Patricia Espejo se dispone a intervenir en su sección del pódcast Estirando el chicle. “Hay que terminar con las preguntas incómodas”, dice ante el micrófono. “Sobre todo, se les hacen preguntas incómodas a las mujeres. Como, por ejemplo, ‘¿Cuándo te casas?’ o ‘¿Cuándo te animas a ser madre?’. Esta última es la peor, porque quien la formula no sabe la batalla que está librando esa mujer… A partir de ahora, cuando alguien me pregunte cuándo me animo a ser madre, le diré: ‘¡Claro que me animo, aborté ayer, ayúdame a enterrarlo!’”, exclama Patricia sacando de su bolso un pequeño muñeco envuelto en un paño blanco. “¡Le respondes esto y esa persona no te vuelve a hacer esa pregunta en su vida! ¡Fetitos de goma para las solteras!”, concluye agitando al bebé, en mitad de una sonora carcajada de sus compañeras de programa.
En sus intervenciones en pódcasts y en sus monólogos, la ó valenciana transita por temas tan cotidianos como el feminismo, las relaciones sentimentales, el trabajo o la vejez y lo hace desde la naturalidad de esa vecina garbosa y sin pelos en la lengua que (casi) todos hemos tenido alguna vez. Pero la vecina chistosa no es sólo simpatía innata: ha pasado por el Club de la Comedia, Comedy Central, Sopa de Gansos, Late motiv, Las que faltaban o Ilustres ignorantes y las Leo Talks de Leo Harlem. Como guionista, ha formado parte del equipo de Dani y Flo en Cuatro o Stop princesas, en Comedy central. Dirige y copresenta con la psicóloga Silvia Llop un pódcast sobre relaciones amorosas, Bendita Terapia, y ahora estrena otro de humor junto a Valeria Ros, Lo estamos petando.
Cuando la entrevisto por teléfono, se dirige a Tarragona para una actuación. Aún no ha subido al tren cuando empezamos a hablar de un perro que tuvo y que murió hace poco, al que adoptó con una peculiaridad: al no poder hacerse cargo al 100 % de un animal por los viajes constantes de su trabajo, se quedó con un perro muy anciano y con todos los problemas de salud del mundo. Y qué bonita experiencia fue, para ella y, por supuesto, para Bruni.
Romina: No te vayas a distraer hablando y pierdas el tren por la entrevista.
Patricia: No te preocupes, está controlado.
Romina: Hablemos, pues, de ese perrito anciano al que adoptaste.
Patricia: Te pongo en antecedentes. Durante la pandemia, tuvimos un perro de acogida que venía de la calle y le ayudamos a socializar para poder ser adoptado. Sin este paso previo, estos perros no tienen salida; ni siquiera saben pasear ni hacer sus necesidades por la calle y hay gente que quiere adoptar, pero no está dispuesta a hacer ese trabajo inicial. Fíjate lo importantes que son las acogidas. Es una forma de darle al perro una primera interacción con el ser humano, cuidados y confianza, y es perfecto si quieres a los animales pero no puedes asumir la responsabilidad de adoptarlos. Aún hay mucha gente que no conoce esta opción.
Romina: ¿Cómo se enseña a un perro a salir a la calle con correa?
Patricia: Pues con muchísima paciencia, porque el animal suele tener mucho miedo. Nunca ha sabido lo que es hacer sus necesidades en un sitio u otro, así que hay que enseñarle que tiene que hacerlas en la calle. Nos costó unas semanas, pero lo conseguimos; era un perrito muy bueno.
Romina: No debe ser fácil la interacción con un perro callejero.
Patricia: Estuvo como una o dos semanas sin mirarnos a la cara, porque nunca había visto a humanos. Recuerdo tardes enteras con él, en plena pandemia. Como yo no tenía mucho trabajo, me las pasaba su lado, simplemente estando ahí, para que cogiera confianza.
Romina: ¿No te entraron ganas de quedártelo?
Patricia: Lo tuvimos dos meses. Pero llegó un punto en el que dije: “No, no, hay que buscarle una familia ya, porque me estoy encariñando demasiado”. Como no me lo podía quedar, me encargué de buscarle una familia de adopción yo misma, porque en muchas protectoras no te dicen a qué familia se lo dan. Yo quería seguir teniendo contacto con él, así que me salté un poco el protocolo.
