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La temperatura de casa afecta a la cognición, sobre todo en mayores: “Si nos alejamos de los grados de bienestar térmico, empeora”

Longevity

Un estudio reciente ha puesto en el punto de mira a las personas mayores de 65 años y el impacto que tiene en la salud de su cerebro vivir en hogares en los que la temperatura se encuentra fuera del rango que se considera óptimo, alrededor de los 20-24 grados

Las dificultades para mantener la atención se duplican con una desviación de 4ºC, tanto para arriba como para abajo

Las dificultades para mantener la atención se duplican con una desviación de 4ºC, tanto para arriba como para abajo

Getty Images

En los últimos años, varios estudios han puesto de manifiesto el impacto que las temperaturas extremas -especialmente el calor- tienen sobre el funcionamiento del cerebro. Una llevada a cabo en la Universidad de Boston durante una ola de calor acaecida en el año 2016, por ejemplo, demostró que los estudiantes que viven en pisos o habitaciones sin aire acondicionado conseguían menos respuestas correctas por minuto y tenían una capacidad de reacción más lenta en pruebas de aritmética.

Y concluyó que el rendimiento laboral de las personas empieza a disminuir con temperaturas en el puesto de trabajo por encima de los 23ºC, viéndose una reducción de casi el 10% cuando esta temperatura alcanza los 30ºC.

Todos los estudios hasta la fecha, no obstante, habían centrado su atención en los entornos académico y laboral y tenían como sujetos de estudio a personas jóvenes o de mediana edad. Sin embargo, un estudio reciente ha puesto en el punto de mira a las personas mayores de 65 años y el impacto que tiene en la salud de su cerebro vivir en hogares en los que la temperatura se encuentra fuera del rango que se considera óptimo, alrededor de los 20-24 grados.

Los resultados de la Աپó —publicada en —, obtenidos tras monitorear las temperaturas del hogar y las dificultades de atención autoinformadas de 47 adultos de 65 años o más a lo largo de un año, son claros. Las dificultades para mantener la atención se duplican con una desviación de 4ºC, tanto para arriba como para abajo, respecto a la temperatura óptima.

Hay una zona de bienestar térmico (20-24 grados) y cuando nos alejamos de esos rangos empieza a verse un empeoramiento de la cognición

Javier CamiñaVocal de la Sociedad Española de Neurología (SEN)

“El estudio tiene interés y coherencia con otros estudios que se han hecho previamente, aunque no en personas mayores. Hay una zona de bienestar térmico (20-24 grados) y cuando nos alejamos de esos rangos empieza a verse un empeoramiento de la cognición. El estudio es importante, además, porque se centra en personas mayores, que son más vulnerables a las temperaturas extremas”, afirma el neurólogo Javier Camiña, vocal de la Sociedad Española de Neurología (SEN).

Una opinión que comparte Amir Baniassadi, investigador del Marcus Institute for Aging Research (Boston, EE.UU) y autor principal del estudio, que considera que sus hallazgos subrayan “la importancia de comprender como factores ambientales como la temperatura interior afectan la salud cognitiva en las poblaciones que envejecen”.

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Por qué se produce este impacto y por qué es más preocupante en mayores

Como explica Baniassadi, ya se conocen varios mecanismos que se esconden detrás del efecto que el calor o el frío extremos tienen sobre el funcionamiento cognitivo. Un ejemplo es la reducción del flujo sanguíneo cerebral debido a que se bombea más sangre a la piel para enfriarla —en el caso del calor—. Otro, que las temperaturas elevadas también provocan deshidratación y un aumento de los niveles de cortisol, dos factores que influyen negativamente en el funcionamiento cognitivo. “Sin embargo, no sabemos exactamente en qué medida contribuye cada mecanismo a este efecto general”, reconoce el investigador.

No obstante, tanto él como Javier Camiña lo explican de una forma muy gráfica: un ordenador, si se están realizando muchas tareas a la vez y se están utilizando muchos programas que demandan muchos recursos, o prioriza a cuál dedicar esos recursos o se bloquea. Lo mismo pasa con el cerebro. “El cerebro tiene una capacidad limitada de hacer tareas al mismo tiempo. Cuando hay que hacer cosas importantes en la regulación de la temperatura, dedica una serie de esfuerzos energéticos mayores a esa tarea, así que se quedan más desamparadas otras funciones como la atención o la memoria de trabajo, que son exigentes energéticamente. El cerebro tiene que priorizar, así que deja en segundo plano las tareas cognitivas”, explica el portavoz de la SEN.

