Tengo la suerte de vivir de mi vocación que es escribir, pero no soy un caballo. No lo sería ni aunque ganara todas las carreras. Tampoco si solo sirviera para hacer filetes. Publico novelas y poemarios y me pagan moderadamente bien por ello. También críticas de libros y discos, columnas de opinión como esta que usted está leyendo en estos momentos, pero no compito con nadie que no sea yo mismo. No hay otros caballos cuando escribo. Tampoco cuando se lee lo que escribo. Solo soy yo tratando de conseguir la mejor versión de mí mismo y hay a quien le interesa leerme y a otros no, pero no se confundan porque yo no soy un caballo.

Con mejor o peor fortuna, trato de hacer algo personal, que me importe lo suficiente para ser escrito, mirar desde sitios distintos, tratar de ser original. Es de justicia que en estas líneas les confiese que hoy no lo soy del todo ya que encontré lo que quería decirles leyendo una carta que, en 1996, Nick Cave envió a los directivos de la MTV, pidiendo que retirasen su nominación a mejor artista masculino del año, de hecho, de cualquier categoría. Ese año y los venideros. Simplemente su trabajo no estaba hecho para competir, para ser pesado y medido, e identificaba a su musa con un caballo asustadizo, al que hay que saber cuidar para que con trabajo y talento se sienta lo suficientemente respetada como para presentarse ante él y, en su caso, le regale una canción.
No es casual que grandes escritores ganen el mejor premio con su peor libro
En la carta de Cave, la carreta de los premios, fruto de “las indignidades del juicio y la competición” no es lugar para su musa, “no la ataría a esta carreta (…) sangrienta, llena de cabezas y premios relucientes”. De hacerlo, teme que su musa se asuste, eche a correr y le abandone para siempre. Félix Grande decía algo parecido respecto a la poesía. Porque sucede. Constantemente. No es casual que grandes escritores ganen el mejor premio con su peor libro.
La relación del artista con su arte es estrictamente privada. Nadie es igual a nadie y el producto del arte que cada artista destila es único y frágil. Escribes sin saber adónde puedes llegar, para tropezarte con la verdad que ignoras, entender el misterio un instante, olvidarlo y tratar de explicarlo en un lenguaje torpe, siempre aproximativo. Por eso, por lo que significa esa experiencia, no soy un caballo.