Romina: ¿Y encontraste a esa familia?
Patricia: Sí, una muy buena gente, se la presenté a la protectora y les pareció bien. Se quedaron con el perro. Pero lo pasé fatal, como si hubiera dado en adopción a un niño.
Romina: ¿Cómo se llamaba el perrito?
Patricia: Silver. Bueno, se llama, porque lo hemos ido a ver muchas veces. Es increíble cómo nos reconoce.
Romina: ¿Y después de esta experiencia, seguiste con las acogidas?
Patricia: Como teníamos más tiempo por la pandemia, seguimos con lo de enseñar a perros a llevar correa. No saber pasear les quita oportunidades de ser adoptados. La tarea no era fácil, pero con constancia lo conseguíamos. Y cada perrito que enseñábamos a pasear con correa era adoptado enseguida.
Romina: ¿Cómo conociste a Bruni?
Patricia: Yo me había quedado con la espinita de acoger otro perro. Quería repetir la experiencia, pero también sabía que lo iba a pasar mal. Un día, por Facebook, vimos que una protectora necesitaba transporte solidario para trasladar dos perros ancianos al veterinario. Los recogimos y los llevamos. Eran muy muy mayores, sin chip, sin dueño conocido. Al principio no pensábamos quedarnos con ninguno, pero no podíamos dejar de pensar en uno de ellos. Un día volvimos a la protectora a verle y Paco, mi pareja en ese momento dijo: “Nos lo llevamos ya”.
Al principio nos daba miedo adoptar por la responsabilidad a largo plazo. Pero cuando ves perros mayores en el refugio, piensas: ¿por qué se han acabado sus oportunidades? Son una maravilla. Así que adoptamos a Bruni entre los dos. Yo estoy súper a favor de la adopción, pero aún más si es para animales que tienen menos salida. Y esto se juntaba con mis ganas de tener perro desde siempre, pero no adoptaba por lo complicado que lo tengo por mi trabajo, siempre de aquí para allá. Bruni era tan mayor que sabíamos que nadie lo iba a querer. Y como deseábamos un perro, pero sin el compromiso de muchos años, pensamos: “Le vamos a dar una oportunidad de morir en una casa, con cariño”.
Romina: ¿Nunca habías tenido perro antes de Bruni?
Patricia: No. De pequeña quería uno, pero mi padre me dijo: “Antes te bajo la luna que comprarte un perro”. Y ahí me callé. Mis padres no querían perros en casa. A mi madre le costó lo suyo aceptar a Bruni, sobre todo porque la presentación fue desastrosa. Se nos ocurrió la genial idea de darle pastillas desparasitarias en el mismo momento que lo cogimos, cuando al día siguiente, mi pareja de entonces y yo ya teníamos prevista desde hacía tiempo una salida. Pensamos que el perro lo pasaría mal con un trayecto así y le pedí a mi madre que se lo quedara en casa ese día. El perro se le cagó vivo. También le vomitó. Mi madre me lío una por teléfono, que tuvimos que ir a recogerlo enseguida. Al llegar estaba ella chillando con el mocho en la mano y Bruni escondido debajo del sofá (risas).
Romina: ¿Estaba Bruni bien de salud pese a la edad?
Patricia: Qué va, muy mal. Tenía leishmania, era ciego, sordo, tenía la boca destrozada… Cuando lo llevamos al veterinario, nos dijeron que no sabían su edad exacta, pero que sería muy mayor y que viviría poco. Nos dijimos: “Da igual que se vaya a morir pronto, no lo podemos devolver; ¿quién lo va a adoptar, si se va a morir en dos días?”. Nos lo quedamos.
Romina: ¿Y cuánto tiempo estuvo con vosotros?
Patricia: Cuatro años. ¡Muy felices, además!
Romina: Mucho más de lo que esperabais.
Patricia: Sí, porque al principio pensábamos que duraría tres meses. ¡Pero revivió!
Romina: ¿Qué tal fue su adaptación?