Los adultos mayores tienen más probabilidades de experimentar los efectos de la temperatura y eso no se limita solo a la función cerebral

Amir Baniassadiinvestigador del Marcus Institute for Aging Research (Boston, EE.UU) y autor principal del estudio

Este proceso se da en el cerebro de cualquier persona, independientemente de su edad, pero su efecto es significativamente mayor en las personas mayores, que ni siquiera necesitan temperaturas excesivamente altas o bajas para sufrirlo. “Nuestro cuerpo gasta muchos recursos para mantener su temperatura central. Este proceso se llama termorregulación. A medida que envejecemos, se vuelve más difícil para nuestro cuerpo regular su temperatura porque los mecanismos ya no son tan efectivos”, argumenta Amir Baniassadi.

El investigador señala, además, el impacto que tienen sobre esos mecanismos de termorregulación algunas enfermedades más habituales en la vejez, como la diabetes, o fármacos de uso habitual entre adultos mayores. “Como resultado, en comparación con las personas más jóvenes, los adultos mayores tienen más probabilidades de experimentar los efectos de la temperatura y eso no se limita solo a la función cerebral”, añade.

Medidas urgentes en un contexto de cambio climático

Como puntualiza Amir Baniassadi, el estudio se centró en un periodo corto de tiempo (un año), por lo que no buscó encontrar cambios a lo largo plazo en la cognición de los participantes. Sin embargo, en base a la evidencia existente, el investigador del Marcus Institute for Aging Research considera “muy probable” que, si la exposición al calor o al frío es prolongada y se repite día a tras día, ese impacto cognitivo acabe derivando en un deterioro cognitivo o, incluso, en el desarrollo de enfermedades neurodegenerativas.

“Muchos de los factores de riesgo ambientales para la enfermedad de Alzheimer se correlacionan con vivir en los barrios más calurosos de una ciudad (más densos, con menos verde, etc.). Creo que hay dos factores clave que contribuyen a esto. Uno es que las personas que viven en casas más calurosas tienden a tener una peor calidad de sueño debido a ello y está bien documentado que la falta de sueño conduce al deterioro cognitivo con el tiempo. Y otro factor es que, debido a los impactos a corto plazo en el rendimiento cognitivo, las personas suelen participar menos en tareas cognitivamente exigentes, lo que, durante largos períodos de tiempo, puede causar un deterioro en su funcionamiento cognitivo”, reflexiona.

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En días de mucho calor o mucho frío se debe prestar atención a las personas mayores.

HM HOSPITALES / Europa Press

En ese sentido, y en un contexto de cambio climático en el que todas las previsiones apuntan a un incremento constante de las temperaturas y de fenómenos meteorológicos extremos como las olas de calor, Baniassadi considera que la Աپó pone de relieve la necesidad “de intervenciones de salud pública y políticas de vivienda que prioricen la resiliencia climática para los adultos mayores”.

“Desde un punto de vista sanitario, harían falta estructuras que se encarguen de hacer una supervisión de las personas mayores que viven solas, una especie de apoyo sociosanitario para asistir a estas personas. Y teniendo en cuenta el envejecimiento poblacional, es algo que cada vez va a hacer más falta”, coincide Javier Camiña. Este especialista destaca también la necesidad de que, a un nivel más personal, las familias y cuidadores adquieran conciencia del impacto que el calor tiene sobre la salud, especialmente de las personas mayores. En días de mucho calor o mucho frío se debe prestar atención a esas personas, ya que muchas veces la persona ni siquiera percibe el calor o no tiene la capacidad cognitiva o física para hacer algo al respecto.

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Amir Baniassadi, al igual que Camiña, pone también el foco en el desarrollo urbanístico (ciudades más verdes, con menos coche y menos asfalto) y en la calidad de las viviendas. “Las variaciones de temperatura que observamos en las diferentes viviendas de nuestro estudio nos hicieron ver que la vivienda y su calidad pueden desempeñar un papel fundamental”, sostiene el investigador, que hace un llamamiento para garantizar que la población mayor tenga acceso a viviendas asequibles y resistentes al clima. “Si no se garantiza esto creo, lamentablemente, que una parte considerable de la población experimentará estos efectos cognitivos, mientras que quienes tienen los recursos económicos seguirán protegidos, lo que contribuirá a las crecientes disparidades en materia de salud en nuestra sociedad”, concluye.

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