda huella en De Gaulle, quien se comprometió a restaurar el prestigio y la independencia de Francia en la escena internacional. Esta experiencia influyó en su posterior política de grandeur y en su firme defensa de la soberanía europea frente a las superpotencias.
La exclusión de Francia en Yalta también subrayó un problema más amplio: la marginación del Viejo Continente en las decisiones que afectaban directamente a su futuro. Este legado sigue siendo relevante hoy, especialmente en el contexto de crisis como la de Ucrania, donde Europa busca reafirmar su papel como actor indispensable en la geopolítica global.