Soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza son los siete pecados capitales según la tradición eclesiástica. En su origen pretendían frenar la pasión por los placeres mundanos, el vicio de la carne y el demonio frente a las virtudes del celibato y la virginidad. Los tiempos modernos, cuando la persistencia del maligno es dudosa, los atracones causan ardor de estómago y la desidia es un estilo de vida, quizás obligarían a una revisión de la lista para adecuarla a la realidad. A beneficio de inventario, la venganza sería un buen candidato a formar parte de la nueva relación pecaminosa porque reúne las características exigidas.

Es una pasión básica que busca la destrucción del que la sufre, que se administra con alevosía y es fruto del rencor. La satisfacción del vengativo es inmediata pero efímera e incluso puede resultar contraria a sus intereses, pero el placer del daño ajeno compensa el deterioro autoinfligido. No me importa quedar tuerto si mi enemigo queda ciego. Y finalmente, es un plato que realza su sabor si se sirve frío, cuando la víctima ha olvidado la supuesta afrenta y no espera el golpe letal.
Para Trump es hora de pasar cuentas con aquellos que lo ningunearon, ridiculizaron o enterraron en vida
La Administración Trump ha convertido la venganza en una de las claves de su gestión. Es hora de pasar cuentas con aquellos que lo ningunearon, ridiculizaron o enterraron en vida. Bufetes de abogados que se le enfrentaron, universidades que discutieron sus ideas de bombero, asociaciones pro igualdad o inmigrantes, militares que se mofaron de su ignorancia, científicos que le afearon por recomendar un trago de lejía para combatir la pandemia o incluso gobiernos de países que se oponen a cederle una parte de su territorio son candidatos a sus represalias, sea imponiéndoles aranceles, amenazas de acciones militares o todo tipo de tropelías ilegales como deportar inmigrantes sin ninguna orden judicial a cárceles en El Salvador.
Con él en la Casa Blanca la injusticia ha entrado de lleno en el orden natural del Gobierno y la larga mano de la impunidad puede llegar tanto a una turista que, por haber opinado en contra de sus políticas, desaparece tres semanas en el limbo del servicio de inmigración, como a un Estado soberano, caso de ʲԲá, porque un tribunal desbarató sus chanchullos en torno de un proyecto inmobiliario. Alguien debería advertirle que la venganza es adictiva y, una vez enganchado, la dosis necesaria crece exponencialmente. Porque, como dijo Confucio, “antes de vengarse hay que cavar dos tumbas, una para el vengativo”.