Patricia: Era un abuelo gruñón, a veces nos reíamos porque se quejaba como una persona mayor. La experiencia fue superbonita, porque los perros viejos, es que son tan tan nobles y tan buenos… Lo que pasó es que al adoptarlo revivió muchísimo. Tienes que ver las fotos del cambio increíble que dio. De estar reventado, pasó a ser un perro al que la gente confundía con un bebé, por su pelito de caniche. Pero cuando se fijaban… (risas). Cuando abría la boca, la tenía podrida. Y los ojitos completamente blancos por las cataratas. En casa nos llegamos a juntar Bruni y también los gatos de mi ex y los míos, tres gatos y un perro. A veces llegábamos y tenía arañazos en la cara, el pobrecito.
Bruni era un abuelo gruñón, a veces nos reíamos porque se quejaba como una persona mayor. La experiencia fue superbonita; los perros viejos son tan tan nobles y tan buenos…
Romina: ¿Fue duro cuidarle con tantos achaques de la edad?
Patricia: Fue teniendo algunos problemas de salud, pero nada muy grave hasta el final. Pensamos en operarle las cataratas, pero no dio tiempo. Justo cuando mi pareja y yo nos habíamos separado, nos turnábamos para cuidarlo. Cuando yo trabajaba, él también se hacía cargo de Bruni. Decidimos no moverlo de casa para que no se desorientara aún más porque estaba con demencia. Sólo me llevé a mi gata, que con la separación se volvió más pegajosa conmigo. Perdí un novio, pero gané una gata (risas).
Romina: Con demencia y todo, el pobre…
Patricia: Sí, pero nunca fue una carga, al contrario. Podía salir a pasear, pero daba una vueltecita corta con Paco, que sentía pasión por ese perrito y era quien se encargaba principalmente de los paseos mañana, tarde y noche. Bajaban un rato y para casa; a Bruni no nos lo podíamos llevar de ruta. Con el tiempo fue bajando su actividad cada vez más. Durante el tiempo que estuvo con nosotros tuvo algunos problemillas de salud pero no muy grandes, lo típico de una persona mayor, que si el corazón (porque tenía también un soplo), que si la tripa… Un día empezó a estar raro, lo llevamos al veterinario y ya no salió. Pero vivió sus últimos cuatro años feliz.
Romina: Ese perrito ni en sus mejores sueños se habría imaginado un final así.
Patricia: Los años que le dimos y que él nos dio a nosotros. Nos costó superar su pérdida, aunque fuera algo que ya sabíamos desde el primer día. Básicamente es lo que te decía: lo tuvimos para acompañarlo en sus últimos años. Pero igualmente lo pasamos muy mal.
Los animales no están pensando en qué van a hacer ni en qué pasó ayer, ni todo el rato pendientes del móvil: están viviendo el presente, no como nosotros
Romina: Tú le diste mucho a Bruni. ¿Qué te dio él a ti?
Patricia: Paciencia. Bruni no era un perro cariñoso, la verdad. Pero sólo existiendo, ya me dio una lección. Me ayudó a vivir el presente. Los animales no están pensando en qué van a hacer ni en qué pasó ayer, no están todo el rato mirando Instagram ni pendientes del móvil. Están viviendo el presente, que, muchas veces, es lo que nosotros no sabemos hacer. Bruni me enseñó eso y a amar incondicionalmente, como ellos aman. Siempre digo que a los animales se los quiere tanto porque no te piden nada. No te piden porque no hablan.
Romina: ¿Qué crees que te habría pedido Bruni si hubiera podido hablar?
Patricia: Comida, sin duda. Se metía en la boca cualquier cosa (risas).
Romina: ¿Te llegó a inspirar Bruni en tu trabajo?
Patricia: Sí, tengo textos de humor sobre él, el otro perrito y los gatos. En Instagram también tengo vídeos en los que yo trabajo y él es mi compañero de oficina, José Manuel.
Romina: ¿Fue Bruni como un hijo para ti?
Patricia: Al no tener a un perro desde cachorro, la relación que estableces con él es otro rollo. A Bruni lo llegamos a considerar, no como un hijo, sino como un abuelo (risas).