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Hasta dónde se puede confiar en China

UNA NOCHE EN LA TIERRA

Hasta dónde se puede confiar en China
Redactor jefe de Internacional

La brutal política arancelaria de Trump ha puesto a ʱí en el centro del tablero mundial y ha situado a la Unión Europea ante un dilema: saber hasta dónde puede llegar en sus relaciones con la superpotencia manufacturera que es China.

Trabajadores de la construcción en el distrito financiero de ʱí

Trabajadores de la construcción en el distrito financiero de ʱí

Getty Images

Thomas L. Friedman, periodista del New York Times y divulgador liberal, visitó hace unos días el campus de Huawei en Shanghai. Salió tan impresionado que escribió un artículo que tituló: “Acabo de ver el futuro. No estaba en América”. Friedman es bueno con los títulos. En el 2005 bautizó su libro más famoso La Tierra es plana , metáfora de una globalización ideal que él veía como un juego en el que todos competían en igualdad de oportunidades.

Friedman salió fascinado del campus de Huawei, pero también perturbado por la sensación de poderío que le transmitió: un centenar de edificios con laboratorios para 35.000 científicos, todo conectado por monorraíl. Huawei, empresa de infraestructuras para la información y las telecomunicaciones, era en el 2019 una amenaza para la seguridad nacional estadounidense. Washington la acusó de espionaje industrial, la expulsó de EE.UU. y bloqueó su acceso a muchas tecnologías.

Huawei ha superado el mal trago con la ayuda del Estado chino, se ha hecho más fuerte, y Friedman concluye que a Donald Trump no le va a bastar con levantar murallas con los aranceles para ganarle la carrera a China. Para ello debería formar a centenares de miles de ingenieros y matemáticos, crear ecosistemas de manufacturas avanzadas y un agresivo modelo de innovación como el que ha permitido la aparición de empresas como DeepSeek.

Si les sorprende ver a un liberal del viejo orden hablar bien de China en plena tormenta arancelaria, deberían leer también a Martin Wolf, apóstol del liberalismo económico desde las páginas del Financial Times . Wolf también ha pasado unos días en China para constatar que el país asiático y la Unión Europea tienen algo en común. Los dos, cada uno desde perspectivas distintas, quieren conservar el mundo que Donald Trump quiere destruir.

Viajar a China, como acaba de hacer Pedro Sánchez, cuando Estados Unidos cierra las puertas a tus productos, es razonable y arriesgado. Razonable porque, como contaba en este periódico el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero, negar la importancia de China como interlocutor comercial es no querer ver que el mundo ha cambiado. “Algunos creyeron que China no iría más allá de las manufacturas baratas y hoy rivaliza con Estados Unidos en el desarrollo tecnológico... Ya no estamos en el siglo XX”.

ʱí no cede a la furia de Washington y confía en que EE.UU. se acabe moviendo

¿Pero hay razones para un enamoramiento entre europeos y chinos? Si uno hace abstracción de que estamos hablando de una dictadura, a primera vista sí. Estados Unidos supone el 15% del comercio mundial. Si los países que representan al 85% restante se mantuvieran firmes en seguir con el viejo sistema y el recurso al derecho internacional, el modelo de comercio liberal seguiría en pie.

Pero abrirse a China tiene sus riesgos. El éxito de ʱí ha sido el de copiar y mejorar la estrategia de los tigres asiáticos (Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Hong Kong) en la década de los cincuenta, basada en una exportación que aprovechaba los bajos costes de la mano de obra local. Esa estrategia sacó a centenares de millones de asiáticos de la pobreza, pero les ha hecho muy dependientes de los mercados exteriores. Ha funcionado hasta que los países occidentales han dicho basta, presionados por la pérdida de industrias y empleo. En el caso de Estados Unidos, la reacción ha sido aparatosa y va a ser muy doloroso para la economía mundial.

La alternativa de China para garantizar la continuidad de su crecimiento sin sobresaltar a Occidente sería que ʱí rebajara el peso de las exportaciones y le diera más espacio a la demanda interna, al consumo doméstico. Pero por razones sociales y culturales, le está costando mucho conseguirlo. Es más fácil para ellos insistir en el método habitual: subvencionar la manufactura e inundar con productos baratos los mercados que siguen más o menos abiertos.

Desde el punto de vista de la Unión Europea, China es un dilema. Puede ser el mejor amigo y al mismo tiempo su peor enemigo. En teoría, nada que no se pueda resolver en discusiones multilaterales, ese método que tanto detesta hoy a la Administración americana.

El problema es que la pugna que libra Trump contra China parece un combate a vida o muerte. Como en un western o en una película de kung-fu. Pau Pujolàs, el economista de Solsona que trabaja en la McMaster University y a quien los hombres que rodean a Trump citan como autoridad para justificar su política arancelaria –aunque él asegura que han hecho lo que les da la gana– ha explicado que los aranceles aplicados a China (un 145% a los que ʱí ha respondido con un 125%) tienen poco sentido.

Los aranceles aplicados a China parecen buscar la desvinculación de las dos grandes economías

En realidad, los aranceles de Trump a China no parecen diseñados para corregir el déficit comercial. Parecen más bien una fórmula para desvincular ( decoupling ) de forma definitiva a China de Estados Unidos. Y son una invitación para que China recurra al espíritu de resistencia al que tanto le gusta apelar a Xi Jinping para aguantar firmes. No cederán.

China corteja ya a la Unión Europea y ha llamado a otros damnificados por las políticas de Trump como Vietnam o Camboya a coordinar sus políticas. Ha lanzado guiños a los maltratados aliados de EE.UU. en la zona, como Japón o Corea del Sur. Los europeos nos hemos acostumbrado a mirar a China como a una periferia del centro, siempre en Occidente. Pero es obvio que eso ya se acabó. China es una superpotencia y el centro del mundo está más cerca de ellos que de nosotros.

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