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Guerra atómica comercial: los aranceles de Trump sacuden la geopolítica mundial

Terremoto en las bolsas

El presidente de los EE.UU. le da una patada al tablero de la globalización y regresa al pasado

Guerra atómica comercial: los aranceles de Trump sacuden la geopolítica mundial
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Trump redobla la apuesta sobre los aranceles e insiste: “Ahora nos ponemos al mando”

Donald Trump contaba hasta el miércoles con la aprobación de empresarios y financieros. Por ser partidario de los bajos impuestos y de la máxima desregulación de los mercados. Porque viste como ellos. Y porque pensaban que no iba a lanzar la bomba atómica sobre el comercio mundial con unos aranceles más duros de lo imaginado que provocan el caos y la incertidumbre económica.

Pensaban que los mercados financieros, con su diagnóstico, lo iban a frenar. Pero no ha sido así. Wall Street volvió a perder ayer más de un 4% en sus cotizaciones después de cerrar el 31 de marzo su peor trimestre en 23 años.

Trump rompe con décadas de liberalización y las políticas de sus predecesores, de Ronald Reagan a Bill Clinton o George W. Bush. Fuerza a las empresas de medio mundo al dilema de subir precios, deslocalizar a EE.UU. (improbable en esta incertidumbre) o comerse sus márgenes. Obliga a suprimir de golpe cadenas de suministro construidas en décadas y nadie descarta ya la posibilidad de una recesión.

Trump cumplió con la ambición que ha dominado toda su vida. Siempre le han gustado los aranceles. Piensa que un país con déficit comercial es un país débil y considera que con su acción se acaban décadas de maltrato e injusticia de otros países a Estados Unidos. Quiere volver a una etapa dorada de su país que sitúa en el siglo XIX. “Es uno de los grandes días, en mi opinión, de la historia americana” dijo.

Donald Trump durante su intervención en la Casa Blanca en la que anunció la lluvia de aranceles (Mark Schiefelbein / Ap-LaPresse)

Donald Trump durante su intervención en la Casa Blanca en la que anunció la lluvia de aranceles (Mark Schiefelbein / Ap-LaPresse)

Para darle solemnidad al acto convocó a sus invitados a la rosaleda de la Casa Blanca. Entre ellos había un grupo de trabajadores vestidos con chaleco amarillo y casco naranja para que el mundo viera que él hace esto en beneficio de la clase asalariada americana, perjudicada por la globalización que promovió en su día Estados Unidos y de la que ahora su presidente reniega.

Trump cierra decenios en los que los aranceles y las restricciones al comercio mundial se han reducido año tras año. En ese período, Estados Unidos ha acumulado un gran déficit comercial. A cambio ha recibido una lluvia de capitales del resto del mundo con el que ha financiado inversiones. En parte gracias al dólar. También ha permitido a los americanos consumir mejor y más barato.

El precio de esa etapa han sido los empleos en la industria americana. “¿Qué sentido tiene tener televisores baratos si es a cambio de perder millones de empleos?” se preguntaba ayer David Autor, economista del MIT que bautizó como China Shock, los efectos de la competencia asiática en la industria estadounidense.

La desindustrialización y el malestar blanco, que retrató el vicepresidente J.D. Vance en Hillbilly, una elegía rural , dan cierta legitimidad a Trump, en especial al ala más nacionalista y proteccionista de su gobierno para actuar. E incluso para utilizar puntualmente aranceles con los que proteger ciertos desequilibrios. Pero eso exige paciencia y acuerdos multilaterales para los que la nueva derecha americana no parece estar preparada. No, Trump ha preferido darle una patada al tablero de la globalización y nos ha hecho regresar al pasado.

Trump confía en que la medida dañe a China, pero puede también acentuar el declive americano

La decisión contraviene la historia económica. Llega al absurdo de buscar el déficit cero en las relaciones comerciales bilaterales con los países. ¿Dejarán los americanos de comer plátanos o empezarán a plantar bananos?

La manera de calcular los aranceles es incomprensible y escapa a una lógica económica. Aranceles del 10%, pero del 20% para Europa y dureza máxima con los asiáticos. Vietnam o Camboya reciben aranceles de más del 40%. Para Rusia, en cambio, no hay aranceles. Oficialmente para no castigar más a un país que ya recibe sanciones. En la práctica, probablemente, porque es el gran exportador de fertilizantes a Estados Unidos (y los agricultores y granjeros americanos ya están al límite).

Tampoco se sostienen los argumentos. En el caso de Europa, la Casa Blanca habla solo de déficit comercial, que asciende a 187.200 millones en el tercer trimestre de 2024. No dice nada del superávit en los servicios, que es de 137.000 millones, según Eurostat (esos servicios que prestan Google, Amazon o Apple). Tampoco dice nada del ingente ahorro europeo invertido hoy en Estados Unidos. El presidente francés, Emmanuel Macron, llamó ayer a los europeos a dejar de invertir momentáneamente en EE.UU.

El círculo de economistas que rodea a Trump justifica la dureza con Europa o México en evitar que China -el origen del mal- se les cuele por la puerta de atrás. De hecho, China explica por sí sola que la nueva derecha americana haya decidido acabar con un sistema que le había funcionado bien.

La historia de los últimos treinta años es la de la progresión de China en el panorama económico internacional. El actual sistema de globalización fue creado por Estados Unidos. Ahora se aleja de él porque es el que ha permitido a China convertirse en una gran potencia. Ahora ya es un problema de seguridad para Estados Unidos. Trump confía en sumir a China en una gran recesión.

Pero no es descartable que lo que ha hecho el presidente sea acelerar el declive americano. China saldrá mal parada. Pero tendrá más espacio para hacer más negocios. Y obtiene un magnífico regalo: la deja como adalid del libre comercio ahora que Estados Unidos lo abandona. En realidad Washington puede estar acelerando su declive como potencia.

Trump quiere resolver el déficit comercial, ingresar dinero con los aranceles y resolver su déficit público (su asesor máximo, Peter Navarro calcula los ingresos en 600.000 millones) y reindustrializar América.

Pero mientras eso llega, los americanos deben consumir más productos americanos. Y esperar a que la inflación -que fue lo que provocó la caída de Joe Biden- no se dispare. Trump cuenta con 20 meses de aquí a las mid term , las elecciones. No está claro si va aguantar tanto tiempo.

Rusia queda exenta de aranceles, que se concentran sobre todo en los países asiáticos

Pero si en el frente doméstico el cálculo es arriesgado, en el panorama internacional el estropicio es absoluto. Estados Unidos va a tardar años en recomponer su imagen. Se ha convertido en una potencia de la que nadie se puede fiar. Paradójicamente, China, un país que nunca ha sido un ejemplo de “lealtad” comercial, es hoy un socio más fiable.

La decisión de Donald Trump hace imaginable incluso una globalización sin Estados Unidos en la que Europa, Asia, Canadá y los países del Sur Global estrechen todavía más sus lazos comerciales y naveguen por su cuenta.

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