La “vergüenza” de Montero
El patio digital
Cuando el credo de un gobierno es hacer de la necesidad virtud, las contradicciones toman la agenda política y las proclamas desenfrenadas atacan los pilares del sistema. Pedro Sánchez no se cansa de repetir que hay gobierno para rato y hace seis meses hasta aseguró que aguantaría “con o sin apoyo de un poder legislativo que tiene que ser más constructivo y menos restrictivo”. El presidente es consciente de su frágil mayoría en el Congreso y, por ello, solo la saca a bailar cuando es estrictamente necesario y pesa más bloquear la alternativa que someterse a escrutinio de la Cámara.
La fragilidad parlamentaria va acompañada de un aumento de mensajes simplistas, de radicalización dogmática y emotividad desenfrenada. Si se puede prescindir del legislativo, ¿por qué no se puede cuestionar al judicial? La vicepresidenta María Jesús Montero ha caído en esa red al calificar de “vergüenza” la sentencia que absuelve a Dani Alves del delito de agresión sexual.
La vicepresidenta del Gobierno y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, en la clausura del congreso del PSOE de Granada
El problema no es su disconformidad con la opinión del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, sino considerar que la presunción de inocencia no computa cuando lo que los jueces tienen entre manos es la denuncia de una mujer contra un famoso al que acusa de haberla agredido en una baño de una discoteca.
Montero grita “vergüenza” y en las redes sociales se activa un pim-pam-pum con efectos políticos demoledores que ni el derecho romano aguanta. La vicepresidenta está en campaña desde que fue designada candidata in pectore a las elecciones andaluzas y ha conseguido su primera unanimidad: todas las asociaciones de jueces y fiscales han suscrito un comunicado conjunto en el que reclaman respeto a la independencia judicial y llaman a la responsabilidad institucional. Las críticas a sus decisiones, dicen, deben ser fundadas y contextualizadas, o se está “erosionando la confianza de la ciudadanía en las instituciones y se pone en peligro el Estado de Derecho”.
Algún juez y tribunal no necesita de meteduras de pata políticas para que la confianza de los ciudadanos en la justicia esté bajo mínimos, pero el regalo a la derecha no se desaprovecha en las redes. Montero ha recibido todo tipo de descalificaciones desde el sábado por parte de dirigentes del PP. Xavier García Albiol la tildó de “analfabeta” y dos días después, Alberto Núñez Feijóo se sube al carro de la institucionalidad aprovechando la nota de jueces y fiscales: “Vergüenza es que las asociaciones de jueces le tengan que recordar todo esto a una vicepresidenta. No está en condiciones de ser la número dos de ningún gobierno europeo”. Como si el PP estuviera libre de pecado...
Tras el reproche judicial llega el “lo que quise decir y mantengo” y el “más allá del modo de expresarlo”, pero la comunidad de lectores es implacable con la “literalidad”. El error de Montero solo tiene arreglo en la disputa digital cargando contra el adversario, y ese es el PP. Y ahí, se acaba también la insólita unanimidad de las asociaciones judiciales, porque si Montero acusa al PP de vanagloriarse de controlar la sala penal del Tribunal Supremo por la puerta de atrás, el community manager de Juezas y jueces para la Democracia suma y sigue. “Vergüenza, Sr. Feijóo es que el PP cuestione la independencia judicial de los magistrados que condenaron a su partido por corrupción”. Los jueces no hablan solo en sus resoluciones. Eso es historia. Se han convertido en un actor político de primer orden por voluntad propia. ¿Independencia?
El debate en torno a las desafortunadas palabras de Montero contiene todos los elementos del nuevo populismo que reside en algunas redes sociales. Polariza, alimenta la guerra cultural, aumenta la intolerancia, el radicalismo dogmático y la falta de respeto. Y da más alas al negacionismo de la violencia de género que una sentencia adversa a una víctima de agresión sexual. “Los machos tenemos presunción de culpabilidad para el nuevo populismo”, “no es eso lo que lleva haciendo el feminismo hace 20 años”, sostienen un par de cuentas de X.
El cordón sanitario a los ultras no protege al sistema de ese populismo de baja intensidad, de izquierda y de derechas, que intoxica el sistema democrático y que hace cada día más inviable tejer consensos más que necesarios.