La noche del pasado lunes Ucrania volvió a atacar el puente de Crimea (ya lo había hecho en 2022), vital para Rusia, porque la conecta con esa península anexionada. “Volar los puentes”, ¿acaso no es eso lo que estos dos países llevan haciendo desde 2014?
Todo el mundo nos ha entendido, pues el sentido figurado de la locución es muy claro. Refiere a dos partes que se niegan a entenderse, como en la guerra, cuyo fin es la aniquilación del otro, como decía Carl von Clausewitz. Y, siendo el conflicto tan antiguo como el hombre, resulta que la fraseología está llena de dichos que nacieron de estrategias, tácticas o costumbres militares.
Como aquello de “quemar las naves”, que solo se lo atribuimos a Hernán Cortés (1485-1547), pero cuenta la leyenda que ya lo hicieron el tirano Agatocles (c. 361-289 a. C.), Julio César (100-44 a. C.) o Táriq, el que desembarcó en la península en 711. Quién sabe, será que aquello de destruir los barcos para que a nadie se le ocurra echarse atrás es una treta antigua. La siguiente relación, en la que repasamos algunas de las expresiones de origen bélico, guarda más sorpresas.
Dormirse en los laureles
Esta tiene fácil explicación. Solo si sabemos, claro está, el significado del laurel en la mitología clásica. En la antigua Grecia, las hojas de este árbol perenne eran el trofeo de los deportistas ganadores, y en Roma, también el de los generales que volvían victoriosos. Ya en tiempos del Imperio, acabó convirtiéndose en el atributo de los emperadores, ganaran batallas o no.

Busto del emperador romano Octavio Augusto con una corona de laurel
El caso es que la asociación de esta hoja con el triunfo sobrevivió en la literatura del Medievo, el Renacimiento y hasta el siglo XIX. Fue entonces cuando apareció la expresión en España, aunque hasta 1970 la Real Academia no la hizo oficial. Que se ha “dormido en los laureles” se dice del que, tras un éxito inicial, abandona el empeño en hacer algo; una muy mala estrategia.
Ser de la misma quinta
Todo el mundo sabe qué es una quinta, pero, al haber desaparecido el servicio militar obligatorio, a más de uno se le habrá olvidado de dónde procede el término. Alude a los sorteos que se venían haciendo en España, al menos desde los tiempos de Juan II de Castilla (1405-1454), para que uno de cada cinco jóvenes ingresara en el ejército.
Había que hacerlo así porque los únicos que se enrolaban voluntarios eran los maleantes, los extranjeros y otros individuos que no tenían dónde caerse muertos. En 1912 los sorteos dejaron de existir, pues la mili se hizo universal, pero el término quedó fijado en el habla popular para referirse a los de una misma generación. Aún hoy, en muchos pueblos de España sobreviven las fiestas que se hacían anualmente para despedir a los reclutas.
Mandar ¡a la porra!
Mandar a alguien “a la porra” es mandarlo de paseo o adonde sea, pero cuanto más lejos mejor. Pero ¿qué es esa “porra”? En los ejércitos de antaño, era como se llamaba a un bastón largo y rematado por una esfera que llevaba el tambor mayor, el jefe de la banda de música en los regimientos de infantería.
Cuando marchaban o desfilaban, lo usaba para marcar el ritmo, pero al acampar se le daba un uso muy distinto. Clavado en el suelo, indicaba el lugar donde debían acudir los soldados castigados por alguna falta leve. De ahí el “¡vete a la porra!”, que es lo que diría el oficial en esos casos. Era propio de los ejércitos del siglo XIX, por eso es entonces cuando la expresión apareció en su sentido actual.
Dar cuartel, o no darlo
“Dar cuartel”, para decir que se será benévolo con un contrincante, o “no dar cuartel”, en el sentido contrario, se explican por cómo era la guerra en el siglo XVII. Por aquel entonces, cuando dos ejércitos se enfrentaban a campo abierto, se pactaba una zona, llamada “cuartel”, a la que podían retirarse los soldados que desearan rendirse al enemigo. El acuerdo era que nadie que estuviera allí recibiría daño.
En el caso de los asedios, la forma de hacerlo era la chamade. Se trataba de un aviso de trompetas y tambores, que los atacantes hacían después de abrir una brecha en las murallas, por si los de dentro querían salir antes del asalto final. Por el contrario, cuando no se estaba dispuesto a tomar prisioneros, se decía que no se daría cuartel. Es lo que hacían algunas veces los piratas –no tantas como dice el mito–, de ahí que su enseña negra se convirtiera en una visión espantosa.
Vérsele a alguien el plumero
Podemos decir con exactitud cuándo se empezó a decir que a alguien “se le ve el plumero”. El tocado en cuestión es uno que lucían los voluntarios de la Milicia Nacional en el casco, lo que se conoce como un penacho.
Fue un cuerpo armado –el antecedente de la Guardia Civil– creado por las Cortes de Cádiz para el mantenimiento del orden público. Por tanto, se trataba de una institución de carácter liberal, que buscaba sustituir el andamiaje policial del Antiguo Régimen.